CAPITULO 12 -ZURRA.

838 22 0
                                    


━━━━━━━━※━━━━━━━━

 Emma.

 La realidad llega como un balde de agua fría, el hombre frente a mí se mira el brazo donde le ha rozado la bala y me pongo en pie soltando el siguiente proyectil. «Es mi oportunidad». —¡Largo todo el mundo! —dispone mientras me le voy encima con arma en mano. Me va a matar de todas formas, así que para qué perder el tiempo. Forcejea conmigo logrando que el arma suelte otros dos disparos en la confrontación, me rehúso a soltarla y prefiero retroceder sin dejar de apuntarle mientras él no se mueve; ni siquiera le importa la línea de sangre que le está brotando del brazo. —¡Quieto! —dispongo con firmeza. Quito las lágrimas asustada asegurandome de que no haya verdugos los cuales pueden atacarme, pero no. Estamos solos en la enorme habitación iluminada por el fuego. —¿Me vas a matar Ved'Ma? —hace que me mueva— ¿Tú a mí? —Quédate dónde estás —advierto y sonríe con malicia. Busco una escapatoria, sin embargo, algo hace que inevitablemente lo repare de pies a cabeza; la tez olivácea cubre los hombros anchos al igual que el musculoso cuerpo con pectorales y abdomen marcado, en tanto el boxer se le pega a las piernas cubriendo algo grande y grueso lo cual me eriza por completo. —No te muevas —insisto. Se acerca y los nervios me fallan soltando otro disparo el cual hace que se me venga encima arrebatandome el arma que desliza lejos. No dejo que el miedo me pasme lanzando el codazo que me abre el camino hacia la puerta,

sin embargo, soy demasiado inexperta para el hombre más peligroso de Rusia quien me sujeta devolviéndome en el acto. —¿Qué podrían hacerte por matar al dueño de la Bratva? —habla en mi oído con la sangre emanandole del brazo— De seguro, te arrancarán la piel como a un borrego Los guantes me maltratan la piel de la garganta —No te permitirían morir, sino que dejarían que sientas la agonía de ser abierta y luego te quemarían como la maldita bruja que eres. Peleo, me suelto y alcanza el borde trasero del cuello de la túnica que se desliza fuera de mi cuerpo en medio de mis intentos por evadirlo. La vergüenza me corroe y tapo mis pechos dispuesta a salir en bragas si es necesario, pero su mano izquierda se envuelve en mi trenza impidiendo la huida. Me estampa contra una mesa y en menos de nada tengo las muñecas con dos grilletes de hierro los cuales me dejan como una auténtica esclava. —Ahora veremos quién va a matar a quién. Alcanza la daga que corta mis bragas, jadeo cuando su fuerza me levanta de nuevo envolviendo la mano en mi trenza y llevándome a la hoguera en forma de chimenea que yace en la habitación. «Va a quemarme», mi cuerpo cabe ahí y fácilmente podría ser incinerada. —¡Vlad! —grito el nombre de la única persona que podría hacer algo menos tortuoso—¡Vlad! Aprieta el agarre obligándome a que mis ojos se anclen a los suyos en lo que mis manos se mantienen sujetas atrás. Este hombre no muestra piedad por ningún lado y siento que su crueldad es peor que morir. —¿Crees que por haberle ofrecido el coño mi hijo te salvará? —gruñe en mi mejilla— porque eso fue lo que hiciste, ¿Cierto? Su mano enguantada choca contra mi sexo en tanto el calor de las llamas me torna más receptiva encendiendo un leve cosquilleo en mi interior.

—Le ofreciste esto —palmetea dos veces más—. Niñata malcriada, ¡Contesta! ¿Es esto lo que te tiene viva? Vuelve a golpear tres veces más. —No —me relamo los labios secos y otra palmada arremete con más intensidad, luego otra y otra hasta que toma mi sexo con fiereza forzándome a separar las piernas, en tanto respira en mi oido dejando que su hombria palpite contra mi pierna. Muero de vergüenza con la cremosidad que expido la cual ha de estar untando el cuero de sus guantes. —No hay palabras que puedan definir lo mucho que me asquea tu repugnante apellido. —A mi me apena que no puedas diferenciar entre mi hermana y yo — respondo. —Calla. —Mi nombre es Emma James, no Rachel James —refuto con su mano en mi sexo— ¡Mírame y entiende la diferencia! Aprieta más y un jadeo ahogado sale de mi garganta obligándome a arquear el cuello con el dominio puro que me hinca las rodillas frente al fuego. —Niñata malcriada —gruñe—.Ya dije que no soy tu papi como para que me hables así. —Claro que no, un mafioso de mierda es lo que eres. Las llamas consumen la leña desencadenando el sudor que cae por mi espalda, está a mi lado y me juzgo a mí misma distrayéndome con el bulto que se esconde detrás del boxer. Se le remarca tanto que me es imposible apartar la mirada ya que el grosor es demasiado notorio como para obviar. Mete el pulgar por un costado medio bajando el elástico que deja a la vista las líneas marcadas por el ejercicio Me lleva hacia adelante poniendo mi cara contra el piso dejándome el culo en pompa. Las llamas están cerca e intento moverme, pero termino

recibiendo el impacto de algo duro y aplanado contra mis glúteos. —¡Mira como te enrojece el culo este mafioso de mierda! —lanza de nuevo prolongando la quemazón que me hace respingar. —¡Para! —Silencio... Lanza tres veces más extendiendo el ardor que envía órdenes confusas a lo largo de mi ser. —Zurra para la James más indisciplinada —dos azotes más me hacen apretar los dientes cuando arremete y arremete de nuevo aumentando la capa de sudor que me cubre por completo. El ardor es insoportable en lo que baja a mis muslos estrellando la regleta de madera que va subiendo por mi caderas tocando varios puntos de mi espalda. Las lágrimas me saltan en tanto la humedad de mi sexo se extiende sin motivo alguno con los reglazos que me giran cuando no tolero uno más. Las manos atadas limitan mis movimientos. El piso tibio empeora la sensación de ardor que tengo atrás y termino clavando los pies en el mismo poniendo distancia entre el suelo y mi piel armando un arco con mi pelvis, ansiosa por ponerme de pie. —¡Para! —pido— ¡Para, hijo de puta! La regleta se estrella contra mi sexo soltando un sonido encharcado. Cosquillea, arde y me empapo más queriendo huir de la extraña sensación que me arrastra en lo que recibo los impactos en mi zona sensible... Pica demasiado y, por más que quiero alejarme, sigo recibiendo reglazos que hinchan mi sexo dejándolo rojo. El roce con el golpeteo es una tortura, la regla vuelve a estrellarse y esta vez no contengo el chillido. —¡Arde! —espeto en medio del llanto alzándome más para que vea como me tiene y lo que ha provocado. No puedo tocar el piso y tampoco puedo cerrar las piernas.

—¡No soy mi hermana! —sollozo y pierde la vista en mi sexo— ¡Así que para, por favor! La regleta cae al tiempo que sus rodillas tocan el piso dejando las manos bajo mis muslos. Sin explicaciones, sin preámbulos, su boca cubre mi empapado sexo pasando la lengua por mis pliegues saboreando mi zona. La lengua ávida se mueve en todos lados liberando jadeos llenos de éxtasis, de gloria, la cual compensa el sufrimiento vivido hace unos minutos, ya que mi piel está tan receptiva que siento que todo me cala por los poros con una intensidad arrasadora. Un torbellino, un huracán de adrenalina me estremece sacándome más lágrimas, en tanto mi corazón no deja de galopar con él, ahí abajo, chupando con brío, con fuerza; oscureciendo mi entorno y estremeciendo mis extremidades llevándome a un punto donde no sé si moriré... Sensaciones que desaparecen y me alzan más la pelvis cuando se levanta dejándome ansiosa. Mi piel sigue en llamas, quiero que vuelva a prenderse, pero no lo hace; por el contrario, baja el elástico del boxer sacando el miembro grueso que me embelesa. Observo anonadada la erección firme que recae en su mano cuando apunta a mi sexo soltando el chorro dorado que baña mi coño... Me está... Me está... —Ten lo que querías ver —espeta marcando el acento—. Observa la fulgente verga de este mafioso de mierda. Gruñe atinando a mi zona más sensible, acariciándome con el chorro que culmina con una leve sacudida antes de guardarlo y alzarme dejándome de pie cuando me levanta tomándome del collar que se ata a mi cuello. La debilidad llega dejándome confundida y con un cúmulo de sensaciones atoradas. Estoy empapada, sudando, me acaban de dar la zurra de mi vida y heme aquí; sintiéndome como un animal en peligro de extinción frente a este hombre. —Tú me.... —Castigué, humillé y denigre.

Meneo la cabeza y sujeta el collar con fuerza. —Eso no fue solamente un castigo —vuelvo a erizarme al recordar su boca sobre mi sexo—...Me... —Una persona como yo nunca te daría más que sufrimiento —me mueve queriendo que reaccione—. Así que despabílate y borra de tu mentecilla lo que sea que estés pensando porque el Boss de la mafia rusa no pierde el tiempo con niñatas como tú. Vuelve a sacudirme y debo pararme en puntillas cuando me lleva contra su pecho. —No pierdo el tiempo con la pésima versión que me ha tocado del enemigo —reparo el movimiento de su boca—, como tampoco me fijaría en un insignificante ser el cual tiene la marca de la muerte estampada en la frente... Tiemblo con nerviosismo ante su cercanía. El recordatorio me calcina en lo que él no me suelta, por el contrario, tira de nuevo haciendo que me empine más. Tengo miedo, estoy confundida, pero pese a eso, no puedo evitar atrapar su labio inferior con mis dientes sin entender qué diablos estoy haciendo. Un extraño sabor explota en mi boca al cambiar el mordisco por un leve chupetón el cual aumenta la fuerza del agarre. Lameteo, me hace retroceder y, acto seguido, me apodero de su boca dejando que su lengua se toque con la mía. Me cuesta mantenerme a su altura, así como me cuesta razonar y entender que estoy besando a un ser que ha hecho daño toda su vida solo porque quiere. Me cuesta entender que quiere matarme a mí y a mi hermana, que me lleva más años, que es el padre del hombre al que le gusto; que es peligroso y que mal es una palabra demasiado simple para lo que estoy haciendo. Me aleja de golpe sin apartar la mirada de mis ojos y manda la mano de nuevo a mi sexo estrujandolo con fiereza mientras se limpia la boca con total repulsión.

—¿Qué te pasa niñata? —se enfurece— ¿Crees que puedes estar al nivel de las mujeres que pueden besarme? Las palabras cortan y termina llevándome de nuevo contra la mesa; quita los grilletes rápidamente antes de meterme en la cabina de la ducha, la cual suelta el chorro de agua helada. Me refriego rápido y él me saca de nuevo tirando la túnica que me pongo mojada todavía, se mete en los vaqueros medio abotonando la camisa antes de sujetarme la mandíbula. —A nadie —advierte—. A nadie le dirás que me besaste o te juro que... Corta las palabras como si besar a una James fuera pecado. —Siendo esclava en un barco con presos no creo que a nadie le importe eso... Me saca, ¿Barco con presos? No soy tan ingenua para no entender lo que eso significa. Sale conmigo y empiezo a buscar a Vladimir que no está por ningún lado. El sitio está desierto con vergudos en puntos estratégicos solamente. —¡Vlad! —vuelvo a gritar mientras su padre me lleva— ¡Vladimir! —¡Padre! —se atraviesa Maxi con una herida en la cabeza— Pensé que ya estaba muerta. Kira está a pocos pasos tratando de sujetarlo, pero no se deja. —Lo estará pronto —el ruso avanza conmigo a través del pasillo y yo no paro de buscar a Vladimir. El ruso le da otro tirón a mi muñeca cuando me rehuso a avanzar buscando al Underboss. —¡Matala ya! —exige Maxi. Su padre lo ignora y preveo el ataque cuando se me viene encima con un puñal en la mano. —¡No, por favor! —imploro. —¡Basta Maxi...! —exige el Boss.

No acata la demanda siendo ágil a la hora de atinar, le huyo al filo y... El cuerpo de Ilenko se interpone recibiendo la hoja que se entierra a un costado de su abdomen. La sangre se despliega e intento sostenerlo para que no caiga, sin embargo, el peso del cuerpo nos lleva al piso a los dos mientras trata de sacar la hoja, pero sujeto su mano para que no lo haga. —¡Mira lo que hiciste, perra estupida! —el bofetón de Maxi me aparta mientras Kira trata de auxiliar al ruso. Trato de defenderme, pero él me arrastra del cabello mandando patadas y puñetazos a mi cara. Estoy tan shockeada que no puedo evadirlo y no noto quien lo empuja, ya que la nariz me está sangrando y los golpes me han dejado desorientada; solo medio reconozco a Vladimir yéndose contra su padre mientras Maxi me echa la culpa. Todos se ocupan de él, pero no de mí y mi mundo se va nublando. Todo se va oscureciendo hasta que veo el rostro del chico de cabello dorado que me levanta. Estoy demasiado débil para mover un músculo, así que solo me dejo ir en los brazos del Underboss.

┉┅━━━┅┉

El informe del rendimiento semestral siempre ha sido algo difícil de digerir, es ese momento donde los padres de todos reciben condecoraciones, ¿Y yo? —La cadete Emma James tiene que esforzarse más o no tendrá honores para destacar —le dicen a papá—. Hasta ahora no hay centrales interesadas en ella como tampoco se ve como un soldado prometedor. Abrazo a mi padre para que no se enoje y él me aprieta contra él recibiendo el informe. —Gracias —corresponde el apretón de manos. —General James —lo llaman antes de marcharse—. Felicitaciones por la medalla que recibió la teniente Rachel James, ¿No nos quiere contar un poco?

Reparo la sonrisa cargada de orgullo que suelta cada vez que le recalcan este tipo de logros. Nos devolvemos y observo esos gestos cargados de ilusión mientras explica con detalle todo lo que le preguntan, en tanto yo espero lidiando con las comparaciones, "Aprende Emma", "¿Si oye cadete?". El recuerdo se va mientras duermo como no lo hacía desde hace mucho y se siente bien que no sea en un closet, ni con el chirrido de las ratas o el olor a heces. Es agradable que sea entre sábanas suaves y con la temperatura adecuada. Lo malo es que cuando mi mente se pierde demasiado veo el rostro descompuesto de Olimpia y la sangre que salía a borbotones. No quería hacerlo como tampoco quería ser ficha de este juego. Las amígdalas me duelen cuando paso saliva, estoy demasiado cansada y creo que tengo fiebre. Abro los ojos y el hombre de cabello dorado está sentado en la orilla de la cama con la mirada perdida. Yazco en su habitación y me surge la necesidad de querer romper el angustiante silencio que siempre lo acompaña. —Cuéntame una historia —le pido—. Anda. La voz me sale en pequeños jadeos y él no me habla, se mantiene inmóvil. —Empiezo yo. Tomo fuerza queriendo animar el momento. Dudo de que el Boss haya muerto porque de ser así, él estaría recibiendo el cargo y no aquí conmigo. —Cuando era bebé vi un concurso de patinaje en la tele... No sabía caminar todavía, bueno, eso dice papá; Que solo medio me levantaba y caía... Medio me levantaba y caía —le cuento en medio de jadeos—. Hasta ese día que me perdí en el salto triple que hizo la patinadora... Ese día no caí, sino que me sostuve. Ese día di mis primeros pasos queriendo alcanzar la tele. Sigue sin decir nada actuando como si no estuviera.

—Crecí, me metieron a una escuela de patinaje y cuando me puse los patines... Me fui de bruces contra el hielo partiendome un diente —río sin ganas—. Pero no me importó, sabía que era lo que quería, aunque el deporte no me estuviera dando una buena bienvenida. Termino el relato con el sin sabor que provoca este inhóspito ambiente en el cual siempre soy ignorada. —Había una vez un niño feliz el cual tenía diez años —habla el hombre de cabello dorado—. Ese niño amaba mucho a su madre. La amaba como no tienes idea, de hecho, no creo que nadie más quiera a alguien como ese niño la amaba a ella. Corta las palabras como si le doliera, como si le cortara. —Yo también amo mucho a mi madre —contesto agitada— ¡Oh, si la vieras! Es tan hermosa e inteligente. Siempre tiene una solución para todo y es de las pocas mujeres que podría definir como perfecta. Asiente. —¿Tu madre también era perfecta, Vlad? —pregunto. —Lo fue —contesta cerrando los párpados—. Hasta esa tormenta... Hasta ese instante... Algo me quema al ver como se limpia las mejillas. Papá dice que en los hombres llorar no es un acto de cobardía, es de valientes; porque cualquiera puede fingir ser fuerte, pero pocos tienen la capacidad de mostrar el animal herido que llevamos dentro. —Vlad, tu madre te... Sacude la cabeza como si entendiera lo que quiero decir y prefiero callar para no herirlo más. Solo observo el frasco que destapa metiéndose cuatro pastillas antes de dejarse caer en la cama. —Sonya —mira al techo soltando un largo suspiro—. Aún tengo el olor de su sangre en mis manos. Me encojo bajo las sábanas con la mirada siniestra que nunca desaparece ¿Amaba a su madre y la mató? Su mano acuna mi cara antes de darme un

beso en la punta de la nariz. —¿Te gusto, pequeña puta? —pregunta. Dudosa paso los dedos por las hebras rubias. Vladimir, de no haber escogido esta vida, se vería genial dando charlas en un museo de historia. Reconozco que siempre lo imagino así y no como un siniestro asesino. —Dime —insiste— ¿Te gusto? —Si —musito con la nariz enrojecida—. Me gustas. Asiente un poco perdido. —Es mutuo —contesta—. Mutuo, pero no quita el que tenga que matarte. Se me salen las lágrimas. —No quita que seamos cazador y presa —empieza—. No quita el conteo regresivo el cual te dejará tres metros bajo tierra ¿Lo entiendes? —Si —me atraganto con el nudo que tengo en la garganta—. Lo entiendo, Vlad. Cierra los ojos dejando la amenaza latente, miro la pared y poco después siento la respiración pausada que me dice que se ha quedado dormido y está tan dopado que no creo que despierte por ahora. Con dolor, aparto las sábanas sacando los pies de la cama en busca del baño. Tengo el cuerpo resentido y una asquerosa cucaracha pegada en mi ser la cual empaña el espíritu que quiero mantener vivo. La puerta de la alcoba está con seguro, así que me encierro en el cuarto del baño sacando lo que tanto me ahoga; esos sollozos cargados de desesperanza que merman mis fuerzas. Me tapo la boca queriendo detenerlo, pero no puedo y vuelvo a flaquear odiando todo esto, odiando este pantano el cual no me tocaba, ni tampoco merecía. «Pero no puedo saltarmelo». Es una traba en mi camino la cual nadie me va a quitar.

Calmo el llanto tomando una bocanada de aire antes de mirarme en el espejo. Abro la boca lo que más puedo tratando de ubicar lo que necesito. No lo veo, me limpio los ojos e intento de nuevo. Sigo sin verlo y debo usar el mango del cepillo de dientes para ayudarme. Una arcada me corroe, pero muy en el fondo lo identifico; ese punto plateado indetectable para muchos, pero no para mí. Inhalo nuevamente antes de meterme los dedos queriendo alcanzar lo que yace dentro. Me cuesta, vomito baba e intento de nuevo fallando cuatro veces seguidas, sin embargo, a la quinta toco el doloroso punto que le da paso al hilo que empiezo a sacar. Es delgado e incómodo, no el hilo, sino lo que sube; ese pequeño objeto que me provoca arcadas y termina en vómito cuando toca mi laringe escupiendo la bolsa forrada en carne, la cual fácilmente podría pasar inadvertida. Me tomo unos segundos para recomponerme y le entierro las uñas sacando los tres microchip que se pegan como un imán. Asomo la cabeza asegurándome de que Vladimir esté dormido y lo está. La puerta permanece cerrada con seguro y vuelvo adentro limpiando el lavamanos. Los microchip son pequeños y me voy contra la pared deslizando la espalda en ella hasta quedar en el piso. Los uno como me enseñaron armando el artefacto con los labios temblorosos. No recuerdo muy bien como era y me enredo tres veces antes de lograr un buen resultado. «Calma, Em». Procuro calmarme escondiendo las hebras negras detrás de mi oreja. Queda listo y hundo el pequeño botón. Los minutos se me hacen eternos mientras espero ansiosa; la luz verde me da aviso de que ya es hora y lo arrojo en el suelo dejando que dispare los rayos azules, los cuales me encierran como en una jaula bloqueando cualquier tipo de sonido.

El círculo inicia un conteo regresivo, en tanto los nervios hacen que me coma las uñas.... Una pequeña luz se despliega y con ello la imagen del hombre que está detrás de una pantalla. —Coronel Morgan —dice el marido de mi hermana estableciendo el contacto que me rompe en llanto nuevamente. No controlo los espasmos como tampoco puedo dejar de mirar las manos que mataron a Olimpia. —Emma, el tiempo es limitado —dice con firmeza—. Dime si esto es una buena señal o es el aviso el cual me indica que debo anunciar tu muerte. —Ven por mí, por favor —tiemblo atorandome con todo—. Ya no lo soporto, ya no lo resisto. Sacude la cabeza empequeñeciendo mis órganos. —Acordamos este contacto con un fin —su frialdad duele—. Despedirte o darme una respuesta; así que dime cuál me vas a dar. No puedo hablar, los sollozos no me dejan y agradezco que los rayos insonoros tapen la revolución de mis sentimientos. —Emma —insiste—... Habla o ya mismo te doy por... —Vladimir Romanov, el Underboss de la Bratva —digo en medio del colapso—, ya cayó. Aparto el cabello que me ha caido en la cara. —Bien, ahora haz que mate a su padre —contesta—. Y cuando Ilenko muera, mata tú a Vladimir. —Pero yo no quiero matar a nadie. —Entonces sé tú la muerta y no le des vuelta al asunto —me dice— porque la única forma de salir de ahí es que tú los mates a ellos o que ellos te maten a ti. De lo contrario, no hay otra salida. La seriedad que denota me dice que no acepta disputas y lo único que hago es asentir con la barbilla temblorosa.

—Me sigo ocupando de todo —se despide—. Rompo comunicación. Corta absorbiendo los rayos que vuelven todo a la normalidad. El chip se enrojece y a los cuatro segundos se prende en una leve llamarada que lo vuelve cenizas la cual observo en el piso. Los espasmos siguen y me tapo los ojos con las muñecas llorando como una pequeña. Yo sabía que era la presa de la Bratva. Lo supe desde que Vladimir inició la caza que llegó secretamente a los oídos de Death, mi amigo, quien es dueño del Mortal Cage estadounidense. Él se lo informó al coronel y ambos me lo informaron a mí. ¿Podrían esconderme? Si. Sin embargo, tarde o temprano la mafia roja me encontraría ya que una vez fichada, el juramento sólo se termina con la muerte. Death me explicó que era una ley de honor que nadie rompía. Una ley que siempre se cumplía arrasando a los que quieren protegerte. Me resigné por un momento, por ello me escapaba con el fin de sumarle recuerdos a la vida que se me estaba yendo poco a poco. Hasta quise experimentar con Martín porque no quería desperdiciar mis días estando triste. Estaba resignada disfrazando el miedo con disparates los cuales hacían la carga más llevadera, porque duele levantarte con la desesperanza de que este puede ser tu último día. Marchita la angustia de que en cualquier momento patearán la puerta de tu casa masacrando a tu familia. Eso era un motivo más para no querer estar en casa, para huir a cada nada aceptando la muerte sin llevarme a nadie. Pero el intento de rapto en Sonora fue un crudo golpe de mi subconsciente, el cual me dijo "Somos muy jóvenes para morir". Por eso hice lo posible por librarme de la primera mordida que me lanzaron sin saber que me había acostado con quien quería matarme. Hablé con el coronel cuando llegué a Phoenix y él se ocupó de decirle a papá de forma indirecta que North Pole era la mejor opción. Obviamente todo estaba planeado porque Rick James jamás me mandaría al ojo del

huracán, pero mi cuñado sí, ya que a él solo le importa mi hermana y no quiere que ella sea la heroína de nadie. Rachel James se hubiese sacrificado de inmediato, se hubiese entregado por mí y eso es algo que él nunca iba a permitir y que tampoco yo me perdonaría, pese a que este lío sea por ella. La frialdad del coronel Morgan me lanzó a la jauría enviándome a Alaska en enero. La carta de la academia solo era la invitación a la guarida del león. Estando cerca, solo era cuestión de que me encontraran y de ahí para allá dependía de mí, que solo sé hacer piruetas en patines; de mí, que solo tengo un entrenamiento militar básico. De mí, que lo único que quiero es dejar de ser la ficha de juego en una venganza que no es mía. Por ello mi objetivo siempre ha sido conquistar al cazador, a Vladimir, para que le tenga piedad a la presa; o sea, yo. Aparto las lágrimas, sé que él tiene como regla no enamorarse, pero yo no quiero morir y por ello supe que la única forma de salvarme es entrando como el impacto de una bala rompiendo sus normas.

━━━━━━━━※━━━━━━━━

BOSSWhere stories live. Discover now