Capítulo 7. El jardín

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Era la sexta semana desde que Kanon había salido huyendo de Caína tras sentirse como un idiota por creer que tenía una oportunidad con Rhadamanthys. No había pasado un solo día en que la señora Spencer preparase la mesa para su señor y para el gemelo, aunque no le quedaba claro el porqué lo seguía esperando todavía el juez, si era casi evidente que esta vez se había escapado definitivamente.
Aquella mañana en Giudecca, Minos acompañaba al inglés mientras ultimaban detalles sobre un caso de traición a los dioses, y sacó un recipiente de plástico donde guardaba un refrigerio, ofreciéndole probar al otro, que negó sutilmente pero no dejó de observar aquel desconocido alimento. -Ah, carajo, desde que descubrí esta cosa, no puedo dejar de comerla, se llama musaka y juro que es lo más delicioso que ha salido de mi cocina últimamente- el noruego engulló de un bocado el restante de aquella suerte de lasaña- la comida griega es exquisita, amigo- afirmó, cerrando aquel recipiente y ante la sorprendida mirada del rubio.
-¿Griega?- tuvo que preguntar.
-Oh, sí, tengo que agradecerte con sinceridad que me hayas obsequiado a Kanon. Cocina como los dioses- respondió sonriente.
-Yo no te obsequié a Kanon, se escapó el día de aquella reunión en Caína, ¿lo recuerdas?- le aclaró al noruego.
-Al día siguiente de esa reunión, él llegó con una botella de vino y dijo que tú habías decidido obsequiarlo como agradecimiento a los presentes que llevamos a Caína. Ha sido muy servicial en Ptolomea, y a mi otro esclavo dorado, Milo de Escorpio, le gusta mucho que esté allá. Estoy casi seguro de que los he visto besándose, como sea,  mientras siga cocinando así de delicioso, pueden hacer de sus vidas privadas lo que quieran- le platicó, sin reservarse nada. Un vacío se hizo sentir en el estómago de Wyvern al imaginar al gemelo besando al otro santo dorado que a veces acompañaba a Minos.
-Si gustas, mañana puedes ir a Ptolomea por él, Rhadamanthys. No sabía que había mentido, es una pena porque amo su comida, pero si te pertenece, que regrese a Caína- concluyó después de notar la turbación en el otro, dándole una juguetona palmada en la espalda.
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Después de comer, Minos agradeció la comida al gemelo y se retiró de la mesa. Unos minutos después, Milo entró a la cocina y le avisó que el juez solicitaba su presencia en el jardín. El marina salió a su encuentro y se detuvo en seco cuando vio la inconfundible surplice de Wyvern  junto al señor de Ptolomea.
-Kanon, hoy regresas a Caína. Nunca te regalaron, así que tienes que volver con tu amo- le reprochó el noruego, recibiendo solamente silencio como respuesta mientras el peliazul se acercaba al uniceja, porque sabía que lo teletransportaría.
Una vez en Caína, el gemelo se separó del juez, que con cierto nerviosismo quiso darle la bienvenida, pero fue totalmente ignorado mientras el peliazul caminaba hacia la casa de los esclavos sin siquiera mirarlo.
Dos días habían pasado, y el gemelo no tenía intención alguna de entrar a la residencia del juez. Había estado comiendo y durmiendo con los otros trabajadores, aunque ya había podido saludar al señor Creeley y a la señora Spencer. Esa mañana el gemelo se sentó con los demás a desayunar, cuando un absoluto silencio se hizo en la casa y la señora Spencer rápidamente puso un plato bien servido en el asiento frente al marina. Wyvern se sentó -hoy pienso desayunar aquí, comer y cenar hasta que regreses a la casa- le advirtió el rubio al otro, que se limitó a alzar los hombros en señal de indiferencia.
El inglés lo cumplió, durante una semana se encargó de abrumar al dorado, hasta que una noche, el juez vio al gemelo seguirlo a su habitación, y esbozó una media sonrisa al verlo abrir la habitación de huéspedes. -¿No me vas a dar las buenas noches, Kanon?- quiso sonar desafiante. Aquella provocación hizo mella en el marina, que caminó decididamente hacia él, lo jaló de la corbata y le dio un beso de infarto -Buenas noches, maldito idiota- respondió mientras un hilillo de saliva todavía los unía.
-Mierda, no de nuevo- maldijo por lo bajo el juez mientras una gigantesca erección  lo importunaba al ver caminar al gemelo hacia su habitación.

Mutatis MutandisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora