El conejo y la serpiente

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El sonido era chirriante y estrepitoso y si no hubiera sido por los jadeos incesantes, quizá le hubiera perforado los tímpanos. Lo cierto era que a ninguno parecía importarle, pero a Johnny todo comenzaba a parecerle cada vez más ruidoso y el dolor llegaba a su cuerpo. Igual a una pequeña liebre con las orejas levantadas. Siempre pendiente al mínimo ruido, igual a una presa a expensas del peligro.

El camión se detuvo y después el chirrido volvió. Los ojos de Johnny se desviaron hacia la ventana y vio a la gente cruzar la calle. El vago recuerdo de un joven italiano asomó desde la distancia, justo en el giro hacia la derecha para tomar el autobús. Johnny nunca había tomado el autobús desde los siete años.

—Señor Lawrence.

La voz de su sensei era calmada. Johnny sabía que no había nada bueno en ella.

—Sí sensei —gritó Johnny desde su lugar en la fila, mientras mantenía todavía los brazos en alto y sin darse cuenta de que había perdido el rumbo de los puños.

El hombre lo observó inexpresivo cruzándose de brazos, la serpiente saltó sobre su pecho y Johnny estuvo seguro de escuchar cómo siseaba y sacaba la lengua. Como si intentara hacer que se acercara a sus fauces para después devorarlo.

Ciertamente, no estaba equivocado.

Johnny examinó la oficina. Había estado ahí miles de veces. Recordaba la primera vez que se sentó frente a él y lo miró igual a un conejito asustadizo.

"¿Qué te hace pensar que aceptaré a un debilucho como tú?"

Johnny se quedó callado. Siempre callado. Siempre atento.

No hagas ningún ruido. No hagas ningún ruido. Así no podrá comerte.

Kreese frunció el ceño. Las líneas de expresión se acomodaron como si hubiera sido una orden de su cerebro.

"Tu padre cree que no vales la pena. Que perderé el tiempo contigo, pero no parece importarle pagarme solo para deshacerse de ti un par de horas."

"Él no es mi padre."

Hasta entonces habían sido esas las únicas palabras que pudo decir desde que entró a la oficina. El humo del cigarrillo le picaba la garganta. Pero había sido lo suficientemente alto como para que al hombre le quedara claro.

"No me importa lo que sea tuyo. Me importa saber si lo que dice es cierto. Aunque creo que ya tengo la respuesta."

Johnny se encogió de hombros. Podía escuchar las palabras de Sid del otro lado de la puerta.

Miedoso. Miedoso. Bueno para nada.

"A mi padrastro no le importará pagarle lo que sea con tal de tenerme lejos de casa. Incluso si pierde su tiempo, usted gana de todos modos."

"¿Y tú crees que voy a perder mi tiempo contigo?"

Por primera vez Johnny levantó la cabeza y enfrentó a la enorme serpiente que lo miraba hambrienta.

Serás mi cena, conejito.

"No, señor."

—Ha estado demasiado distraído los últimos días.

—Lo siento, señor.

Kreese retuvo el humo de su porro un momento y luego lo soltó. Las pinzas estaban sobre el escritorio viejo de madera y por algún motivo hicieron que a Johnny le recorriera un escalofrío por toda la espalda.

El hombre se levantó y rodeó a Johnny como si de esa manera intentara descubrir todos sus secretos. Johnny enderezó los hombros y levantó el mentón, se mantuvo firme y expuso el pecho. Justo como un hombre debía de ser, fuerte, osado. Sin una pizca de miedo. Johnny apretó la quijada. El calor en el brazo era infernal.

Colores y PromesasWhere stories live. Discover now