~Parte I. En sus garras.~

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Dr. Stone no me pertenece es propiedad de Inagaki y Boichi, yo sólo tomo prestado a los personajes para fines de esta historia.

 

(Senku.)  

_._

¿La primera vez que vi a esa leona? 

Aún puedo recordar ese fatídico día como si hubiera sido ayer. Fue a finales de Marzo, apenas una semana antes de que comenzara el segundo año de primaria, justo cuando el camión de mudanzas que mi viejo rentó se detuvo al otro lado de la calle, frente a su casa. 

Ha pasado exactamente siete años desde entonces pero Kohaku sigue siendo una constante en mi vida. Constante a la cual, aún sigo aplicando métodos de evasión infructíferos y que me sigue generando en cierta medida un ligero cuadro de malestar social generalizado ante sus acciones ilógicas. 

Kohaku se ha encargado en hacerse un camino sin retorno en mi vida durante todos estos años, lo hizo desde el momento en el que irrumpió en el camión de mudanzas sin invitación alguna de nuestra parte y tomó aquel gesto deliberado como una muestra de solidaridad y empatía desinteresada. 

Sin embargo, yo aún sigo pensando que a esa Leona le gusta tomar el mando como sólo ella puede hacerlo… sin preguntar a nadie. 

Stanley, quien en ese momento se ofreció a regañadientes a ayudarnos con la mudanza por órdenes de Xeno, vio incluso lo mismo que yo en esa niña e intentó detenerla y en todo caso, ahuyentarla del lugar. 

—Hey, niña —la llamó en tanto Kohaku se disponía a mover una de las enormes cajas hacia la rampa del camión—. ¿Qué crees que haces? —el tono de Stan guardó un poco de apatía, lo cual no era extraño cuando se trataban de personas ajenas a su limitado círculo de amigos.

Pero aquella reprimenda explícita de Stan ni siquiera surtió efecto en ella. 

—Estoy ayudando —sorprendentemente ella pudo mover la pesada caja tan sólo con la fuerza de sus brazos, no llegó muy lejos, claro está, pero al menos lo suficiente para acercarla al principio de la rampa—. ¿Puedo ayudar? —miró brevemente a Stanley y luego sentí como sus ojos aguamarina se fijaron en mí, quizá fue sólo mi imaginación pero al mismo tiempo también sentí un leve escalofrío recorrer mi espalda—. Creo que tú lo necesitas más que nadie, te vi desde mi casa y no has podido mover ni una sola caja con esa fuerza de pulga que tienes. 

Eso claramente me ofendió pero también me puso en alerta al caer en cuenta de que ella estaba observándome a la distancia, sin embargo decidí ignorar aquella implicación y limitarme a fruncir el ceño en señal de mi disgusto por semejante comparación. ¿Quién se creía esa niña entrometida? 

—Estás ensuciando el camión. —tras una breve calada que dejaba entrever la poca paciencia que aún le quedaba, Stanley señaló el suelo del camión. 

Y en efecto, había pequeñas huellas de lodo manchando parte del suelo, la suciedad proveniente de las sandalias de Kohaku. Sin embargo a ella poco le importó aquello y siguió en su absurda tarea de empujar la siguiente caja en el camino. Por supuesto que en esta ocasión con un poco más de fuerza de la necesaria. 

—Vas a romper algo ahí adentro. —advirtió Stan quitándole la caja de inmediato. 

Pero lejos de avergonzarse por su actitud, Kohaku simplemente fue por la siguiente, una de las cajas etiquetadas como “Doraemon”. Y como si esa chiquilla astuta supiera que dichas cosas me pertenecían, me miró con perspicacia antes de volver a hablar. 

Tú, yo y lo ilógico que esto puede llegar a ser.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora