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ㅤㅤㅤGwendolyn, de ahora once años, recordaba con tristeza la última vez que había visto a su padrino y sus promesas rotas. Pero también sabía que ningún niño de nueve años debía asistir a funerales, menos el de su propia padre. No culpaba a James por no llevar a Harry.
No recordaba alguna vez haber visto a su padrino triste, pero ese día era diferente a cualquier otro. Sentía una punzada de dolor al recordar los azules ojos de James inyectados en sangre y hinchados por el llanto previo.
Esa fue la última vez que lo había visto, o siquiera había sabido de él.
Su custodia fue directamente a su único pariente vivo, su abuelo paterno. Patrick Raywood, a quien había visto a lo sumo dos veces en su vida. Alan no tenía relación con su padre. Según Gwen sabía era porque su abuelo desaprobó que su padre se casara con su madre, aunque no sabía específicamente por qué.
Patrick se la había llevado lejos y aislada, sin permitirle visitas ni siquiera de su padrino. Si iba al caso, tampoco le había dicho a James donde vivían luego de mudarse después de la muerte de Alan. Eso significaba no visitas, no cartas, no regalos. Y ella extrañaba a su padrino, mucho más de lo que le gustaba admitir para sí misma. Su padrino era la única persona del mundo exterior con la que había socializado en su vida.
Vivir en cautiverio era un concepto familiar para Gwendolyn. No sabía por qué, su padre siempre decía que todavía no tenía edad para saberlo, pero sabía que podía ser peligroso para ella salir gracias a los Seguidores Oscuros. Pero la forma en que su abuelo lo mantenía encerrada parecía ser más por vergüenza y desgano a diferencia de Alan que siempre lo hizo velando por su bienestar y tratando que sea feliz a pesar de las circunstancias.
Gwen era una niña lista, o al menos eso era algo que le decían, pero a pesar de eso nunca entendió por qué su abuelo parecía detestarla. Tuvo diferencias con su padre y lo comprendía, pero ella no era su padre. Lo que sea qué haya pasado entre ellos su abuelo debería dejarlo atrás.
Claro que Gwendolyn ni siquiera conspiraba en comentarle esto a Patrick. Su abuelo tenía... un fuerte temperamento. Se preguntó cómo su abuela hacía para soportarlo.
La niña se sobresaltó por el ruido metálico de una carta entrando por la entrada de cartas que había en la puerta de entrada. Miró con el ceño fruncido la carta en el suelo de la entrada, podía verla desde el sofá de la sala de estar donde estaba leyendo Los cuentos de Beedle el Bardo, el último regalo de James.
Nunca llegaban cartas a la casa, jamás.
Apretó los labios a la idea de tomar la carta. Volvió su vista a su abuelo, sentado en el sillón individual frente al televisor. El volumen estaba bastante fuerte pero Patrick dormía plácidamente. Era igual que todos los días, su abuelo dormía una siesta antes de hacer la cena. Siempre se despertaba a la misma hora, nunca entre medio de su siesta. La castaña se fijó la hora en el reloj antiguo que decoraba la sala.
