⸙Un cielo nocturno que nos sonríe

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•⸙•

Mirarla era como ver el mismo cielo estrellado que se cernía sobre ellos aquella noche de otoño.

Verlo a él era como encontrarse con un amuleto de la suerte luego de un pésimo día.

Eso era lo que pensaba el uno del otro. Quizá, también, una forma de complementar al otro sin querer.

Porque Eijiro Kirishima sabía que había encontrado a alguien tan linda y perfecta que robaba más su atención que aquel precioso cielo digno de una poesía. Y quizá a quien debía escribirle bellas palabras era a ella y no a la luna que les sonreía en su etapa creciente, tal vez aquel astro le ayudaría a llenar un papel con lo que sentía por ella.

Y Aria Kusanagi deseaba conservar ese amuleto de la suerte que, quisiera admitirlo o no, alegraba sus días grises y sabía cómo borrar las huellas de un pasado que no deseaba tener con solo sonreír y mostrarle aquellos puntiagudos dientes, convirtiéndose en aquella luz que iluminaba su oscuro camino.

Nadie más era testigo de la belleza de aquella noche. Solo ellos dos. No había necesidad de decir palabras que pudieran expresar lo que ambos sentían estando al lado del otro, no cuando sus manos jugueteaban a entrelazarse luego de una extraña y enternecedora confesión de amor por parte de ambos. Kirishima, como todo un caballero, quiso ser el primero en expresarle sus sentimientos a la chica amante de la noche, sabiendo que el ambiente calmo y sereno sería el adecuado para hacerle saber lo mucho que lo hacía suspirar y pensar de más en las clases de inglés de Present Mic.

Y había aprovechado aquel día en que el cielo estaría despejado de nubes, justo como le gustaba a la chica.

Aria, por su parte, llevaba tiempo preguntándose cómo podría decirle a Kirishima lo que sentía sin llamar la atención del resto de la clase A, pedirle que se vieran fuera de los dormitorios a esas horas de la madrugada podría parecer extraño si se ponía a pensarlo, pero no evitaba creer que ese contexto sería el indicado para decírselo. De confesarle que tontamente, cuando lo veía sonreír, pensaba que miraba al mismo sol en pleno verano, viéndose obligada a usar gafas de sol.

Sin embargo, sin pensarlo o ponerse de acuerdo para confesar sus más profundos sentimientos, la noche y el lugar se prestaron para decir solo algunas palabras que más tarde sobrarían entre ellos. Él había llegado a sus espaldas, sin saber que la chica, gracias a su particularidad, Búho, logró percibir sus movimientos incluso cuando salió de la residencia con cautela; algo que la llevó a ponerse nerviosa al darse cuenta que se trataba de él y no de algún otro compañero de su clase.

Aria procuró no delatarse con el movimiento involuntario de sus alas al ponerse rígida, aunque aprovechó la grandeza de éstas sabiendo que su rostro se ocultaría con ellas para mirar a diferentes direcciones esperando encontrar una salida, porque a pesar de pensar en confesar sus sentimientos, no estaba preparada para el momento. Sin embargo, Eijiro pudo darse cuenta, entendiendo que no solo era él quien se encontraba nervioso...

—Tu cabello —dijo Kirishima rascándose la nuca—. Es tan gris como los días nublados. Quiero decir... no es malo, ni me causa tristeza... Ah ¿Qué demonios estoy diciendo? —se preguntó en un susurro que la joven pudo escuchar—. Lo que quiero decir es que es bonito. Los días nublados y lluviosos me gustan. Como tú.

Aria lo miró perpleja, provocando que Ejirio se preguntara si había hecho bien en decir aquello tras olvidar el pequeño monólogo que preparó para confesarse a la chica. Se sintió como un tonto. Tanto que dudó de sus acciones y optó por irse sin decir nada.

No obstante, cuando creyó que a la chica le daba igual su confesión al no decir nada, una de sus alas lo atrajo a ella y a los segundos los brazos de Aria lo rodeaban en un abrazo que podría dejarle sin aliento por su fuerza, porque no quería que la viera a la cara. Kirishima se vio sorprendido por tal acción que no supo si debía corresponder o preguntar la razón.

—Tú eres como el sol —susurró Aria observando a un lado tras recargar su cabeza en el hombro del joven.

—¿Insoportable como el sol del mediodía en verano?

—No —habló la chica armándose de valor para mirarlo a la cara con una sonrisa—. Como el del atardecer en invierno. Ese que da calor y una sensación de tranquilidad. Que da en un punto específico de algún lugar en el que siempre me gustaría estar. Como tus brazos.

—Entonces... tú...

—Me gu-

—No, no, no... no sería de hombres dejar que la chica lo diga primero —la calló poniendo su mano en la boca de Aria, luego se aclaró la garganta tomando valor—. Kusanagi Aria —tomó ambas manos de la chica, diciéndose que debía mirarla a los ojos como todo un caballero y dijo—: Me gustas.

Pero Aria pareció tener un corto circuito, porque dentro de su cabeza lo vio como una deidad a la que le rezaría todos los días, con la luz del olimpo iluminando su figura desde atrás, creyendo que su voz era un canto angelical mientras su carita toda preciosa parecía ser hecha por mismísimos ángeles.

—También me gustas, Kirishima —se confesó ella poniendo de por medio sus alas para impedir que el pelirrojo la viera.

Él simplemente sonrió y no dudó en abrazar a la chica y sus alas lleno de felicidad y emoción por ser correspondido.

Y Aria no dudó en mirar al cielo, compitiendo contra la luna por saber quién sonreía más esa noche.





JUN132022

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⏰ Última actualización: Aug 19 ⏰

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