El Cielo sabe que soy miserable ahora

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| ADVERTENCIA DE LENGUAJE HOMOFÓBICO |

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Cuando Johnny tenía 15 pensaba que el nombre de Ali aparecería algún día en su brazo, o que al menos el suyo estaría en el de ella. Sin embargo, incluso cuando tuvieron sexo por primera vez, cuando le entregó todo y ella hizo lo mismo con él, muy en el fondo sabía que Ali no era su Alma Gemela. Incluso si así se sintió esos últimos dos años, de algún modo terminó por convencerse a sí mismo y llegó el día en el que dejó de importarle todo lo demás.

"Mi cumpleaños solo es la punta del iceberg, Johnny. Fuiste tú el que terminó con esto desde hace mucho tiempo."

Y él lo negó como era su costumbre.

Al ver a Ali con LaRusso en la playa creyó que intentaba recuperar lo que le pertenecía, cuando en realidad había encontrado lo que hacía tiempo estuvo buscando.

A Daniel se le había ido la respiración, o quizás la estaba conteniendo. No estaba muy seguro pues sus ojos se concentraron en el vendaje cayendo sobre el pasto.

Estaba ahí, tan legible y brillante como una herida que acababa de cicatrizar.

Daniel LaRusso.

Igual que él; en letras rojas, igual al carmín de la sangre que se deslizó en sus nudillos la noche que se conocieron.

Johnny vio en los ojos de Daniel un terror profundo. El mismo terror que hubo en su rostro la mañana en la que el nombre del muchacho apareció en su brazo. Creyó que era una pesadilla, se pellizcó a sí mismo cerca de 30 veces y el dolor era cada vez más fuerte. Él nunca despertó.

No lo hizo porque era real.

Johnny se quedó en la cama, tampoco fue a práctica ese día. Bobby lo llamó como era de esperarse y él le dijo lo que cualquiera hubiera dicho. Estaba seguro de que Bobby no le había creído, pero prefirió no insistir cuando la voz de Johnny se quebró en la vía telefónica.

No podía decirle a Bobby. No podía decírselo a nadie. Si lo hacía ese sería su fin.

Pero no sabía qué hacer.

El único testigo de sus lágrimas fue el reflejo de sí mismo en el espejo. Lágrimas tristes y cargadas de rabia que durante años no permitió dejar salir.

Daniel vio el azul cristalizado en sus orbes celestes y la forma en cómo lo miraba como si buscara en él una respuesta.

- ¿Hace cuánto? -preguntó tan ronco como si un nudo le impidiera articular palabra.

Johnny se aferró a la correa de su mochila y se preguntó por millonésima vez en ese día por qué demonios hizo lo que hizo. No quería tener nada que ver con él. No quería que ni siquiera la pequeña escoria se enterara de ello.

Pero era el único que podía ayudarlo.

Él y nadie más.

-Dos semanas -su voz sonó tan pequeña que pronto se preguntó si dijo algo-. Unos días después de la fiesta de Halloween.

Daniel asintió lentamente, pero por dentro estaba gritando, deseando desaparecer y odiando más la idea de haberse mudado a ese sitio.

"Quiero volver a casa. ¿Por qué no podemos volver a casa?"

Todo estaba bien antes de venir aquí.

- ¿Y bien? -preguntó Johnny después de un largo lapso de tiempo-. ¿No vas a decir nada?

Colores y PromesasWhere stories live. Discover now