El inicio

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Marcela estaba desolada, sentía que se moría lentamente por dentro. Las peleas con Armando, su indiferencia y la distancia entre ellos la estaban consumiendo. Todo lo que había planeado para su vida parecía desmoronarse. Sentía que en poco tiempo Armando se cansaría aún más de ella y la dejaría de una vez por todas para estar con su amante.

Había pasado por esta situación varias veces, había estado en el lugar de la mujer traicionada varias veces, pero ahora parecía ser diferente. Sentía en su corazón que esta vez era diferente, no sabía por qué, pero estaba completamente convencida de que estaba a punto de perder a su prometido y no podía soportar la idea de estar sin él.

—Ay, Marce... -¿Qué vas a hacer ahora? —Preguntó con curiosidad la peliteñida.

—No sé, Patricia... no sé. —Respondió cansada.

—Tenemos que encontrar a esa desgraciada que quiere robarte a Armando.

—Sí, pero ¿quién? Estoy cansada, cansada de tener que sacar a tantas mujeres de la vida de Armando. Me está matando. — Se lamentó Marcela con tristeza.

Antes de que Patricia pudiera decir algo para calmar el corazón de su amiga, las dos oyeron que llamaban a la puerta. Marcela se enjugó unas lágrimas que le habían caído en su mejilla y dejó entrar a su secretaria, Mariana.

—Lo siento, doña Marcela, pero el doctor Armando le pide que entregue los informes de los puntos de venta a Betty. —Dijo un poco avergonzada por interrumpir la conversación.

—Están aquí Mariana.

—Gracias, doña Marcela. Con permiso. —Dijo tomando la carpeta azul que Marcela estaba alcanzando y luego salió cerrando la puerta.

—¿Sabes quién debería saber lo de la amante de Armando? La fea, Marce, lo sabe todo.

—Sí, es cierto, Patricia... Pero no querrá decir quién es ni dónde se encuentra con Armando. —Dijo al saber que Betty era muy leal a su jefe.

—¿Ni siquiera si la presionamos?

—No, se lo diría a Armando y eso sólo nos distanciaría más. —Suspiró y luego se levantó para recoger sus cosas. —Mañana veré qué hacer, pero ahora me voy a casa. Tengo un terrible dolor de cabeza y todavía tengo un día ocupado mañana.

Decía, y era cierto, que le estallaba la cabeza por tantos problemas en la empresa y en su relación. No podía preocuparse por tantas cosas, quería casarse y tener una vida tranquila, formar su familia con el hombre que ama, cuidar la parte de Ecomoda que le dejó su padre. Marcela sólo quería vivir en paz.

Últimamente no tenía muchos momentos así, se iba a dormir pensando en los problemas del día siguiente y se despertaba pensando en el día anterior.

Finalmente cogió sus cosas y esperó a Patrícia. Cuando se fue ni siquiera miró a Armando, de hecho ni siquiera sabía si se había ido a casa. También estaba cansada de esperarlo hasta altas horas de la noche o de llamarlo hasta perder la cuenta de cuántas llamadas había dejado en su teléfono.

Condujo hasta la casa de su amiga y luego fue a su propio apartamento. Se dio una ducha relajante y preparó una cena rápida para poder dormir por fin y estar de mejor humor al día siguiente. Estaba agotada, más cansada que nunca, física y mentalmente.

En cuanto se acostó en su cama, se durmió profundamente en cuestión de segundos.

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El sol ya había salido hace unas horas, entrando por las ventanas del dormitorio con sus enormes cortinas abiertas, iluminando el lugar con todo su brillo. Marcela se despertó y, aún cansada, decidió quedarse un poco más en la cama, pero pronto recordó que tenía que ir al aeropuerto a recoger a sus suegros. Así que, sin el menor ánimo, la Valencia se levantó y se fue directamente a la ducha.

Un cambio inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora