Llegamos a la estación, como iba tarde solo tuvimos que esperar unos segundos a la llegada del ferrocarril.
Fue un largo viaje, comimos en el tren, nos dormimos, jugamos y muchas cosas más.
Al llegar a nuestro destino fuimos a pie el camino que nos quedaba.
Fue un camino muy largo, una hora tras otra pasaba por aquel lugar, se estaba haciendo tarde y aún no veía el final de ese camino. Estaba anocheciendo, el paisaje era increíble, unos colores iluminaban mis ojos, compensando el cansancio y el peso sobre mis piernas. La luna iluminaba nuestros pasos. Por fin, al final de la calle, pude contemplar un precioso juego de luces, era la casa.
Cada verano Ángela y yo nos vamos a pasar las vacaciones a una casa, cuyo propietario era familiar de mi mejor amiga hasta hace unos años, cuando desgraciadamente falleció. Es un momento muy importante para nosotros, el poder desconectar del mundo y dedicarnos un tiempo para pensar.
Ese verano no iba a ser diferente, ya había preparado todo semanas antes y mis maletas ya estaban ahí, todo fue idea de Ángela, sabiendo que se me olvidaría algo, como siempre, decidió llevar las cosas semanas antes de la salida.
-¡Hola mama!- Gritó Ángela a todo pulmón.
No sabía cómo era capaz de retener tanto la energía después de tremendo paseo, yo casi no me mantenía en pie, para mí era un milagro no haberme desfallecido ya.
-Hola cariño, pasa estamos en el salón- Respondió su madre mientras se acercaba a saludarnos.
Para mí su madre siempre había sido todo un misterio, nunca supe descifrar algunas cosas de esa extraña mujer, una mujer con una voz que encantaba, una voz que escucharía al levantarme durante los próximos meses.
Al llegar al salón nos encontramos a toda la familia reunida, su padre y su hermana estaban envueltos en una intensa partida de ajedrez.
-Hola chicos- Saludó su padre sin quitar la vista del tablero, atento a los movimientos de su hija.
Por otra parte, Pablo, el hermano pequeño de Ángela, estaba tirado en el sofá, jugueteando con el gato, Michi.
Nosotros subimos directamente a las habitaciones, esa casa era una mansión, cada año me parecía más grande todavía. Ángela, como siempre, corrió hacia las camas para apoderarse de la litera de arriba, no sé qué obsesión tenía con esa cama, pero nunca me atreví a preguntar.
Una vez deshicimos las maletas y preparamos todo, mi compañera, procedió a contarme el plan de la semana, había preparado una lista entera de cosas que hacer, nunca sabía de donde sacaba tanto tiempo para pensar y planear tal cantidad de actividades.
Sobre las 22:00 ya estábamos cenando, el curso se había pasado volando, y los padres de Ángela no paraban de preguntar cosas de este año, que si las notas, los nuevos amigos... Como ya sabéis Ángela es muy tímida, así que sus padres cada año le preguntan sobre qué tal y si ha hecho amigos nuevos.
A los 10 minutos de haber comenzado a engullir ese festín, Pablo se levantó de la mesa y se fue corriendo a su cuarto.
-¿A dónde vas?- Preguntó su madre sin tardar un segundo.
-A mi cuarto- Respondió el pequeño de la casa, abriendo ya la puerta de su dormitorio.
Este chico era todo un misterio, cada año, día tras día, cenaba a todo correr para subir a su habitación, nunca me había dado por planteármelo, pero yo creo que ocultaba algo. Ese año pensé que era el mejor para subir a su cuarto y responder de una vez por todas esa pregunta que rondaba año tras año por mi cabeza.
Me disculpé de la familia y subí las escaleras, en frente, se encontraba la puerta de Pablo, me dispuse a abrirla, y ahí lo encontré, tirado en la cama, con una extraña carta en la mano.
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Las últimas vacaciones de verano
AventuraUna joven pareja de amigos decide irse, como todos los años, a pasar las vacaciones de verano al pueblo junto a la familia de ella. Todo parecía ir como siempre hasta que la pareja descubre que Pablo, el hermano pequeño, se escapa cada verano para e...