¿Y si hubiese sido yo?

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Camino con mi pastel de cumpleaños en mano, presiento que esta vez será un cumpleaños inolvidable. Las velas aun no están encendidas, caminando por la enorme oscuridad en la que me envuelve la habitación, no percibo males, no percibo nada más que la frialdad del ambiente, ambiguo a ser cálido pero decidido a hacerme suya.

Siento el primer chispazo que se produce con él fósforo, no logro disuadir quien es quien, alguien con manos ágiles me entrega la llama con la que enciendo mis velas, pero sé que su acto me concede encender mis deseos y pedirlos de uno en uno. Mi mirada esta fija en la pequeña luz que emana, la única forma de mirar a mis acompañantes es terminar de encenderlos y así poder descubrir al fin quienes son mis infieles compañías.

Le sonrió al porvenir, es infame, es infiel y es un mentiroso, siempre había confiado en él y jamás me había concedido tantos bienes como los que siento, regocijaran mi alma. Miro el pastel blanco, con él betún apenas embarrado. Pero no hay nadie, ni una sola alma que decida acompañarme, ni siquiera las figuras que estaba por conocer.

El ladrido de un perro afuera de la casa me rompe la concentración, escucho el motor de un auto, puedo percibir la ráfaga de viento entrar por la ventana, no solo mueve las cortinas blancas, también mueve las velas en las que reposan mis deseos.

Sin pensarlo mucho sigo el ladrido, voy tumbando lo que encuentro a mi paso y sin querer hacerlo de manera intencional tiro el mantel de la mesa. Miro de reojo el fuego detrás mio, pero le resto importancia, afuera hay algo más enigmático que una cena sin compañía.

Y ahí esta, un auto, solo y abandonado a la deriva.

Lo abordo como si lo condujera de toda la vida, era extraña la sensación de control en algo que jamás fue mio y que nunca lo será. ¿Por qué nunca podía elegir a quien amar? ¿Por qué se sentía mio?

Mire sin remordimiento a la casa en llamas, sabia que no podía volver, no seria bien recibida en una casa que no podía absolverme de mis pecados, sino que me consumía en ellos, que me hacia esclava de sus propias indecisiones y me obligaba a quedarme distante de ella.

Sentía los párpados pesados y decidí no mirar más. Mi ultimo deseo se lo había proclamado a las llamas altas que incendiaban mis días mas tristes y en ellos disolvían mis días más felices.

Arranque el motor, no sabia a dónde podía ir, era libre al fin, estaba absuelta de mis verdades y mis mentiras. No nadaba más en mi incertidumbre, solo dejaba que la marea me manejara por sí sola, sin brújulas ni mapas.

Era de noche, bien lo recuerdo.

Encendí la radio esperando que alguien me indicará el clima de la bella california.

Deje que el aire entrara por las ventanas, por primera vez me sentía bien, podía respirar sin dificultad, me sentía por fin yo misma.

Paseaba por senderos y carreteras, esquivaba topes y señales.

Estaba inmensamente feliz, sentí un respiro de la vida misma, sabia que no era la persona mas especial del mundo pero justo en ese momento me sentía la elegida en un mundo donde nadie logra elegir nada.

Pasaba las curvas en la montaña sin desear ser llevada por la avalancha... ¿Así se sentía vivir sin preocupaciones o solo eran mis aspiraciones hablando por mí misma?

Hice una pequeña pausa en la gasolinera. Pase por un par de dulces a la tienda, con luces parpadeantes que estaba justo al lado de unos baños.

Tome asiento en la orilla de la banqueta, al abrir el empaque de donas glaseadas me sentí como una niña de diez de nuevo. Era feliz comiendo comida chatarra cuando Chiara no estaba en casa, era un pequeño secreto solo mio. Ni siquiera papá podía saberlo, él era escéptico de los alimentos procesados aunque adoraba los sándwiches fríos de jamón con queso que venden en las tiendas, justo como la que estaba a mis espaldas.

Unpleasant DesireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora