Epílogo

75 8 1
                                    

2011

El sol salía se comenzaba a emplazar dando por finalizado la oscuridad de la fría noche, podía notarlo a través del empañado cristal de la ventanilla del auto, la temperatura era baja, lo suficiente como para que el frío recorriera transversalmente por todo mi cuerpo a pesar de que el sol ya estaba en su lugar. Mi pulso estaba levemente agitado, ¿miedo? Podría ser, la idea de dejar todo atrás, de despojarme de todos mis recuerdos, personas y momentos, era algo que nunca se había cruzado por mi cabeza. Aunque siempre he sido ese tipo de persona que se sabía adaptar a las circunstancias, esto iba en contra de todas mis ideas y de lo que haya podido pensar.

—¿Nerviosa? —pregunta papá mientras me dedicaba una dulce mirada a través del retrovisor.

—No, ¿por qué lo dices?

—Sagacidad —responde arqueando una ceja. —Además, la última vez que te veía juguetear con tu cabello recuerdo que estabas parada enfrente de tu escuela de primaria, también recuerdo que te daba por morder levemente tu labio inferior.

—A veces odio el hecho de que me conozcas tan bien —repliqué soltando una ligera sonrisa

—Si tu propio padre no es capaz de conocerte, ¿quién se encargaría de ello?

—Solo, es algo de lo que no debes preocuparte.

—Sabes que puedes hablar conmigo de lo que sea.

—Lo haría si pudiera, pero ni yo podría explicarlo en palabras.

—Te entiendo, cuando puedas búscame y hablamos —dijo guiñando el ojo. —¿Quieres escuchar algo de música?

—Por favor.

Papá saca unos viejos casetes para luego introducir uno en un lector, de ahí empezó a salir una hermosa melodía de piano que logró poner fin a esos pequeños nervios que por mí recorrían.

Habíamos llegado a un pueblo, dado que casas se empezaban a notar con más constancia.

—Te encantará la casa de papá, es espaciosa, hermosa y fue el lugar donde formé mis recuerdos de la niñez. Incluso podrías hacer amigos nuevos.

—Qué emoción —agrego alzando ambas cejas.

—De acuerdo sarcástica, mejor espero que veas el sitio con tus propios ojos... ¡Mierda!

Una vuelta exageradamente brusca destrozó cada uno de mis pensamientos, con mi mano derecha tomé firmemente del asidero del auto, mientras que con la otra mano me reforcé tomando el asiento delantero, pisé con fuerza el suelo como si mi vida dependiera de ello, así era.

—¿Qué fue eso? —pregunto tras recobrar la conciencia después de ese acontecimiento

—Lo siento cariño, ¿estás bien?

—Sí, no gracias a esa maniobra, pero bien, repito, ¿qué fue eso?

—Pareció ser un siervo, pero la leve niebla no me dejó detallarlo —responde papá con la vista bien fijada en el camino. —¿Querías emoción cierta? Ahí la tienes.

—Para la próxima pediré un auto.

Papá esboza una carcajada, una leve sonrisa contagiosa, muy contagiosa, lo suficiente como para olvidarnos de lo sucedido y durar el resto del viaje a carcajadas.

Llegamos, era una casa algo grande, pero así mismo algo desgastada, una casa con el típico techo de aguilón, una puerta que demostraba su vejes con la madera de roble raída, ventana, varias ventas, pero una de ella estaba rota, como si una especie de roca hubiera impactado con ella, el césped del jardín estaba alto, una jungla se podía observar a primera vista «Monster House» fue lo primero que llegó a mi mente como una bala al ver esa estructura que parecía inestable. De la casa a nosotros nos separaba una cerca metálica y oxidada con un pilar de piedra por cada dos metros de metal, en uno de sus pilares se encontraba una placa metálica con el número «94».

Se escucha un irritante chirrido impregna mis oídos al abrir la puerta de aquella reja, pero no fue tan escalofriante como el grito repentino que se escuchó solo segundos después de eso.

—¡Ahí viene, ahí viene! —exclaman desde el interior de la casa. —¡Ahí viene, ahí viene!

Papá entró deprisa a la casa, casi derrumbando la puerta, no entendía lo que ocurría esa mañana, no entendí lo que estaba sucediendo solamente apenas el amanecer del primer día en este lugar, ya sentía escalofríos.

Presencio todo, desde afuera veo como mi padre toma un hombre mayor de los hombros que repetitivamente gritaba «¡Ahí viene, ahí viene!». Un hombre con el cabello crespo y blanco con tonos de plata, notorias entradas que notaban su perdida de cabello, a simple vista asemejaba la edad de unos sesenta, quizás hasta sesenta y cinco, con una altura de un metro con setenta aproximadamente.

—Tranquilo papá, todo está bien, no hay nadie, nadie viene por ti, aquí estoy. Papá soy Andrés, tu hijo, mírame tu hijo está aquí.

—¿Papá está todo bien? —pregunto con temor a entrar por lo que ocurría frente a mis ojos. —¿Qué estás ocurriendo?

—Dame un minuto, te lo explicaré todo.

Cuando papá encaminó con ese señor por un estrecho pasillo a mi espalda, dos chicos paseaban en sus bicicletas mientras sus miradas estaban exageradamente fijas en aquel escándalo formado, frías miradas, muy frías miradas como un arquero mira fríamente su tiro al blanco. Se fueron de largo, pero aun así sentía sus miradas en mi espalda.

—Cariño —dice mi padre acercándose al umbral de la puerta. —Entra por favor.

Así mismo entro, inmediatamente un segundo escalofrío recorre mi cuerpo al entrar por esa puerta, tomo asiento en una de las sillas que señala mi padre, igualmente él busca lugar para sentarse.

—De acuerdo, por donde empezar.

El Misterio de FogvilleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora