Capítulo 4. El cuarto de baño

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Ya no se limitaba a comer y cenar con Wyvern. Ahora también el gemelo desayunaba junto al dueño de la mansión. Tanto la cocinera como el mayordomo se cuestionaban el porqué su señor permitía que ese otro esclavo bajara en bata de baño y en pantuflas, aunque el señor Creeley sospechaba que tenía algo que ver con lo ocurrido aquella noche en que lo sorprendió sentado sobre el británico. A primera vista cualquiera creería que se trataba de un matrimonio, e incluso el juez les había indicado que le dieran lo que él quisiera comer.

Si bien, Kanon seguía realizando tareas de mantenimiento en Caína, el trato había cambiado hacía con él tras el incidente de la alcoba. Por mucho que se enfocara en su trabajo, el juez no podía sacarse de la cabeza la imagen del dorado encima de él. Y del otro lado las cosas eran similares.

Una tarde llegó Minos de Griffon a visitar a Rhadamanthys por motivos de trabajo, y decidió llevar consigo a Milo, quien le había ayudado a cargar una caja con vino. Al ver a su otrora compañero, el de Géminis se entusiasmó y se ofreció a llevar al de Escorpio hasta la cava del inglés. Dentro de aquel recinto, ambos guerreros aprovecharon para quejarse de aquella nueva vida que tenían y de las pocas oportunidades de escapar que habían registrado en sus salidas. Al saberse impotentes, optaron por discutir sobre cómo los trataban sus captores.

-En realidad, no me quejo. No estoy en la gloria, pero pudo ser peor si consideramos lo sádico que puede ser Minos- se sinceró el antiguo santo de Escorpio, que miró curioso al gemelo -Pero tú no luces nada mal. No has parado de hablar de Wyvern,¿me he perdido de algo?- quiso saber, recibiendo como única respuesta una risita socarrona del ex marina.

Milo levantó una ceja con una divertida expresión de complicidad. -Oh, entonces te gusta Rhadamanthys, ¿es eso?- preguntó curioso, riendo jocosamente al notar el color rojizo en las orejas del gemelo. -Maldición, Kanon, eso es Síndrome de Estocolmo. Ya, en serio, me alegra que al menos tu cautiverio sea llevadero- apenas logró concluir cuando Minos apareció por la puerta y le ordenó a Milo acompañarlo para retirarse a Ptolomea.

Aquella noche después de cenar, Wyvern se retiró a descansar a su habitación como de costumbre. El griego había aprendido cada paso de su rutina porque la repetía día con día. Estimaba que en ese momento debía estar tomando un duchazo. De pronto le pareció apetitoso el solo imaginar el agua de la regadera cayendo a borbotones sobre los sitios más privados del monoceja.

Apostó por arriesgarse y entró con cautela a la recámara del señor de Caína, encontrando que no cerraba con seguro la puerta, lo que tenía lógica si consideraba que aquella era su casa y ningún sirviente se atrevería a invadir el sagrado espacio privado del temible espectro. Pero él no era así, ni se consideraba esclavo y mucho menos iba a desaprovechar aquel impulso de idiotez. Era la primera vez que podía curiosear en aquella habitación de estilo victoriano.

Escuchó el sonido de la regadera y abrió quedamente el cuarto de baño, y de pronto tuvo una idea que le pareció tentadora. Tomó la toalla del juez y la llevó consigo hacia la habitación, sentándose para aguardar pacientemente el resultado de su fechoría.

Cuando el inglés terminó su rutina de limpieza personal, abrió el cancel y se sorprendió al no encontrar su toalla. Siendo una persona de costumbres rígidas, se sintió realmente extrañado de no tener en su lugar aquella tela morada.

Aún con las gotas de agua escurriendo por sus bien esculpidos músculos, el rubio salió del cuarto de baño y se sobresaltó cuando vio al gemelo sentado en su cama con las piernas cruzadas. Hubiera deseado cubrir su intimidad, pero en realidad ya no podía hacer gran cosa.

-¿Buscabas esto?- agitó la toalla y con descaro recorrió el 1.90 de altura de su interlocutor, luego tragó saliva cuando llegó a la entrepierna y volvió a los ojos ambarinos del inglés -Qué grande eres, Wyvern- con voz seductora lo sacó de su asombro inicial.

El espectro sintió un latigazo de calor recorriendo su anatomía cuando vio al peliazul relamerse los labios mientras no dejaba de mirar su hombría que ahora despertaba. -¿Quieres probarla?- optó por sucumbir a la tentación.

-Tardaste en pedirlo- respondió provocativo a la pregunta -ahora ven acá, chico grande- llamó al otro mientras sacaba la lengua. El juez tardó nada en acercarse a la orilla de la cama, sosteniendo en su mano derecha aquel grueso y erecto falo, dirigiéndolo a la lengua que le ofrecían con gusto. Sintió su sangre agolparse en su entrepierna y un gruñido se coló entre sus dientes al sentir el contacto de su glande con la saliva del marina.

Con la mano izquierda tomó la melena cobalto y su respiración se agitó cuando su virilidad recibió besos a lo largo de su eje hacia la base. Le pareció tan irreal la imagen del griego accediendo a darle semejante placer, que no pudo cerrar los ojos porque quería grabar en su memoria aquel hermoso rostro que se encontraba frente a su verga.

-Señor Rhadamanthys, la señora Pandora quiere verlo en Giudecca- lo hizo regresar a la realidad la voz irritante e inconfundible de Zeros, que le llamó desde atrás de la puerta, causando que el inglés se separase del gemelo. Kanon no pudo evitar hacer un mohín: había logrado que Wyvern se ciñera a su juego y ahora lo estaban estropeando. -No hagas caso- susurró tratando de mantener el control en aquella situación, pero el rubio tomó una bata de baño y se cubrió.

-Voy a abrir un poco la puerta, escóndete en el baño- le indicó al griego, que, derrotado, se puso de pie.

El espectro se dirigió a la puerta y abrió; el desagradable hombrecillo lo miró con suspicacia y no pudo evitar notar que el señor de Caína trataba de disimular una gigantesca erección. Con rapidez, el subalterno buscó indicios de aquella persona que debía estar acompañando a su jefe en su habitación, pero no detectó nada.

Una vez yéndose Zeros, Rhadamanthys fue al baño, pero no había nadie. Contrariado, pudo notar que la ventana estaba abierta. -Maldita sea, Kanon, no otra vez- bufó enfurruñado. Pensaba retomar aquella sesión durante la cena.

Pero, de nuevo, Kanon desapareció unos días hasta que su molestia amainó. Mientras tanto, el inglés tuvo que conformarse con tocarse durante casi dos semanas recordando la escena vivida y maldiciendo al gemelo por ser tan infantil pero endemoniadamente atractivo.

Mutatis MutandisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora