Capítulo 26

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Siempre juntos 



Se podían escuchar unos ensordecedores gritos por todos los rincones de la gran casa, llenos de dolor y desesperación.

Cuando había terminado la tortura, solo se escuchaban los pequeños sollozos que salían del ático. Abundantes lagrimas caían de los ojos de Arthur, ni siquiera podía formular algún insulto para sus captores, lo único que hacía era sollozar, trataba de no llorar, pero era inevitable.

—No llores Arthur, no es para tanto

Lo miro de mala manera mientras aun soltaba sollozos, el rostro del moreno expresaba alegría y excitación, estaba orgulloso de lo que había hecho, sin reflejar una pizca de arrepentimiento.

—Solo te fracture el brazo, nada del otro mundo— dijo mientras se reía en la cara del rubio.

—Es-esta lo...co

—¿Los estoy? No lo sé Arthur, yo creo que soy normal.

El dolor era tan insoportable, hace unos minutos João le había fracturado el brazo con un tubo de metal, se sorprendió de que aun estuviera consciente. Por culpa de sus lágrimas su vista era borrosa, trato de buscar al otro sujeto, no estaba, se había retirado dejándolos a los dos solo. Miro como el moreno se acercaba a la mesa vieja y desgastada, vio como levantaba un pequeño estuche negro, enseñándolo con tanta emoción a Arthur.

Era una jeringa y un frasco con un líquido desconocido para el rubio.

—Con esto podremos divertirnos por más tiempo, antes de que te asesine, ¿Sabes qué es esto?

Arthur solo agacho su cabeza, no tenía fuerzas para contestarle, sin embargo, a eso no le gusto al moreno, con pasos firmes y pesados se acercó a Arthur, sin ninguna delicadeza tomo los cabellos rubios, apretándolos con tanta fuerza para alzar el rostro del chico.

TE ESTOY HABLANDO, TIENES QUE RESPONDE CUANDO TE HABLE, ¡INÚTIL DE MIERDA! — miro como las lágrimas caían por el rostro del rubio, por esa tersa piel, suspiro y se forzó a tranquilizarse, no quería que esto terminara tan rápido—volvamos a comenzar, ¿sabes qué es esto?

—No— su voz salió rasposa y débil, casi como un susurro.

—Bueno, esto hará que sigas consciente, así no te perderás de nada.


[...]


La señora Eva Kirkland suspiro por decimosexta vez en el día, ¿Acaso no era una buena madre? Tal vez no era la mejor madre del mundo, pero hacia lo que podía con sus hijos, sus hijos eran su mayor tesoro.

¿Cómo pudo perder a su hijo menor?

Su desesperación aumentaba con cada segundo que pasaba y sumando el hecho de que Antonio estaba internado en el hospital por una riña que tuvo con su hermano mayor, era mucho para su pobre alma.

Con pasos cansados se acercó a la capilla del hospital, era un lugar pequeño, pero acogedor, se arrodillo y miro la figura de una mujer, apenas y sabia como rezar, no era muy devota, lo había intentado, así que solo se quedó ahí, hablando en su mente, rogando por que su hijo menor apareciera.

Los minutos pasaron y el señor Kirkland se encontraba abrazando a su esposa, había visitado las casas de los compañeros y amigos de su hijo, tuvo que regresar, no podía dejar por mas tiempo sola a su esposa, algo irónico, ya que había dejado a su familia por meses.

MonstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora