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Todo parecía estar tranquilo cuando Jessica llegó a la puerta de su casa tras haberla dejado ahí sus nuevos amigos, si haber detenido juntos un abusador de jóvenes crearía lazos lo suficientemente fuertes para considerar a alguien un "amigo" lo cual crea un leve, pero notable Tic en la mente de esta chica. Luchaba interiormente su cuerpo contra su cerebro, se había formado un debate si tocar la puerta y entrar al lugar donde duerme un hombre paranoico que era evidente que poseía una que otra psicosis o quedarse afuera donde había un psicópata suelto por las calles que volvería a hacer de las suyas en cualquier momento, peor, podría hacer de las suyas con ella y debido a que solo su padre la conoce en ese pueblo nadie se percataría de su desaparición. Una cosa o la otra, sabiamente escogido entrar.

Al cruzar el umbral de la puerta notó que cerca estaba su padre, ahí, observando plenamente el cristal de que separaba la sala de estar del exterior, una mirada tan perdidamente que asustaba.

—¿Papá? —pregunta con el intento de llamar su atención y como si se tratase de un trance, su padre relaciona.

—Jessica, me alegra que llegaras, ya preparé tu habitación, tardaste mucho, ¿conociste el lugar?

Tardaba en pensar su repuesta, no desearía generar preocupación en su padre, mucho menos con todo lo que está ocurriendo, liberó un pequeño suspiro antes de hablar.

—La verdad..., sí, conocí el sitio y quedé maravillada, muchos sitios de comida, no como los de casa, claro está.

—¿Qué hay de las personas?

—¿De qué personas hablas? —su corazón se detuvo por un segundo antes de aumentar sus latidos.

—¿Conociste nuevas personas? Tomando a que la gente de aquí es un poco extraña.

—Sí, una señora, una ancianita que ayude a cruzar por la calle, mu dulce.

Mentira, la primera mentira que le había dicho a su padre.

—Me alegra, ven para que conozcas tu habitación.

El señor Andrés se levanta de su silla y le hace un ademán a su hija para que la siguiera por unas escaleras hasta el segundo piso, da el primer paso y se escucha como rechinaba la madera vieja, ¿qué tan vieja? Jessica igualmente sube, sus ojos lagrimean levemente debido a las grandes cantidades de polvo que consumían el lugar, era más notorio el polvo mismo que las superficies de las paredes o los muebles. Digno de conmemorarse una casa de terror.

Abre la puerta, sin sorprenderla esta rechina, un rechinido agudo que estremecía sus oídos.

—Tranquila, le colocaré aceite lo antes posible —dijo su padre al estremecerse igualmente.

Al entrar notó un espacio amplio, no tan lujoso, pero agradable, unos oscuros pilares de madera en el techo que sostenían el mismo, paredes igualmente de madera, está más clara y un poco más brillosa, una amplia cama matrimonial para ella sola cubierta por unas antiguas sabanas de abuela, mejor dicho, bisabuela, unas repisas de madera sobre la cama con sus libros favoritos incluyendo La Gabbianella e il Gatto, un gran armario junto a un espejo de cuerpo completo, un tocador con otro espejo, este más pequeño y una gran alfombra que cubría casi toda la habitación.

—Entonces, ¿te gusta? —pregunta sacudiendo un poco el polvo.

Lo mira con una mezcla de inconformidad, pero de agrado al mismo tiempo.

—Me encanta papá, es agradable, solamente necesita mi toque personal y mover algunas cosas, ya lo verás, quedará fantástico, a darle que es mole de olla.

—Esa es la actitud pequeña, el mismo positivismo y la misma chispa que tu madre siempre tenía y la razón por la que me enamoré de ella, nunca pierdas esa luz que te hace tan especial y mucho menos permitas que alguien te la arrebate.

Jessica lo abraza rápida y fuertemente para ocultar una pequeña lágrima que se escapaba por su mejilla, esta vez no debido al polvo.

—Te amo papá.

—Yo te amo más mi pequeña.

Una escena conmovedora entre padre e hija que muy difícilmente puede ser quebrado por alguna persona o lugar.

—Te dejo para que te instales.

Andrés sale de la habitación cerrando la puerta para que Jessica se encargara del resto. Tras un par de horas la noche cae llenando el pueblo solo de la penumbra de la luna, si de día era misterioso, de noche era inefablemente aterrador, pero Jessica se encontraba totalmente segura entre las cuatro pares de su habitación. Su padre le llevó la cena, unas quesadillas que la harían recordar el calor de su hogar, al menos el sabor.

Decide descansar un rato la mente cuando repentinamente unos ruidos se escuchan fuera de su habitación, lo cual le generó pánico, pero más que eso curiosidad de saber que había sido, sale cautelosamente con la linterna de su celular, el ruido se escuchaba encima de ella, en ese instante se percató de una pequeña cuerda en el techo, era la de la entrada de un ático.

Con la ayuda de un gancho que se encontraba cerca logra abrir la entrada y bajar unas escaleras, sube lentamente percatándose de su entorno, hasta que logró ver algo.

—¡No puede ser!




El Misterio de FogvilleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora