03

308 29 3
                                    


A la mañana siguiente, Hoseok se levantó temprano. Apenas había podido dormir; demasiados recuerdos. 

Había pasado parte de la noche entre las cosas de su hermana: hojeando sus cómics, sus libros del instituto, y contemplando la fotografía que le habían tomado el día de su graduación, apenas un mes antes.

Se había sentido tan orgulloso de ella: era la primera  Jung que iría a la universidad, y nada menos que a Korea University. Ahora todo eso se había convertido en una bonita ilusión absorbida por la realidad. La gente como ellos no tenía derecho a soñar. Cuando lo hacían, siempre ocurría algo que les recordaba que las cosas buenas solo les pasaban a los demás.

Fue hasta la cocina y se sirvió una taza de café. Oyó a su madre en el sótano, refunfuñando un par de maldiciones.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó desde la puerta.

—Lo que necesito es una lavadora nueva —respondió ella con tono gruñón.

Hoseok sonrió. 

Era tan agradable escuchar su voz. Apoyó la cadera en la encimera y recorrió con la vista la cocina mientras daba pequeños sorbos al café caliente. Todo estaba tal como lo recordaba, incluidas las abolladuras en los armarios y las paredes, decoradas por los puños de su padre. Su madre apareció cargando con un cesto de ropa. Hoseok se apresuró a ayudarla.

—Deja que yo lleve eso.

Se lo quitó de las manos y la siguió hasta el patio trasero. Mientras ella tendía la ropa, Hoseok contempló la casa. Se fijó en el óxido que recubría las bisagras de las contraventanas y en la pintura desconchada. No necesitaba mirar para saber que el tejado pedía a gritos una buena revisión, pues las manchas de humedad que había visto en el techo daban fe de ello. Y el día anterior, al llegar, también se había percatado de lo mal que estaban los peldaños del porche y la puerta del garaje.

—¿Qué miras? —preguntó su madre.

—Mamá, la casa se está cayendo a pedazos.

—Lo sé —dijo ella con un suspiro—. Jiwu hacía lo que podía, pero nunca fue tan mañosa como tú. Además, sus estudios la tenían ocupada la mayor parte del tiempo y... mi sueldo no da como para contratar a alguien que la repare.

Hoseok tomó aire y lo soltó despacio: oír a su madre referirse a Jiwu en pasado era muy doloroso. Sus ojos volaron a la puerta. Deseó que se abriera y que la chica la cruzara con su amplia sonrisa, tal y como la recordaba. Pero eso no iba a suceder y debía aceptarlo cuanto antes. 

Su madre debió adivinar sus pensamientos, porque se acercó a él y le acarició el brazo. El contacto hizo que tuviera que apretar los párpados para contener unas estúpidas lágrimas. ¡La había echado tanto de menos!

—Tu hermana te adoraba. Para ella eras como uno de esos superhéroes que aparecen en los cómics

 que leía.

—Ya, solo que el héroe no estaba aquí para cuidar de ella.

—Hoseok, tu hermana jamás te culpó de nada, ni pensó por un solo instante que le hubieras abandonado. Te quería muchísimo y, aunque te echaba de menos, siempre supo que no era fácil para ti regresar aquí. Lo que pasó, lo que hiciste aquella noche... —Respiró hondo—. Siempre tuvo muy presente que fue para protegerla a ella. Tú cambiaste su vida esa noche, le diste un futuro sacrificando el tuyo.

—Hice lo que tenía que hacer y, si me arrepiento de algo, es de no haberme cargado a ese hijo de puta mucho antes —masculló, apretando los puños.

Limites. - Jung Hoseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora