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Ese día el albino se despertó exaltado, había tenido una pesadilla que se repetía constantemente en su mente hasta que incluso dejó de respirar por unos segundos para ver si aún seguía en aquél horrendo sueño.
« —Ken…—vio como el rubio de delante suya moría horriblemente por tres balazos en zonas vitales así que decidido golpeó la cara de la persona con la que peleaba para apartarla y se fue corriendo en dirección al más alto.
Al llegar al lugar se arrodilló a su lado y agarró su mano con cariño sabiendo que no se podría hacer nada y el de trenza moriría allí mismo.
Colocó la palma de la mano del gemelo dragón en su mejilla y nada más colocarla lo vio toser sangre, quiso darle un último calor antes de que pereciera.
—Estás aquí Emma…—sonrió mientras sus ojos se llenaban de lágrimas y los del contrario también aunque este sin saber si era por lo mencionado o por la muerte del mayor.
Suspiró y como prometió colocó la cabeza del mayor en sus muslos comenzando a deshacer la trenza y acariciando el pelo de este desenredando algunos mechones.
—Sí cielo, estoy aquí…—besó sus labios por primera y última vez sellando el fin de la promesa.»
Nada más recordarla le entraron escalofríos, temía que Draken muriera, ese día más que nunca, pese a saber que todo era un sueño, ese día por la mañana fue corriendo al burdel donde vivía el alto.
—¿Podría quedarme la mañana contigo Ken..?—preguntó el ojigris mirando atentamente al más alto sabiendo que no le devolvería la mirada.
—¿Para qué?—dijo sacando las llaves de su motocicleta de uno de sus bolsillos y comenzando a caminar con el albino detrás.
—No sé, tengo miedo…—aquello hizo al de trenza detenerse en seco ocasionando que el más bajo se chocara contra su robusta espalda.
—¿De qué?—extrañamente los puestos se cambiaron cuando el del tatuaje giró su cuerpo y cabeza para ver al menor a los ojos, sin embargo este al verlo se puso cabizbajo quedándose mirando al suelo.
—Hoy he tenido una pesadilla…—al más alto no podía importarle menos o al menos eso demostró yéndose de allí y montando en su moto, sin embargo cuando arrancó se quedó quieto.
—Ven Satō, vamos a dar un paseo.—esa frase sorprendió tanto al Satō que comenzó a notar sus ojos humedecerse y comenzar a llorar, sin embargo, aunque no viera una mierda por lo borrosa que se ponía su vista se colocó detrás del alto en la moto y al ver cómo aceleró sin previo aviso se aferró a la espalda de este con miedo a caerse.
