01

315 40 0
                                    




Jamás siquiera imagino, ni en sus más horribles pesadillas el regresar a Gwangju para asistir al funeral de Jiwu, su hermana. Un accidente en la carretera y al segundo su hermana, había dejado de existir.

Parecía una maldita pesadilla, de esas que ruegas despertar pronto y que todo haya sido mentira.... pero no lo era, no lograba asimilar la idea de que no iba a verla nunca más.  Le resultaba imposible no preguntarse si había hecho lo correcto largándose a Chicago con su tío. Aún no estaba seguro de si había tomado esa decisión para proteger a su madre y a su hermana de la clase de persona en la que se estaba convirtiendo, o si, en realidad, se había limitado a huir de sí mismo, de los recuerdos y el desastre en el que acabaría convirtiéndose su futuro.

A tan pronta edad Hoseok había cometido infinidad de delitos como; destrozado un par de coches durante las carreras ilegales que tenían lugar en la carretera de la costa; y enviado a más de un tipo al hospital por las peleas en las que su padre le obligaba a participar.

Había pasado años en el centro de menores y habían sido como un bálsamo para su alma. Su padre había muerto dos días después de que a él lo encerraran, a causa de un infarto que nada tenía que ver con las lesiones de la agresión; eso habían dicho los médicos. 

Cruzó el pueblo, hacia el barrio donde había vivido la mayor parte de su vida. Allí todas las casas eran iguales, separadas las unas de las otras tan solo por un muro de ladrillo, insuficiente para tener algo de intimidad.

Detuvo el coche frente a la que había sido su casa. Se bajó con el corazón latiendo muy deprisa y contempló la entrada. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había estado allí, toda su niñez volvió en un fugaz recuerdo hasta que oyó la voz de su madre.

—¡Hijo!

Su madre apareció y corrió hacia él. Se quedó inmóvil, mudo de la impresión, y solo fue capaz de abrir los brazos mientras ella se depositaba en ellos. La estrechó contra su pecho, preguntándose en qué momento se había convertido en aquel ser, pequeño y frágil. La apretó con más fuerza e inspiró el olor a lavanda que desprendía su pelo. Se le encogió el alma al sentir aquel aroma tan familiar que seguía grabado en su cerebro después de tanto tiempo.

—Estás hermosos, hijo —dijo su madre.—.Y mucho más alto. —Lo miró a los ojos y soltó un suspiro entrecortado. A ella le dolía contemplarlo porque eran iguales a los de Jiwu: de un marrón claro salpicado de máculas verdes, y con largas y espesas pestañas que los ocultaban cuando los entrecerraba—. Anda, vamos adentro. Aún faltan un par de horas para el funeral.

Observo la puerta y durante un segundo, pensó que no podría hacerlo, que no podríaentrar pero luego tomó aire y se obligó a cruzar el umbral del que había sido suinfierno.

Limites. - Jung Hoseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora