Capítulo Siete

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Diana

—No llores, amor mío, mírame — Tomó mi rostro con sus manos mientras con los pulgares secaba mis lágrimas— ¿Qué tengo que hacer para ver una sonrisa en el rostro de mi ángel?

—No lo entiendo, mis hermanos me odian, nadie me respeta — A pesar de que mis palabras eran un poco confusas debido al llanto, sé que mi padre logró entender— Es porque soy niña, todos me odian por eso, hasta usted llego hacerlo.

—Claro que no hija mía, nunca te he odiado, no digas eso.

Quite sus manos y me aleje de él, era hora de darle en un poco donde más le duele así obtendría lo que quería

—No me mienta padre, no lo hagas, viví muchos años con tu indiferencia y desprecio — Lo mire, sabía que estaba dolido por eso.

—No lo entenderías— Negó.

¿Acaso piensa que soy tonta? Sé su secreto y porque él cambió hacia mí cuando antes no podía ni verme.

—No, la verdad es que no lo hago— Seque mis lágrimas— Me casaré con el hijo de Sir Nicolás, me iré del palacio —Era una forma de retarlo, pero a la vez jugando con su mente.

Padre se paró de la cama de un brinco logrando sobresaltarme.

— ¡NO TE CASARÁS CON ESE HOMBRE! ¡TE LO PROHÍBO! — Vaya sí que se enoja rápido.

Baje mi cabeza, mientras lágrimas silenciosas caían de mis ojos.

Lo vas a pagar maldita mujer.

—Pero mi madre así lo ha decidido, además tal vez ahí me respeten y valoren, aquí me internaron envenenar.

— ¡Esa mujer no tiene ni voz ni voto aquí! ¡Yo soy el rey! —Se acercó a una pequeña mesita, sacó un hermoso collar de rubí— Esto es para ti mi adorada hija.

Me acerco rápidamente para mirarlo mejor, olvidando mi teatro de lloro, es precioso, recojo mi pelo para que pueda colocarlo y una vez en mi pecho toco aquella piedra preciosa.

—Quieres respeto, mandaré a construir una estatua con tu imagen, todos se deberán reverenciar ante ella y de ti, lo prometo.

Sonreí a lo grande, miré hacia la puerta donde mi madre estaba mirando todo perpleja. Esto no podía ser más satisfactorio.


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