En el pasillo

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El clima estaba precioso esa mañana, el cielo despejado y la temperatura ideal.
Franco se acodó en el balcón del primer piso y saludó a su hija que desayunaba al aire libre. Sarita estaba hablando con Gonzalo en el otro extremo de la mesa, mientras gesticulaban sobre unos papeles. Alargó la vista hacia el horizonte y agradeció a todos los dioses responsables por esta segunda oportunidad. Desde que había regresado a la hacienda Meraki, hacía ya varias semanas, las cosas habían ido mejorando paulatinamente. Aún tenía pesadillas e insomnio, todavía habia situaciones y sonidos que gatillaban en él respuestas intensas y explosivas, pero su familia se había ocupado de contenerlo y ayudarlo. Además había empezado una terapia psicologica, por sugerencia de Andrés.

- Buen dia amor- escuchó a sus espaldas.

- Buen dia, señora Reyes - dijo en tono sugerente, al encontrarse a su mujer revisando el armario en ropa interior. La abrazó por la espalda y le besó el cuello, mientras acariciaba su vientre justo por encima del elastico de la ropa interior. La oyó suspirar y sintió sus dedos enredarse con su pelo corto.

- ¡Mamá! ¡Papá! ¡Nos tenemos que ir! - los dos soltaron una risa.

- Esto no se acaba nunca, no? - Sara negó con la cabeza y descolgó un vestido largo antes de dirigirse al baño.

Doña Gabriela celebraba su cumpleaños con un almuerzo familiar en la hacienda. La mesa era larga y la charla animada, los asuntos de cada familia habian ido mejorando y todos estaban distendidos. Todos excepto Franco Reyes, que observaba con detenimiento a Demetrio Jurado a la distancia. Había dejado de ser un eterno optimista luego de estar preso injustamente y había aprendido de la peor manera a ser un juez implacable de las personas. Hasta el momento habia descubierto varias cosas sobre este hombre misterioso: era un adulador y un vende humo, su estatus social y su clase eran falsos, por lo que probablemente, todas sus palabras tambien lo fueran. Franco tenía experiencia con este tipo de personas, lo rondaban todo el tiempo cuando era empresario y habia aprendido a reconocerlas de inmediato para no caer en sus engaños. Había notado, ademas, que Demetrio no tenía ninguna intención romántica con Sarita. Esos sentimientos de los que hablaba Gabriela eran también una fachada. Qué intenciones tenía Demetrio con su mujer, no lo sabía, pero no eran buenas. Había algo turbio en su forma de mirarla, una oscuridad que Franco no podía nombrar pero que había visto en algunos de sus compañeros de prisión, justo antes de atacar.
Guardó sus conjeturas para sí, porque no quería que sus observaciones se redujeran a una acusación de celos y se volvieran una broma, pero se mantuvo cerca de Sarita mientras hablaban con su familia en la sobremesa. Cuando se levantaron para pasar al living a tomar café, Franco notó una situación extraña.
Gaby aprovechó ese momento para ir al baño, pero no al mas cercano, si no que tomó un pasillo largo y fue hasta el fondo, hacia donde estaba el cuarto del abuelo. Justo antes de llegar a la puerta escuchó pasos. Se dio vuelta y se encontró cara a cara a Demetrio. Caminó hacia atrás hasta chocar su espalda con la puerta y, al tiempo que tanteaba en busca del picaporte, preguntó:

- ¿Que hace aquí Demetrio, por qué me sigue?

- Ay Gaby, no te estoy siguiendo - en tono socarrón - justo me dieron ganas de ir al baño y te encontré aquí.

- No le creo, por favor apartese y déjeme traquila.

- Gaby Gaby Gaby - chasqueó la lengua - cuando te vas a dar cuenta que yo quiero ser tu amigo? - se le acercó mas aún - y que cuanto mas me apartas, mas me gusta.

Después de eso, todo fue un poco confuso hasta que se encontró con la imagen de su padre sujetando a Demetrio contra la pared, con el antebrazo apretándole el cuello.

- Escúcheme, señor - Gaby miraba la escena, conteniendo la respiración - yo he conocido tipos como usted, he vivido con ellos, he comido en su mesa y me les enfrenté por mi vida. Yo estoy aquí, y ellos? Se lo haré averiguar si vuelve a acercarse a mi hija o a mi mujer. - lo soltó y Demetrio cayó de rodillas, frotándose el cuello mientras jadeaba para recuperar el aire.- Y deje en paz a mi suegra tambien, si?

Cuando le tomó la mano a su hija para salir de allí, no sabía quién temblaba mas. Ahora que lo había visto de cerca, Franco diría que ese tipo tenía la muerte en la mirada, el deseo incontenible de infligirla y el placer de contemplarla en acción.
Entró con Gaby a la habitación que era de don Martín y la abrazó con fuerza. Ella se aferró a su cuerpo mientras sollozaba por la angustia y la rabia, el la dejó hacer hasta que se le agotaron las lagrimas. Cuando la sintió mas tranquila, preguntó:

- ¿Hace cuanto te acosa este tipo?

Cuando regresaron a la reunión, Demetrio brillaba por su ausencia. El viaje de vuelta transcurrió en un silencio tenso, pero Sarita decidió no indagar. Una vez dentro de la casa, Franco dijo

- Sara, necesito hablar contigo de algo muy serio.- se sentaron frente a frente, con Gaby flanqueando a su papá - Ni tu hija ni yo volveremos a compartir nada con Demetrio Jurado. No me importa qué, ella y yo nos retiramos de donde sea que esté. A tí no puedo obligarte, porque eres una persona adulta y autónoma, pero te recomiendo que hagas lo mismo.

Sarita se contuvo justo antes de explotar. El asunto de Demetrio la tenía hasta la coronilla y maldecía la hora en la que ese señor había entrado en sus vidas. Respiró hondo y miró a las personas que tenía enfrente: dos de las personas que más amaba en el mundo. Su hija la miraba con los ojos brillantes, llenos de lágrimas, y esa angustia que le brotaba cada vez que tenía a Demetrio cerca. ¿En qué momento dejó de inquietarle que su hijita, la alegre y despreocupada de la familia, se pusiera de esa manera ante la mera mención de ese tipo? Le vino el recuerdo lejano de sus hermanas en pánico ante Fernando Escandón mientras su madre lo defendía a capa y espada por encima de ellas. Se recordó a sí misma, jovencita y muerta de miedo, poniendo el cuerpo para defenderlas, no sólo de ese cerdo, si no de su propia madre. La invadió una culpa inmensa por haber hecho oidos sordos al dolor de su hija, pero había una cosa que Sara Elizondo sabía hacer bien: reconocer sus errores y rectificarlos.
Se puso de pie, se acercó a Gaby y le tendió la mano para que se parase. Cuando estuvieron frente a frente, la miró a los ojos y le susurró

- Perdón, mi amor. ¿Me das un abrazo?

Si quieres prende con mis cartas una fogataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora