De traiciones y otras mentiras

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Segundo #30MinRock, fase 2: "A se enamora de B en la secundaria, pero C invita a salir a B..."

KisaKaku con KisaIta de fondo.

Modern AU, advertencia de ooc. En este universo Kakuzu, Kisame e Itachi tienen una edad similar.

Palabras: 1146

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Kakuzu se planta de frente. Kisame se había sentado en el sillón con las piernas abiertas, así que aprovecha la oportunidad y acorta la distancia, invade su espacio, coloca su espinilla sobre el muslo interno del contrario.

Lo toma del cuello de su remera, posesivo, dominante. Y recibe la sarcástica expresión de labios curvados, del ligero brillo del filo de los dientes de Hoshigaki, preludio de una risa prepotente.

—No me digas que vas a salir con eso de que tú llegaste primero. No somos...

Un gemido ahogado. El sonido de un forcejeo débil. Aroma a alcohol.

Kakuzu estaba en plena disyuntiva: no sabía si besarlo o golpearlo en la cara, así que decidió morderle el labio.

Le había dicho que lo quería, palabras más, palabras menos. Ninguno de los dos podría recordarlo con claridad al día siguiente.

Piensa que era inevitable que terminaran así, y entre un pensamiento y otro sus manos exploran por debajo de la ropa de Kisame, el beso se prolonga y el arrepentimiento de no haber sido quien se casara con él regresa.

No. Se detiene en seco y trata de corregirse: no quiere estar con él ni anhela ocupar el lugar de Itachi, él quiere más, quiere poseer a Kisame por completo, ahora mismo. Desea su total lealtad, su compañía y complicidad, casi tanto como desea arrancarle la ropa y darle salida al calor que arde bajo su piel.

Pero su confesión llega tarde, muchos años tarde. Está seguro de que, cuando llegue la mañana, Itachi le estará esperando con paciencia, sin la menor duda de que volverá a casa.

Y sabe que Kisame, como un vil perro faldero, regresará y le besará la frente y las manos en el marco de la puerta. Que será dócil y lo acariciará con ternura, actuando como si no fuera la bestia maldita que sabe que es. La imagen que ha convocado en su mente le provoca arrugar la nariz como lo haría al estar frente a la putrefacción de un cadáver, o de un traidor.

Su mano va a parar detrás de la cabeza contraria y tira con fuerza de sus gruesos cabellos azules.

—¿No te has cansado de fingir? — asevera en un gruñido áspero, que logra ser más intimidante de lo que habría sido un grito. Tensa su agarre y lo obliga a mirarle a los ojos.

Pero Kisame se ríe, divertido. Relame el hilo de sangre que corre por su labio inferior, parece recalcarle lo absurdo de la situación.

Su ser es tosco, su trato es rudo y sarcástico, pero sus acciones siguen una norma simple: no quiere más mentiras.

No es que cambie para acomodarse a la forma de ser de Itachi, es que, a su lado ha encontrado un espacio en el que puede sacar a relucir un lado diferente de sí.

Pero Kakuzu no quiere aceptar esa verdad, porque eso significaría que tuvo todo de él, a excepción de esa otra forma de cariño.

Quiere creer que Kisame sigue siendo el bastardo que se llena las manos de sangre sin pensarlo dos veces, aquél que entiende sus negocios y que no teme llevarlos a cabo. Porque, pese al correr de los años, él continúa sintiéndose tan sucio y maldito como lo es la imagen que ha guardado de su Kisame del pasado.

Entonces vuelve a pensar que encaja con él, más de lo que encaja el maldito mentiroso y manipulador de su esposo.

No puede aceptar que se haya ido con un "niño bonito", de modales y de buena familia. Odia la idea de que su compañero de crímenes ahora cargue las compras, cocine el desayuno y salga tomado de la mano como si fuera una persona ordinaria.

No lo tolera, porque eso no fue para él. Y nunca lo sería.

Trata de corregir sus pensamientos de nuevo. Se dice a sí mismo que no es que quiera encajar, que no es que quiera ocupar el lugar de Itachi, y recibir el cariño y los cuidados que le son entregados por el mismo cretino del que se enamoró en su juventud.

Pero ya no puede negarlo. Lo anhela, lo exige, ¿o es, acaso, que nunca lo mereció?

Su expresión cambia, se descompone. Suaviza el agarre de su mano sobre los cabellos de Kisame hasta convertirlo en una caricia, pero sus cejas continúan fruncidas, y en sus ojos destella el odio, aunque no está dirigido hacia él, o hacia su esposo.

Y lo vuelve a besar. Esta vez lo hace lento, como si quisiera ser honesto consigo mismo y entregarse, mostrar vulnerabilidad por primera vez en su vida. Kisame, esta vez, no continúa el beso.

Cuando separa sus labios se encuentra preso en un abrazo suave, necesitado, y la conclusión de que una puñalada le hubiera dolido menos que la precisa combinación de palabras que recibió en un susurro.

—Kakuzu, yo no traicionaría a Itachi.

Rompe el abrazo y se queda quieto frente a él. Sus miradas son severas, pero no queda hostilidad en sus gestos. Ya no.

Decide que no se hará el sorprendido. La lealtad que admira, desea y necesita no es para él, lo sabía desde antes de que se comprometieran, y si Kisame cediera, tal vez, dejaría de serle tan atractiva.

Es su turno de dedicarle una sonrisa sarcástica. Retira todo contacto, se reacomoda la camisa, y el cabello. En su postura no hay un solo signo de derrota.

—Mañana, antes de que regreses con esa zorra, asegúrate de pagar mis honorarios. Además, habrá un cargo extra por la noche que pases aquí, mi apartamento no es un puto hotel ¿entiendes?

Le arroja la cobija pequeña que reposaba en el sillón de al lado y una almohada, Kisame bromea diciéndole que le hubiera correspondido si supiese que eso significaba que podría dormir en su cama.

Kakuzu voltea los ojos, y cierra la puerta tras de sí. Suspira. No entiende el tumulto de emociones que continúan molestando en su interior, pero decide que es momento de dejarlo ir.

El matrimonio de Kisame no alcanzó a verse afectado, en los hechos, no hubo ningún pecado que se debiera ocultar. Sin embargo y pese a los esfuerzos de ambos, ninguno logró evitar que en esa noche naciera una traición y una mentira.

Kakuzu, entre sus cobijas y el sonido de la calefacción, siente que se traicionó a sí mismo. La vulnerabilidad no es un atuendo que quiera volver a vestir, no le queda, no le pertenece. No lo necesita, así como concluye que no necesita el amor de Kisame.

Y, cuando la noche en ese sillón pase, y la bruma fría sea alumbrada por el tenue amanecer, Kisame regresará a casa y se mentirá a sí mismo.

Cuando salude a su esposo con un ligero roce de labios, tratará de ignorar el hecho de que, en realidad, sí hubiera querido darle a Kakuzu el lugar de Itachi.

KisaIta One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora