En su cabeza

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Sara Elizondo sentía culpa. Asco, furia e impotencia, pero sobre todo culpa. Cuando Sibila les describió con un hilo de voz cómo fue que Demetrio Jurado mató a Nino y a su abuelo a sangre fria, Sara sintió que se desmoronaba. Cuando sus cuñados, Franco y sus sobrinos encontraron a Román y este declaró los vínculos estrechos de Demetrio con la pandilla que aterrorizaba San Marcos y la región, Sara sintió una rabia inmensa. Pero cuando salieron a la luz los femicidios, a Sara la aplastó la culpa. Se plantó en el tribunal donde transcurría el juicio y escuchó toda la declaración en la que decribia cada asesinato en ese tono dulzón con el que le había hablado a ella también y la invadió un asco atroz. Lo había dejado entrar en su casa y en su vida, le había contado cosas íntimas y había expuesto a sus hijos, a sus hermanas y a sus empleados a un psicópata. Sara estaba furiosa consigo misma y por eso hizo lo único que sabía hacer: se abocó al trabajo con una diligencia frenética.

Cuando sonó el despertador, Franco estiró el brazo en busca de su mujer, pero solo encontró las sábanas frias. Hacía casi dos semanas que Sara se despertaba al alba y desaparecía en los potreros, de donde regresaba justo para cenar, bañarse y dormir.
Desayunó solo y cuando le preguntó a Irene donde estaba su familia, la respuesta no lo sorprendió

- Andresito no durmió aquí, la niña Gaby salió corriendo a la universidad hace unos minutos y doña Sarita está en los potreros desde hace horas.

Esa mañana tenía compromisos de trabajo en San Marcos y una reunión con su abogado, por lo que tomó su camioneta y salió. En el camino sus pensamientos fueron hacia Sarita. Desde el juicio estaba muy rara: no había visto a sus hermanas, pasaba la menor cantidad de tiempo posible en la casa y en la cena apenas hablaba. Ni hablar de dejarse tocar o iniciar algo con él.
Al mediodía, Franco encontró unas horas para almorzar con Andrés y Albin. Hablaron un poco sobre el regreso de Franco a la dirección de sus empresas y de cómo lo estaba llevando cuando Albin preguntó

- Y cómo está Sara despues de lo del juicio?

- Pues, ahora que lo mencionas, ha estado bastante rara.

- Debe haber sido un golpe muy duro para ella, no? Ese tipo la manipuló y traicionó su confianza de la peor manera - Albin seguía reflexionando mientras Franco terminaba de encajar las piezas en su cabeza - por no hablar del peligro al que estuvieron expuestas con el en la casa.

- Además, con lo mal que lleva mamá lo de sentirse una victima, debe estar culpándose a ella misma. - dijo Andres - Intenté comunicarme varias veces pero no atiende el teléfono y me responde a los mensajes con monosílabos.

Después de esa conversación, Franco empezó a formular un plan. Durante la cena miró atentamente a su mujer y se le rompió el corazón al notar que, efectivamente, Sara estaba siendo su propia jueza y verdugo. Pero si Franco Reyes había logrado romper la coraza de Sarita una vez, lo haria de nuevo, sin lugar a dudas.

Unos dias mas tarde, Sara estaba en los establos, paleando heno cuando vio venir a un mensajero con un ramo de rosas inmenso. Frunció el entrecejo, pero el muchacho se encogió de hombros y le dijo que le habían ordenado entregarlo en mano directamente a ella. Las flores eran preciosas y cuando Sarita leyó la tarjeta que las acompañaba sintió que le subían los colores. Gonzalo, que andaba cerca, vio la escena y sonrió aliviado porque esta Sarita madrugadora lo tenía un poco enloquecido.
La noche siguiente, cuando salió de bañarse, encontró la mesa puesta en el deck exterior, con velas y servicio para dos. Su marido (ex?) la esperaba sonriente

- Qué es todo esto, Franco?

- Quise aprovechar que estamos solos para hacer algo bonito por tí - apartó la silla para ayudarla a sentarse.

- No sé que pretendes con esto, pero estoy rendida, solo quiero comer e ir a dormir - dijo seria, mirando el plato.

- Solo pretendo mimarte, te lo mereces con lo duro que estás trabajando - levantó las manos en señal de inocencia. Sara refunfuñó, pero esbozó una sonrisa.

Dos dias despues, Franco entró al despacho de Jimena en el Centro de Modas con una idea.

- Hola cuñado, como has estado? - se saludaron con un beso y tomaron asiento.

- Yo muy bien, cuñadita, mucho mejor. Esa terapia me ha ayudado muchisimo.

- Me alegra mucho que te hayas animado a ir, no sé si tus hermanos hubieran hecho lo mismo- negó con la cabeza y tomó un sorbo de café - y bastante bien les vendría.

- ¿Esos dos? No se acercarían ni a 20 pasos de un consultorio psicologico - Franco se encogió de hombros.

- Bueno, ya dime que te trae por aquí!- preguntó Jimena, muerta de curiosidad.

- Vengo a pedirte dos cosas: necesito un vestido para Sara, algo que sea de su estilo y que le quede espectacular.

- ¿Es para alguna ocasión especial? ¿Para el dia o la noche? ¿Tienes algo mas en mente? - Jimena tenía un anotador en la mano y esperaba, ansiosa. Amaba diseñar para su familia, sobre todo para sus hermanas: las conocía a la perfección y le encantaba resaltar sus bellezas naturales.

- Es para salir a cenar juntos, como una cita, no sé - se puso un poco nervioso - Desde que volví no hemos tenido momentos así, de pareja, sabes? Creo que nos merecemos reencontrarnos. - Jimena asintió.

- Me parece muy buena idea, Franco. Además mi hermana se merece que la cortejes un poco, que te la ganes de nuevo - lo miró fijo - porque vale mucho y se lo decimos muy poco.

- Lo sé, todavia no entiendo de donde saqué tanta suerte con Sarita, pero se lo voy a recordar cada dia.

- Bueno, y que es la otra cosa que me ibas a pedir? Lo del vestido dalo por hecho, ya se me ocurren cositas. - su entusiasmo era contagioso.

- Necesito que vayas a visitarla. Está trabajando de sol a sol para tapar lo mal que se siente con lo de Demetrio y necesita empezar a hablar, reencontrarse con su familia, ver que nadie la culpa por lo que pasó.

A la tarde siguiente, Sarita vio interrumpidas sus tareas por la llegada de su hermana menor. Intentó poner el trabajo como excusa, pero Gonzalo intervino diciendole que él se encargaba de lo que faltaba por el día, que no era necesario que se quedara. Salieron a dar una vuelta por los alrededores y de a poco Sarita se fue ablandando. Jimena omitió mencionar a Demetrio y la conversación fue fluyendo. Cuando llegaron de regreso, Franco las esperaba sonriente. Se acercó a Sara y la tomó de la cintura para ayudarla a bajar, en ese gesto tan íntimo que lo caracterizaba.

La noche siguiente recibieron a cenar a Juan David y Muriel, que estaban felices de ver que su madrina favorita abandonaba el ostracismo.  A la tarde siguiente, Albin y Andres, recien llegados de un viaje relámpago a España, compartieron la merienda en la hacienda. A la noche siguiente, Juan y Norma. Y así cada dia de la semana durante una semana seguida.
Cuando terminó de despedir a los invitados, Franco subió a su habitación y se encontró a su mujer apoyada contra el marco de la puerta, bloqueandole el paso con cara de pocos amigos

- ¿Qué estas tramando, Franco Reyes?

Si quieres prende con mis cartas una fogataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora