Capítulo 9. La terraza

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Increíblemente Kanon no había escapado esta vez. Se limitó a proseguir con sus labores en el jardín con pasmosa normalidad al día siguiente del incidente en la cocina. Era el dueño de Caína quien no se sentía de humor para salir de su oficina.

El gemelo sabía que no podía salir huyendo a Ptolomea porque Minos no se dejaría engañar nuevamente y -además- no quería darle la razón a Rhadamanthys sobre la injusta acusación que había lanzado en su contra sobre Milo y él. Por ello había permanecido con tranquilidad en los dominios del inglés.

El señor Creeley sospechó que algo marchaba mal cuando fue llamado por el espectro en tono serio y después de no ver en todo el día al griego al interior de la mansión. -Creeley, tengo una importante tarea para ti. Quiero que salgas y le digas a Kanon que debe irse de Caína, que es libre- le encomendó, dejando atónito al viejo mayordomo, quien no chistó en salir de la casa, siendo vigilado desde el ventanal del despacho de caoba del juez.

-Joven Kanon, buenos días. Vengo a darle un mensaje del señor Rhadamanthys. Él quiere que usted abandone Caína, y también quiere que sepa que es usted libre, y ya no es más su esclavo- transmitió con incomodidad lo que se le había comunicado. El gemelo miró contrariado al anciano, y tardó algunos segundos en digerir la noticia.

-Bien. Gracias, señor Creeley. Despídame de la señora Spencer- finalmente habló el ex marina, quien dejó las herramientas de jardinería con las que había estado arreglando los rosales -Y dígale a Wyvern que es un cobarde, y que no estoy agradecido por su decisión- concluyó mientras caminaba con su natural arrogancia hacia la salida de Caína.

El rubio miró partir con rumbo incierto al antiguo santo de Géminis, y por un momento pensó que debía pedirle que olvidara su orden. Entonces el señor Creeley, aclarándose la garganta, le hizo notar su presencia -Señor, el joven Kanon le dejó un recado- no aguardó al permiso de su joven amo -Dijo que usted es un cobarde y que no le agradece su decisión. Me retiro- prefirió adelantarse, y a lo lejos alcanzó a oír cómo eran destruidos objetos en la oficina del juez.

**

Aiakos estaba muy tranquilo bebiendo café en su terraza cuando su mayordomo le anunció que un sujeto llamado Kanon lo estaba buscando. Con extrañeza, le pidió dejarlo acercarse.

-Ah, Kanon, ¿Rhadamanthys sabe que estás aquí? ¿Qué es lo que necesitas?- simplificó el protocolo el nepalés. -No. Hoy me corrió de su casa y me otorgó mi libertad. Vine a preguntar si me puedo quedar en Antenora- con serenidad le respondió al otro.

Sin poder tomar una decisión definitiva, el juez asintió con la cabeza, indicándole a su mayordomo que guiase al recién llegado a sus nuevos aposentos.

**

Una semana después, el gemelo ya se había colado a la cocina y estaba deleitando al señor de Antenora con sus espléndidos platillos.

Esa tarde en Giudecca los tres jueces habían concluido una sesión particularmente compleja y estaban saliendo del tribunal. Hades llamó a Minos, por lo que Rhadamanthys y Aiakos se adelantaron.

-¿Sabes que Kanon está en Antenora?- a quemarropa preguntó el de la melena púrpura a su homólogo rubio -Me contó que lo liberaste, ¿es eso cierto o me está engañando como hizo con Minos?- se detuvo a mirar la reacción ajena.

-Sí, lo dejé ir. Me porté como un idiota con él. Creo que estará mejor contigo, y si él quiere estar con el otro caballero dorado que le gusta, que así sea- con amargura respondió el inglés. Aiakos no pudo evitar fruncir una ceja con incredulidad -¿Qué pendejada estás diciendo? Rhadamanthys, tú te mueres por él, y Kanon por ti. Minos solo dijo que sospechaba, nunca te afirmó que los había visto hacer algo. No seas estúpido y ve por él- antes de retirarse, le dio una palmada en el brazo, justo por encima del guante metálico de su surplice.

***

Desde que el marina había abandonado Caína, el dueño de la casa había estado consumiendo más alcohol de lo habitual y su humor era terrible. En más de una ocasión la señora Spencer había tenido que obsequiar los alimentos del juez entre los otros trabajadores, pues aquel simplemente no había tenido ganas de comer.

Una noche el señor Creeley platicaba con la señora Spencer en la cocina cuando escucharon algún objeto de cristal rompiéndose estruendosamente en la planta alta. Inmediatamente subieron a verificar lo ocurrido, y se sorprendieron cuando Wyvern estaba en su tina de baño tan ebrio, que había arrojado la botella contra la pared y se había hecho una herida leve en el brazo con un cristal que le rebotó.

Asustados, ambos sirvientes se acercaron a levantar al joven amo de la tina, y el señor Creeley cubrió su desnudez rápidamente para no avergonzar a la vieja cocinera. Cuidaron que llegara a su habitación, donde la señora Spencer inmediatamente curó la herida del rubio y ayudó al mayordomo a ponerle la ropa de cama.

-Amigos, mi querido William y mi querida Eugene, ¿ustedes también extrañan a Kanon? ¿Verdad que está buenísimo? Soy tan pendejo que lo dejé ir. ¿Saben qué me dijo? Que yo soy la razón de que no podamos estar juntos- entre riéndose y llorando se los confesó; ambos empleados se limitaron a mirarse mutuamente para después recostar a su señor y salir silenciosamente de la habitación.

-Mañana tengo que ir a Antenora. El señor Aiakos me dijo que el joven Kanon está allá. Esto no puede seguir así, Eugene- con determinación le informó a la cocinera, que tiraba los vidrios en el contenedor de basura. Un movimiento de cabeza de la mujer fue la respuesta: el lugar del gemelo era con su señor.

Mutatis MutandisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora