Accidentes y Malentendidos

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El taller de Samai consistía en tres paredes y un techo, bajo el cual había varias mesas de trabajo y muchos estantes para colocar herramientas.
Cuando Samai y Boroba llegaron, era hora del almuerzo. Todo estaba más o menos en orden y el olor a madera era reconfortante. Arenna no estaba, pues había salido a comer con su familia adoptiva.

—¡Vaya! Tienes muchas herramientas, ¿Qué fabricas aquí?
—Herramientas.
—Oh, claro, eso lo explica.
—Bien, puedes quedarte aquí a buscar lo que necesitas, yo iré a almorzar a mi casa. Cualquier cosa que se te ofrezca, me encuentras aquí al lado.

Samai salió del taller y entró a su pequeña cabaña. El mensajero se quedó solo.

En casa de Samai se encontraba Mayiwo, su esposa, entretejiendo un manojo de palma seca para hacerse un sombrero. Mayiwo era una gran artista y artesana, diestra en el tallado, la pintura y la costura, habiéndole enseñado estas artes a Samai.

— ¿Vas a comer, Samai?
— Sí. ¡Oh, un sombrero! Oye, ¿Recuerdas si aún tenemos kigelia?
— Está en la canasta con forma de pájaro.
— Gracias. Mira lo que hice de camino a acá.

Le mostró el pescado de madera que había tallado hace un rato

— ¡Qué bonito! Aplánale abajo para ponerlo en la mesa y que no se caiga.
— Qué buena idea. Oye, ven, por favor ayúdame a preparar el guiso de kigelia, que mi hambre tiene algo de prisa.
— Claro, ahora voy. Oye, ¿Cómo te fue?
— Pues, hoy ha sido un día extraño. Me encontré un extranjero que buscaba un nosequé de metal y lo dejé buscarlo en mi taller.
— ¿No temes que te robe?
— Es un buen tipo. Me ayudó con un dolor de cabeza.
— Eres honesto y noble, Samai, pero crees que todos los demás también.

Samai guardó un reflexivo silencio y abrazó a Mayiwo, dejando solitario al crujir de la lumbre que calentaba el guiso.

Boroba recorrió por completo el taller de Samai, buscando cualquier rastro del Ghvan, pero no halló nada. Buscó por todos lados. Cuando terminó buscó de nuevo, otras tres veces, infructuosamente. 

Mientras tanto, habiendo terminado de comer, Samai ayudaba a Mayiwo a terminar el sombrero, mientras ella le hacía detalles al pescado de Samai.

Cansado y decepcionado, Boroba se recargó en un tronco que hacía las veces de viga en la estructura. Este estaba mal apoyado en el suelo y al recargarse, el tronco cayó estrepitosamente hacia el exterior del lugar, aplastando un hormiguero y espantando a varias aves. Samai oyó el estruendo desde su pequeña cabaña y salió corriendo a ver qué había sucedido.

El tronco había levantado mucho polvo al caer, el techo del taller se había inclinado y el suelo del exterior se había hundido por la fuerza de la caída. Boroba estaba muy apenado y pidió disculpas unas ocho veces. Samai lo tranquilizó.

—Descuida, todo es reparable aún. Incluso, fue mi culpa por no haber puesto la viga bien desde un principio. Ven, ayúdame alzando el techo.

Le dio un palo largo y delgado. Boroba lo utilizó para sostener el entramado de palma mientras, para su sorpresa, Samai levantaba tranquilamente el pesado tronco con gran facilidad.
Era de esperarse que Boroba reaccionaría con asombro y preguntas ante lo que acababa de ver. En cambio, se quedó pensativo por unos segundos y luego cruzó los brazos satisfactoriamente.

— Listo, ya está reparado. Bueno, y ¿Cómo te fue en la búsqueda, encontraste lo que necesitabas?

— No, pero ahora sé dónde no está. 

— Muy bien, es un avance. Bueno, iré a ver a mi ayudante, ya es hora de que regrese.

— Te acompaño, quiero conocer mejor la aldea.

Las tres tribusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora