Capítulo 3. La habitación de huéspedes

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Lo estaba cumpliendo. Ya no solo iba a comer sino a cenar también. El británico había tratado de soportar con estoicismo la apabullante presencia del dorado, quien llevaba cerca de tres meses con aquella rutina. Sin embargo, ahora sabía que tenía pesadillas con Cabo Sounion y Saga encerrándolo en aquella sombría celda; que le gustaba comer pescado pero odiaba los ostiones; que en algún punto de su vida humana había creído que Aiolos le gustaba; que soñaba con el hermoso cosmos de Athena. Kanon poco o nada se reservaba cuando platicaba, aunque también solía mentir y lo admitía. Quizás era porque le avergonzaba el no tener gran cosa que platicar.

En cambio, el inglés había platicado poco sobre si mismo. Pero cuando lo llegó a hacer, podía sentir los hermosos ojos verdes del gemelo mirarlo con desmedida atención. Desde su llegada al inframundo, era la primera vez que alguien lo veía por gusto y no por terror. Sin quererlo, eso lo hacía valorar la compañía del peliazul, a quien se le antojaba sumamente interesante todo cuanto había detrás de la surplice.

Una noche todo cambió.

No era raro que el peliazul deambulara por la casa, y que incluso a veces se metiera a la oficina del juez para hacerle compañía. El mayordomo lo había sacado de ese lugar en más de una ocasión porque le parecía que su señor no debía ser molestado en su labor. Pero siempre volvía. Incluso a veces se sentaban el escritorio, cosa que disgustaba al inglés pero sabía que decírselo era invitarlo a hacerlo más frecuentemente.

Después de cenar, el gemelo siempre abandonaba la casa y se dirigía al kiosco para dormir. El rubio lo veía desde su ventanal, y se preguntaba a sí mismo porqué le parecía tan enigmático a pesar de que le platicaba todo. Sabía tanto de él, pero a la vez nada.

Pero esa noche no fue así. Kanon siguió al inglés hasta afuera de su habitación, ya lo había hecho antes, por eso no recibió ninguna queja. Justo al lado de los aposentos del Wyvern estaba la habitación de huéspedes. Jamás se había utilizado, pero siempre estaba limpia y lista por si alguien deseaba hospedarse en Caína. Cuando el rubio estaba abriendo su alcoba, vio al santo dorado hacer lo mismo con la de visitas. -¿Qué crees que estás haciendo, Géminis? Esa habitación no es para ti...- pero no pudo terminar lo que estaba diciendo, ya que el otro se había metido a aquella habitación y le había cerrado la puerta.

Con molestia, el rubio abrió la puerta y vio al gemelo sin camisa. -¿Te molestaría llamar a la puerta, Rhadamanthys? ¿O pretendías mirar?- le dijo con sensualidad, provocando un poco de nerviosismo en el rubio. Viendo su reacción, el marina se aproximó y lo jaló de la corbata, guiándolo hasta la cama, en donde lo empujó. Estaba ocurriendo tan repentinamente todo esto, que el espectro no podía articular siquiera una palabra.

Ahora el juego se estaba poniendo más interesante, y el peliazul subió a la cama, sentándose sobre la cadera del sorprendido inglés. -Voy a mostrarte qué es lo que verías estando debajo de mi para que no pueda salirse de tu cabeza esa imagen- su voz llena de deseo hizo erizar la piel del espectro, que intentó tomarlo de la cintura para quitárselo de encima, pero cuyas manos fueron tomadas por el gemelo, que las puso en su cadera. Ese maldito griego tenía razón: verlo de esa manera encima de él ya era una imagen hipnótica.

El gemelo oscuro simuló estar cabalgando al juez, que no podía soltar sus manos de la diminuta cintura del otro. En poco tiempo los gemidos de Kanon se estaban volviendo auténticos y podía sentir una dureza bajo su trasero, pues Wyvern no podía ocultar lo mucho que lo estaban alterando los movimientos del marina sobre su pelvis.

La temperatura aumentaba, cuando el mayordomo se paró en el umbral de la habitación, claramente avergonzado, pues creyó que por accidente habían dejado abierta la puerta y decidió cerrarla. Al ver aquella escena, de su señor siendo cabalgado por el santo dorado, cerró la puerta y se retiró presuroso, causando que Rhadamanthys empujara a Kanon hacia la cama y se pusiera de pie, de espaldas para esconder su erección -Si te quieres quedar aquí, me da igual. Haz lo que quieras, Géminis- con fingida compostura sentenció antes de salir. El griego se limitó a verlo salir y se recostó a dormir plácidamente, sonriendo y pensando que en la habitación contigua el juez debía estar maldiciendo al mayordomo por interrumpir sus asuntos.

-Maldito señor Creeley- musitó el espectro para después cerrar la puerta del baño de su recámara, de donde minutos después salían ruidos de jadeos y suspiros apenas audibles.


¿Qué tal? Esta es mi nueva historia. Estaba en hiatus literario, pero ya tengo en mente más historias. No olviden dejar sus comentarios y seguir apoyando mi arte en @love4bishonen en twitter, FB e instagram. 

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