El Sol estaba por ponerse. Mayiwo, al terminarse su porción de guiso, y habiéndose enterado de la situación en que se encontraba Boroba, tomó la cazuela, que ya estaba vacía, la sostuvo boca abajo entre sus piernas, y comenzó a percutirla en un ritmo ternario y lento. Tras un par de repeticiones comenzó a improvisar un verso:
pi wiktásawi wiktá
naden, pecesitos
kele, ũt wãxá
allá, en el mar
wasú ol muxu kalá
nosotros comeremos en la playa
ũt sulsú sẽté wa
Bajo la lunaLos demás, que aún sostenían algo de guiso en sus brochetas, la escucharon con atención. Arenna movía su cabeza al ritmo, y Samai, solazado, parecía disfrutar aún más de su bocado con este acompañamiento.
Boroba no podía más que deleitarse en el sabor de la comida, y reiterar lo rica que estaba.
Mayiwo continuó versando brevemente, ahora en compañía Arenna que iba respondiendo con sus propios versos, hasta que todos terminaron de comer. Entonces Mayiwo cantó: pi ul nesú, ulya teze telá, y concluyó el ritmo con un remate en la cazuela.
— Vámonos, antes de que se haga de noche.
En breve guardaron todo, y se encaminaron hacia la aldea.
Al borde de la playa, algo entre la arena reflejó la luz del sol poniente, y destelló en el ojo de Arenna. Era un pequeño y desgastado cristal amarillo. Arenna se detuvo para recogerlo y lo guardo en su bolsa.
La senda ahora se veía con menos claridad, pero Samai y las otras dos ya la conocían muy bien. Boroba, por otra parte, tropezó unas cuantas veces.
A lo lejos, ya se podían ver luces encendiéndose. Eran altas antorchas, que los recibieron modestamente, al igual que quienes las habían prendido.
Aunque la casa de Samai estaba justo allí, frente al camino, pasaron de largo, pues acompañarían a Arenna hasta su cabaña, cerca del centro de la aldea.Caminaron de nuevo junto a las columnas horarias, y esta vez, Boroba decidió no quedarse con ninguna duda.
Arenna y Samai le explicaron lo que era esta estructura, y Boroba aprendió, además, que la inscripción en la base se trataba de los nombres de Mabu y Akili, autores de este monumento, escritos en un alfabeto que el último había importado de alguna tierra lejana.Llegaron al sitio.
Awéze, la esposa de Salawi, los recibió.
— ¿Cómo están? ¿Se lo pasaron bien?
— Si nan, bastante.
— Me alegro. Veo que tienen un nuevo amigo, ¿Cómo te llamas?
—... Boroba
— ¿No eres de aquí, cierto?
— No.
— Boroba tiene una historia bien interesante, nan, al rato te la cuento.¡Bratu! —Se oyó por detrás. Salawi venía regresando de su trabajo. —Será mejor que vayas a dormir pronto, o tendrás dificultades para despertar tan temprano.
Todos voltearon, confundidos.
— Ah, sí. Debo reunirme con el jefe antes de que salga el sol.
— ¿Por lo de tu artefacto? — Preguntó Samai.
— Así es.
— Bueno, entonces, ya no nos distraemos más. Nos vemos mañana, Arenna. ¡Buenas noches a todos!Ahora, sólo tres de ellos partieron hacia el recinto de Samai.
Todos se fueron a dormir: Samai y Mayiwo en sus respectivos catres, y Boroba en la hamaca que Samai le instaló.
El sueño de Boroba fue muy ligero. Debía estar alerta a la luz y la temperatura, pues el momento más frío de la madrugada era su señal para levantarse.
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Las tres tribus
FantasyUn forastero llega a la aldea Kalasi en busca de un misterioso objeto. Samai Wanzu, un fabricante de herramientas, le ayuda en su búsqueda.