CAP8. CURANDO MI CORAZÓN

11 1 0
                                    

Era sábado por la mañana y yo estaba demasiado cansada. El día anterior había sido bastante agotador para mí, y tampoco había logrado pasar una buena noche.

En tan solo veinticuatro horas yo me había dado cuenta de que me dolían demasiadas cosas de ese lugar al que tanto había ansiado regresar, por eso lo intenté tanto, pero, ya aquí, ni siquiera pude encontrar la razón de haber regresado.

A mi me quedaba una sola cosa para ser feliz, y era justo el niño que me miraba medio adormilado tras haber despertado justo a mi lado.

—Buenos días, mami —casi gruñó mi amado bebé, mirándome con los ojos aún entrecerrados—. ¿Cuándo llegaste?

—Cuando ya dormías —dije, acariciando su cabeza, despeinándolo un poco más, porque todas las mañanas el cabello de ese pequeño era un gran desastre—. Te cargué. Ya no eres tan pequeño, ¿sabes? Pesas bastante.

—No peso tanto —declaró el chiquillo con un puchero en el rostro—, además, tú eres súper fuerte.

—Claro —canturree mi palabra, medio suspirando por lo mucho que me había incomodado el concepto en que me tenía mi hijo.

¿Fuerte? No lo era, es decir, yo ni siquiera me veía haciéndole frente a mi vida y mi hijo pensaba que yo era "súper fuerte".

» Diego, ¿te gusta este lugar? —pregunté y mi hijo me miró contrariado.

—Me gusta —respondió por fin después de un rato de meditar mis palabras.

—¿No extrañas Santa Clara, tu escuela, a Chío y nuestra casa? —cuestioné esperanzada en encontrar una razón para salir huyendo.

—Si las extraño —informó mi hijo, y casi respiré aliviada, pero el tenía más qué decir en esa respuesta; y lo dijo—: pero aquí tengo más amigos. Liliana es mi mejor amiga. Me gusta aquí, mami. ¿Por qué preguntas?

—Curiosidad —mentí, sonriendo.

—Yo tengo curiosidad sobre qué desayunaremos —dijo dando saltitos en mi cama, con esa sonrisa hermosa que me sacudía todas las tristezas y pesares.

—Te prepararé un delicioso cereal con leche —informé y mi hijo abrió los ojos enormes, ya estaba muy despierto, al parecer—. ¿Qué te parece?

—Mmmmencanta la idea —canturreó y sonreí.

—Anda, vamos, que tengo mucha hambre —aseguré y tomé su mano para llevarlo hasta la cocina, donde desayunamos un delicioso cereal con leche y fruta, tal como lo prometí.

Y es que, aún sin haber obtenido la respuesta que yo quería de mi hijo, seguí en esa vida que a mi hijo le gustaba. Yo lo dije antes: dije que haría lo que fuera por él, incluso soportar todo lo malo que me pasaba: además, posiblemente me acostumbraría a esa nueva vida mezclada con lo peor de mi pasado... O, al menos, eso era lo que quería.

**

Habían pasado dos semanas exactas desde la última vez que vi a mi abuelo, cuando llegó a mi consultorio una visita inesperada, y digo visita porque la persona que se presentaba ante mía hacía bastantes años que había dejado de ser un niño. Así que, paciente no era, o al menos mío no.

—¡Abuelo! ¿Qué haces aquí? —pregunté un poco preocupada al ver a ese hombre atravesar los pasillos del hospital—. ¿Te sientes mal?

—No físicamente —respondió, contrariándome bastante y aliviándome un poco—. Alicia, hablemos.

Aún con el corazón atorado en la garganta, accedí a su petición y lo conduje hasta mi consultorio, donde ambos entramos y caminamos hasta el escritorio.

RECUPERÁNDOLOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora