Para este punto, el lector seguramente se habrá olvidado de la fuerza, tenacidad y destreza extremas que Samai Wanzu poseía.
En realidad, nadie en su tiempo lo sabía. Si bien Samai no ocultaba su poder, nunca lo mencionaba, y rara vez lo utilizaba, pues no era necesario. Y cuando lo hacía era muy moderadamente, de modo que a nadie le parecía sobrehumano.
La única persona que de alguna manera lo supo, había sido el viejo Mabu, incluso antes de que Samai lo descubriera.
Samai descubrió su poder cuando, al perderse en las afueras del pueblo, lo atacó un búfalo y él, como reflejo involuntario, le lanzó un puñetazo y lo hizo salir volando cinco metros, y huir despavoridamente. En ese momento recordó lo que el viejo Mabu le había dicho pocos días después de encontrar a Arenna:
"Algún día, Samai, descubrirás las grandes habilidades que se te han otorgado, y cuando lo hagas, solo recuerda: Úsalas para el bien y no abuses de ellas"
De esa manera se dio cuenta de que esa no había sido una enseñanza metafórica cualquiera, de un sabio anciano cualquiera a un adolescente cualquiera, así que decidió seguir el consejo.De vuelta al presente, era una apacible mañana de labor en la aldea Kalasi. Una mañana calurosa, como todas. Mientras Arenna recorría la aldea vendiendo la mercancía por medio de un carrito que ella misma había diseñado, Samai se encontraba fabricando un juego de cuchillos exclusivo para el jefe Sanzi. Este era un encargo muy especial, por lo que Samai se estaba esmerando extraordinariamente. De pronto, comenzó a dolerle la cabeza, así que se detuvo y fue al río a buscar agua para aliviar su dolor.
Pero al llegar al río, salió a su encuentro un hombre extranjero. Era muy alto y delgado y su piel era tan obscura como sus pupilas. Portaba una lanza y un morral de cuero y tenía el rostro decorado con patrones coloridos.
¿Eres un Garasi? — Profirió este con una voz muy profunda, y un acento interesante.
— Soy un Kalasi, si es eso a lo que se refiere.
— En efecto. ¿Puedes llevarme con tu jefe?
— Claro, solo espere un momento, necesito tomar agua para calmarme un dolor de cabeza.
— No pierdas el tiempo, amigo, toma esto.
Sacó unas bayas azules que llevaba en una bolsita dentro de su morral.
— Esto te quitará el malestar
— Gracias
— ¡Espera, sólo una, o te hará daño!
— Ah, lo siento.Tomó la pequeña fruta entre sus dedos y la introdujo a su boca. Al instante, sintió una gran frescura en su lengua, que se fue extendiendo hacia su cabeza entera.
— Caramba, me siento mucho mejor. Venga, lo llevaré con el jefe Sanzi.
El hombre siguió a Samai hasta la civilización, con un silencio que daba miedo.
Por los senderos de la aldea, el ligero tumulto habitual se convirtió en miradas de intriga. Samai se puso algo ansioso y decidió preguntar:— Y... ¿Cuál es el motivo por el que quiere ver al jefe?
— Lo siento, amigo, no tengo mucho tiempo para explicártelo.
— ¿Acaso se aproxima una guerra?
— De ninguna manera. No habrá más guerra. Y en el caso de que la hubiera, este pueblo tuyo estará a salvo.
— ¿Podría saber cómo se llama usted?
— Por ahora me llaman Boroba el Mensajero.
Samai intentó preguntar a qué se refería con "por ahora", pero Boroba lo interrumpió.
— ¿Cuánto falta para llegar con tu jefe?
— Su choza está a cien pasos de aquí. Bueno, pasos míos.El resto del camino lo continuaron en silencio. Mucho, mucho silencio.
Al llegar a la gran choza, un pescador que venía saliendo de allí, les dijo: "Si vienen a ver al jefe, solo les advierto que hoy no está de buen humor"Dentro de la choza, el jefe Sanzi se encontraba en su silla, Pensativo, pero cuando vio entrar a Samai, su gesto se tornó más amable.
— Samai Wanzu, qué gusto verte, ¿Qué te trae aquí? ¿Acaso ya están listos los cuchillos? ¡Vaya que eres veloz!
— No, jefe Sanzi, vengo porque un hombre extranjero me ha pedido que lo traiga hasta usted.
— Uhm... Qué raro. Bien, hazlo pasar.Samai hizo una seña y Boroba el mensajero entró.
En cuanto el jefe Sanzi lo vio, su rostro amable cambió por completo hasta el punto de verse más sombrío que el día en que el viejo Mabu murió.— Samai, déjanos solos un rato, por favor.
Dijo con aire frío y hasta cierto punto perturbado. Samai obedeció.— Dime extranjero, ¿A qué has venido?
— Señor, usted no me conoce, ni a mi tribu, sin embargo, noto en su rostro que se ha dado a la idea del motivo por el cual estoy aquí. Antier terminó una guerra entre mi pueblo, la tribu Bratu, y otro pueblo, los Navera. Terminó en tregua, pues nos dimos cuenta de que lo que ellos buscaban estaba en otro lado, así que se mandaron mensajeros a todos los pueblos colindantes, incluyéndome, para buscar esto:El mensajero le mostró a Sanzi un dibujo pintado en el costado de su morral. Era al parecer un pequeño icosaedro compuesto de varios tubos de metal adornado con cristales amarillos en forma de pirámide en sus intersecciones.
— Se le llama Ghvan (aunque es más fácil para mí pronunciarlo como "gofan"). Es un artefacto construido por los Navera, pero no le podría decir para qué sirve. Solamente vine a pedirle a usted autorización para buscarlo en este pueblo. ¿Está de acuerdo?
— Bien, te daré permiso de buscar lo que necesites, pero si llega a haber algún disturbio por tu presencia, te expulsaré de la aldea inmediatamente.
— Descuide, no habrá problemas.
— ¿Hay otra cosa que quieras hablar conmigo?
— No señor.
— ¿Estás seguro? Siento que ocultas algo, extranjero.
— No, eso era todo. Le agradezco por su generosidad. Que tenga un buen día.
Y en efecto, Boroba no ocultaba nada. Cuando salió del recinto, Samai estaba sentado en un tocón, tallando un pescado en un trozo de madera de palma que había encontrado en el camino.
¿Qué es eso?, Preguntó el mensajero.— Es un pescado
— Pescado... ¿Es ese animal blando que nada en los ríos, cierto?
— Ese mismo, aunque también los hay en el mar.
— ¿En el mar? Yo nunca he visto el mar, pero he oído que es incómodo nadar allí, porque el agua es salada.
— Al principio lo es, pero es cosa de acostumbrarse.
— Cambiando de tema, ¿alguna vez has visto un objeto similar a este dibujo en mi morral?
— No, nunca he visto algo semejante, pero creo que he visto ese tipo de gemas en algún lugar.
— ¿Podrías decirme dónde?
— No lo recuerdo, en serio. Pero si es necesario puedes acompañarme a mi taller, allí puedes buscar y yo intentaré recordar.
— Por supuesto, te lo agradecería mucho.
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Las tres tribus
FantasyUn forastero llega a la aldea Kalasi en busca de un misterioso objeto. Samai Wanzu, un fabricante de herramientas, le ayuda en su búsqueda.