ᴇᴘɪʟᴏɢᴏ

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Belos estaba loco.

Es una forma curiosa de describir a una persona, pero ciertamente es una de las pocas palabras que realmente pueden definirlo.

Había encontrado la vacuna contra el virus que él mismo había creado luego arduos meses de trabajo y casi creía que, poco a poco, todas las muertes de las cuales era responsable comenzaban a borrarse de su conciencia.

Entregó los resultados a sus colegas y ellos decidieron no arriesgarse. La vacuna estaba en etapa de prueba.

Belos casi se creía perdonado.

-Phillip, nos han informado sobre un nuevo contagio. Son cinco chicas, una de ellas familia del doctor Noceda. Tú los recibirás, y quiero que tengan el mejor de los tratos.--le informó su superior, un hombre al cual no le conocía el nombre.

¿Cómo se había convertido en un hombre de blanco? Había sido sencillo. Ellos buscan voluntarios en medio de una crisis y él se ofreció. No hubo procedimientos legales. Estaba allí solo porque sí. Ni siquiera se habían dado cuenta de que había usado un nombre falso.

Conseguir entrada libre a los laboratorios fue un poco más complicado. Debió falsificar varios documentos, pero finalmente lo logró.

Nada es imposible para un científico loco.

-¿Cómo es posible, jefe?.--preguntó con confusión.--No ha habido un contagio en mucho tiempo.

-Los vigilantes descuidaron la entrada por esa misma razón y un infectado logró entrar al recinto. Los resultados son predecibles.

-¿Qué hizo con los vigilantes, jefe?

-No es algo que deba importarle, Phillip, pero se lo diré de todas formas... Fueron asesinados de inmediato. Cualquier causante de una muerte merece el mismo destino.

Las palabras de su jefe fueron duras, pero para Belos se convirtieron en una enseñanza.

Fue él quien guió a las chicas hacia la sala de aislamiento. Fue él quien miró sus rostros llenos de dolor. Fue el quien les deseó una buena estadía. Fue él quien se disculpó tras la máscara.

Las observó día tras día sintiéndose culpable

"Cualquier causante de una muerte merece el mismo destino"

Las palabras retumbaban en su mente todo el tiempo, y la idea del suicidio se le pasó por la cabeza.

Si tan solo hubiera encontrado la cura un par de meses antes todo sería muy distinto.

Si no hubiera creado el virus todo sería muy distinto.

Se lamentó durante noches en su habitación y se preguntó cómo la idea de algo bueno se había convertido en un arma mortal.

La primera en marcharse fue la pequeña Sasha, lo cual fue desgarrador. Pensó en cuantas chicas como ella su virus había destruido y tuvo que batallar para no ahogarse en la bañera.

No. Él no podía morir tan fácilmente cuando millones habían sufrido durante días por su culpa.

Intentando redimirse ese día, Belos se sentó al borde de la fosa común y rezó por tantas almas como pudo.

También rezó por la suya, como si aún tuviera esperanzas de salvación.

Al décimo quinto día llegó su turno de limpiar la sala de aislamiento. Lo había hecho dos veces antes, pero esa fue la vez que más le marcó.

Entró solo un poco antes de la media noche y se dispuso a limpiar. Había desastres por doquier y un olor a sangre que nunca se marchó.

Estaba ya a mitad de su trabajo cuando escuchó una puerta abrirse y dos chicas salieron de una habitación mientras se besaban apasionadamente.

ᴹᵃʳᶜ𝑉𝑖𝑟𝑢𝑠 𝐿𝑒𝑡𝑎𝑙ᵃⁿⁿᵉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora