Día 6: Compartir

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Corría lo mas rápido que sus cortas piernas le permitían, esquivando como podía a los enfermeros y pacientes del hospital.

La lágrimas caían sin control por sus regordetas e infantiles mejillas.

No puede ser.

No puede ser.

Sin ser consciente había llegado a una de las tantas terrazas del hospital. El viento choco contra su rostro y agito sus cabellos. Las lágrimas seguían escurriendo por sus mejillas y llevo sus pequeñas manos para ocultar su rostro, pero aun así los sollozos nos disminuían y esta vez se agachó y no trato de acallarlos. 

—¿Estás bien?

Ella sin deja de ocultar su rostro asintió.

—Claro que no estas bien, estás llorando.

—Solo se me metió algo en el ojo.

—Aja, y yo me baño todos los días.

La niña frunció el ceño y quito sus manos de su rostro, encontrándose con un niño de cabellos plateados y ojos claros. Este la mirada desde arriba de un tanque de agua con una chupeta en su boca. 

—¿Enserio no te bañas todos los días? Eso no es muy higiénico.

El chiquillo se sonrojó.

—No estamos hablando de mi, sino de ti — él se bajo del tanque y se coloco en cuclillas frente a la niña de esponjoso cabello castaño — ¿Por qué lloras?

Ella bajo la mirada con tristeza y apretó sus pequeñas manos sobre sus muslos.

—Mi mamá... — las lágrimas volviendo a rodar por sus mejillas y trato de detenerlas con sus manos — Mi mamá se esta muriendo.

Una expresión de lastima apareció en el rostro infantil del pequeño. Se sentó frente a ella y del bolsillo de su chándal saco un caramelo de fresa. Sin pensarlo, tomo una mano de la niña y coloco aquel dulce en la palma de su mano.

Ella le miro sin comprender.

—Mi abuela me dice siempre que por cada deseo de llorar me coma un caramelo, que el absorberá la tristeza y hará la vida mas dulce. Así que, quiero compartir uno contigo — Y sonrío inocente.

La pequeña miro el caramelo por unos segundos, antes de quitarle la envoltura y llevarlo a su boca.  Su paladar recibió con deleite el sabor a fresa y algo de calorcito se instaló en su pecho. 

—¿Mejor? — ladeo con curiosidad el niño, sin dejar de mirarla.

La pequeña asintió a medias.

—Esta rico — susurró y el niño río. 

—¿Cómo te llamas?

—Yuzuha. Shiba.. ¿Y tu?

—Takashi Mitsuya.

Minutos después, ambos niños se sentaron en el piso y se encontraron compartiendo caramelos y la niña riéndose de bodas que el niño decía.

Solo cuando el atardecer pinto el cielo, Yuzuha sintió que debía regresar a la habitación.

Su cuerpo tembló de solo volver a ver a su madre en ese estado. 

Pero... ella debía se valiente. Su madre se lo había pedido.

Miró al niño y sonrío tenuemente.

—Gracias, me hiciste sentir un poco mejor. Y ya debo volver, mi padre se debe estar preguntando donde estoy  — comentó. 

Takashi la acompaño a la puerta. Yuzuha coloco una mano sobre el pomo, pero algo la hizo volver a mirar hacia atrás.  Ese amigo aun la miraba con una amable sonrisa en su rostro y ella se sintió contenta por ello. 

Un poco de aire fresco ante lo que vivía esos días. 

 —Oye, ¿te volveré a ver?  — se encontró diciendo Yuzuha.  Mitsuya la miró con sorpresa primero y luego camino hasta donde estaba. Su mano se poso en la cabeza de Yuzuha y acarició.  Aquella niña que apenas había conocido ese día le generaba tanta ternura. 

 —Estoy seguro que sí. 

***

Ya falta solo un día para termina la Week 💕



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