Capítulo 6: De vuelta a la cabaña

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Nos llevó quince minutos llegar a nuestra casa. Era una casa de madera, se encontraba encima de un abeto, un abeto que nos había visto crecer. Íbamos ahí todos los veranos a escondidas. Nuestros padres decían que era peligroso por eso veníamos siempre solos.

Hace unos años decidimos ponerle candado y ventanas para que fuese únicamente nuestra casa. Dentro había un par de camas, un escritorio y un puf, lo suficiente para pasar una noche de escapada.

Nos encontrábamos ahí, debajo de ese enorme árbol.

-¿Qué? ¿Vamos? - Me dio Ángela guiñándome un ojo.

Yo asentí con la cabeza y nos dispusimos a trepar por aquella interminable escalera. Al llegar a la cima divisamos toda pamplona envuelta en una luz brillante. Las vistas desde ahí eran tremendas, cada año nos pasábamos ahí horas y horas contemplando la vista de pamplona envuelta en esa luz majestuosa.

Nos encontrábamos frente al candado. El candado se abría juntando dos piezas que formaban un corazón. Las piezas tenían detectores para accionar el mecanismo. Ángela llevaba una pieza y yo la otra, de manera que no solo nadie podía entrar. Si no que tampoco podíamos ir solos.

Nos miramos, juntamos nuestras piezas y la puerta se abrió de par en par. Un resplandor salió de esa chabola. Casi un año hacía ya que nos despedimos de esta casa. Estaba tal cual la dejamos, el sofá se encontraba envuelto por una gran lona blanca, al igual que las camas para que no cogiesen polvo a lo largo del año.

Cerramos la puerta y echamos el seguro. Nos dispusimos a quitar todas las lonas para poder volver a la normalidad en esa casa en el árbol. Una vez limpiamos todo, nos sentamos en el sofá.

Nos encontrábamos los dos juntos, tirados en aquellos cojines, con la carta en la mano. En ese momento a cada uno se nos pasaron una serie de imágenes en la cabeza. Nunca llegamos a hablar de lo sucedido, pero yo lo recuerdo así.

Estábamos a punto de abrir la carta y descubrir toda aquella sucesión de rarezas cuando de repente oímos un extraño ruido.

Los dos nos miramos fijamente y nos levantamos de un salto. Al parecer alguien nos había seguido y había descubierto nuestro escondite. El ruido procedía de la ventana, nos acercamos lentamente imaginándonos lo peor. Cuando nos asomamos por la ventana no nos lo podíamos creer, un año más nos volvía a pasar lo mismo.

Lo que descubrimos tras esas cortinas no era nada más ni nada menos que nuestro amigo Harry. Harry es un precioso loro que nos acompaña cada año en esa casa. Ángela lo descubrió herido en una escapada al monte con su familia. Como sus padres no le dejaban tenerlo en casa lo trajo aquí, estuvimos todo un verano cuidándolo. Cuando lo dejamos libre al final del verano se marchó, pero al parecer no muy lejos. Al año siguiente apareció en esta misma casa, al parecer se queda todo el año vigilándola y el verano lo pasa con nosotros.

Cada año Ángela y yo nos llevamos un gran susto, nunca nos acordamos de él. Tras un buen rato carcajada tras carcajada, nos tiramos de nuevo en el sofá, este viaje con Harry entre nosotros. Ahora sí, era momento de abrir la carta.

Al abrir el sobre una ráfaga de viento nos inundó la cara de polvo, mi amiga y yo no pudimos parar de toser un tiempo, era como una tormenta de arena que recorría nuestra cara.

Era el momento de leerla, le cedí la carta a mi meja, ya que yo me trabo mucho cuando leo, y más si estoy nervoso, y entonces se puso a leerla.

"Amigo amigo tu compañero soy yo,

cada verano nos vemos en el mismo callejón

ya sabes lo que pienso de la trasmisión

a las 17 como siempre en el mismo rincón".

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⏰ Última actualización: May 22, 2022 ⏰

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