03- En el que nos acercamos

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En el que nos acercamos

KAT

Se quedó de pie junto a la puerta, mirando a la desconocida.

Y cuando nadie dijo nada, Kat se volteó para interrogar a Chase con la mirada. El gringo lucía visiblemente incómodo, tenía la camisa mal abrochada y el cinturón del pantalón colgaba de él.

—Me dijiste que vivías solo —dijo la mujer desde el sofá en un inglés horrible, sentada tan relajadamente con una copa de vino en la mano como si estuviese en su maldita casa—. ¿Ella es tu hermanita?

—No, ella es... Kat. Kat, ella es... uh...

—Amy.

—Amy. Gracias —Chase le dedicó una sonrisa de disculpa que luego extendió hacia Kat—. Amy es una amiga, sólo vino a pasar el rato.

—Seguro que sí —Kat se sintió tan incómoda, tan decepcionada. Las ganas de cocinarse las croquetas de pollo que había pasado a comprar se esfumaron. Así que le lanzó la bolsa a Chase y se alejó por el pasillo—. Mételas al refri.

Y se encerró en su habitación.

El rato pasó, y la esperanza de Kat de que la amiguita de Chase se marchara, se desvaneció con los minutos. Escuchó las risas coquetas, y luego los gemidos atravesando el pasillo. Tuvo que ponerse audífonos con la música a todo volumen intentando ignorar el ruido, pero su mente creaba imagen tras imagen de lo que tal vez estaba pasando en la otra habitación.

Y se sintió tan... celosa.

Y hambrienta.

Estuvo toda la tarde en la cafetería, y el capuchino con el trozo de pastel que comió a la hora del almuerzo ya habían sido metabolizados por su cuerpo hacía horas. Aun así, salir a prepararse algo le pareció imposible. ¿Y si de pronto Chase y su amiga decidían terminar de divertirse en la sala? ¿O si se aparecían por la cocina a disfrutar de un bocadillo nocturno?

Kat no quería encontrárselos, así que se sentó en la cama, apretándose el estómago con hambre.

Era molesto no poder salir a su propia cocina a prepararse algo de comer con tranquilidad.

Era penoso no sentirse a gusto en su propio espacio.

Era estúpido sentir celos por alguien que conocía hacía apenas una semana.

En un desbaratado intento por escapar de aquella situación, llamó a su padre:

—Hola, Kat, ¿todo bien?

—Hola... Estaba preguntándome si... ¿puedo ir a cenar contigo?

—Kat, es un poco tarde. Ya estoy en casa.

—Entonces... ¿Puedo ir a tu casa?

Su padre suspiró.

—Hija, ya hablamos de esto, yo... Sabes que me encantaría traerte, es sólo que...

Kat soltó el aire que estaba conteniendo, decepcionada.

—Está bien. Fue una idea loca, olvídalo. Ten buena noche.

Cortó la llamada y se tendió en la cama, sintiendo sus intestinos rugir por la falta de alimento.


.


A la mañana siguiente, Kat se levantó y se metió al baño sin siquiera molestarse en abrir las cortinas; se dio una ducha tibia y luego salió a la cocina a prepararse un té caliente. Habría olvidado lo ocurrido la noche anterior de no ser por el aroma rancio del ambiente, la botella de vino sobre la mesa, las copas vacías sobre los cojines del sofá y los restos de bocadillos en la cocina.

Finge que me quieres © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora