En el baño

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- ¿Qué estás tramando, Franco Reyes?

- Mañana te vas a enterar, mi amor - le descruzó los brazos, sonriendo - yo creo que te va a encantar - la besó despacio - pero ya veremos - le dio un palmadita en el culo y entró a la habitación para irse a dormir.

Sara se volteó a mirarlo alistarse para la noche y se mordió el labio de manera inconsciente. Franco le había gustado desde el primer momento que lo vió, siempre le habia parecido un hombre guapo, pero no esperaba que con el paso de los años le gustara cada vez más. Se sacó la camisa y tomó la remera que usaba como piyama sintiendo los ojos de su mujer siguiendo cada uno de sus movimientos. Sonrió para sus adentros y exageró un bostezo, deseando que ya llegara la noche de mañana. Por primera vez desde la sentencia, Sara se acercó a él en la cama y se quedó dormida sobre su pecho, arrullada por el latido de su corazón.

Franco abrió los ojos por la mañana cuando escuchó a Sara salir del baño en suite. Miró el reloj y descubrió que no era tan temprano como temía, si no que Sarita se habia levantado un poco mas tarde.

- Buen dia Franco - le sonrió.

- Buen dia mi amor - tenía la voz ronca de sueño y estaba despeinado, Sara se mordió el labio ante la visión.

- ¿Sales ya para los establos? - el tono era claramente juguetón.

- Si, no sé, quizás podria... - titubeó.

- Excelente, podemos tomar un café juntos y luego salgo a San Marcos- se levantó de un salto, dejando a una Sara ofuscada detrás.

Esa tarde, Franco fue a buscarla a los potreros. Tenía puesto un traje azul oscuro con una camisa celeste impecable y ella no pudo contener las ganas de besarlo, aun estando los vaqueros presentes. La llevó de la mano hasta la habitación donde la esperaba un vestido color granate extendido sobre la cama.

- Es precioso, gracias mi amor.

- Si quieres puedes estrenarlo esta noche, tenemos reservada una mesa en un restaurant en el pueblo.

El restaurant era muy fino, con una ambientación moderna e intimista. El maître los guió hasta una mesa para dos y les dio la bienvenida. Ordenaron la comida y una botella de vino, que les sirvieron mientras esperaban. Estaban sentados cerca y cuando Sarita sintió una mano en la rodilla suspiró. Ya la había torturado durante el viaje, poniendole una mano en el muslo, dibujando pequeños círculos con los dedos. El calor de su palma le había resultado abrasador y tuvo que apretar las piernas para tratar de aliviar la presión.

Franco se levantó para ir al baño y Sara, harta ya de que la esquivara, decidió seguirlo. Lo apartó del lavamanos sin mediar palabra y lo metió en un cubículo. Acto seguido, se arrodilló en el piso y le desabrochó el cinturón. Franco iba a objetar, pero se le quedaron las palabras en la garganta cuando sintió primero la mano y luego el calor de su boca engullirlo. Echó la cabeza hacia atrás y hundió los dedos en la melena de su mujer. El ritmo que estableció era vertiginoso, Franco no iba a aguantar si seguía así. Miró para abajo y cuando se encontró la mirada oscura y hambrienta de su mujer pensó que se iba a volver loco. Apretó el puño que tenía enredado en el pelo de Sarita y la tiró hacia arriba, haciendola gemir. Ella se relamió mientras se ponía de pie y él le atacó la boca en un beso agresivo, que ella respondió de igual manera.
Cuando sintió la mano de Sara volver a deslizarse hacia su ingle, Franco chistó y la detuvo. En un movimiento ágil, la hizo girar y Sara se encontró con la mejilla apretada contra la pared y a su esposo dejandole un camino de besos húmedos en la nuca. Franco levantó la tela del vestido hasta las caderas y le bajó la ropa interior hasta las rodillas. Sara estaba inmóvil, jadeando, esperando ansiosa el próximo contacto, pero la sorprendió al susurrarle al oido:

- Eres una visión, Sara Elizondo.

- Franco, por favor - gimoteó.

- Por favor qué? - hundió los dedos en sus caderas, sujetándola con fuerza.

- Te necesito, mi amor, por favor - rogó Sara, al borde de las lágrimas.

Franco no pudo mas y la penetró lentamente, hasta lo mas profundo que le permitía el ángulo. Sara dejó escapar una especie de sollozo y empujó hacia atras con las caderas, buscando mas fricción. Cuando empezaron a moverse, acompasados, supieron que no durarían mucho. Franco la embestía con fuerza, sin darle tregua, y Sara tuvo que bajar una mano hasta su clitoris, desesperada por llegar al climax. Franco lo notó y se pegó a su espalda, llevando una de sus manos a sus pechos y pellizcandolos por encima del vestido. Sentirlo tan cerca, respirando agitado contra su cuello fue lo que terminó llevándola al orgasmo y cuando Franco la sintió tensarse, dejó de contenerse y se dejó llevar también.

Unos minutos mas tarde, cuando recuperaron el dominio de sus cuerpos, se limpiaron y se acomodaron la ropa. Sara salió del cubículo alisándose la arrugas del vestido y se miró al espejo. Tenía las mejillas encendidas y el pelo hecho un desastre, pero un brillo en la mirada hacía mucho que no lo veia. Franco la abrazó desde atras y la miró a través del reflejo.

- Estas increíble, Sara -le sonrió embobado.

- Estoy un poquito despeinada - dijo ella, haciendose la interesante.

- Estas hermosa - la giró para ponerla frente a el y le dio un beso - y te queda muy bien estar así despeinada, sobre todo si te despeino yo.

- Si sigues así, voy a pensar que te gusto - le coqueteó y Franco rió al escucharla.

- Ah, si? - le siguió el juego - y que pasaría si te dijera que no me gustas?

- No te creeria nada, bobo. Tú no te viste la cara ahi adentro, te tenía loquito. - Sara sintió que recuperaba la confianza en sí misma minuto a minuto.

- Me tienes loquito hace 25 años - se encogió de hombros exageradamente - para qué te lo voy a negar.

Ella le echó los brazos al cuello y el la abrazó con fuerza. Salieron del baño tomados de la mano, tratando de aguantar la risa ante las miradas reprobadoras de los demas comensales.

La comida estaba deliciosa y ellos estaban hambrientos. No hablaron mucho durante la cena, pero sus miradas lo decían todo. Cuando llegó el postre, Franco respiró hondo y hurgó en el bolsillo de su chaqueta. Sacó una cajita aterciopelada y la dejó sobre la mesa, entre el tiramisú y la mousse de chocolate. Sara miró la caja primero y luego a él, desconcertada. Franco le hizo un gesto para que la abriera y encontró adentro dos alianzas. Volvió a levantar la mirada, con lágrimas en los ojos.

- ¿Qué significa esto, Franco? - le temblaba un poco la voz por la emoción.

- ¿Te casarías conmigo de nuevo, Sara?




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Perdón por la espera, estaba trabadisima!

Si quieres prende con mis cartas una fogataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora