Cuando llegué a la escuela de mi hijo, me encontré en la entrada con mi abuelo, que esperaba en la entrada con mi hija y mi hijo juntos. Inevitablemente sonreí, pues a mí me encantaba esa vista, era un cuadro de una felicidad casi completa.
Y, aunque eso podría ser suficiente para mí, sentía que era una familia incompleta. Yo solo esperaba poder juntar todas las piezas.
—Mami, ¿puedo ir a la casa de Lili? —preguntó Diego corriendo a mí.
Sonreí. A ese niño le había encantado mi abuelo y, según pude darme cuenta, a mi abuelo, ese niño que era el dueño de mi corazón completo, le había robado el suyo también.
—Con una condición —dije.
—¡Claro! —gritó Diego y me reí.
Él ni siquiera se había esperado a escuchar la condición y ya había aceptado. Diego no había estado en mis entrañas, pero era igualito a mí: era impulsivo y, a veces, un poco bobito.
—Ay, amor —suspiré—, primero escucha la condición. Ni siquiera sabes lo que pediré.
—Seguro quieres un beso de este galán —dijo mi hijo adoptando una postura algo ridícula, pero que me encantaba.
Ese niño me encantaba de verdad.
—No era lo que pediría —negué, sonriendo—, pero no me negaré a recibirlo. Es más, ahora son dos condiciones. Quiero ese beso ya.
—Te amo mamita —aseguró tirándose a mis brazos cuando me acuclillé y regalándome ese beso que tanto me encantó.
Yo también lo besé, y feliz lo abracé.
Mi abuelo aclaró la garganta y vi a una pequeña emocionada por lo que veía; o eso fue lo que interpreté de su sonrisita nerviosa mientras nos miraba.
—¿Quieres unirte? —cuestioné, deseando no recibir una negativa y extendiendo mi mano a ese pedacito de mi ser que pronto recuperaría.
Liliana miró a mi abuelo y, cuando ella recibió la aprobación de él, me entregó su mano y yo la jalé hacia nosotros y la abracé, teniendo que morder mis labios para no llorar. Eso era mucha más felicidad de la que nunca había sentido. Esperaba no explotar.
Tras un rato de sentir que mi mundo era perfecto, solté al par de niños que me sonrieron y a los que sonreí, entonces respiré profundo y aclaré mi garganta para poder explicar a mi hijo la condición que le faltaba saber.
» La condición es que primero vayamos a comer y que te comas la sopa de zanahoria y brócoli que preparé —dije para Diego después de aclarar la garganta.
Mi hijo puso cara de asco y yo me reí. En serio que ese niño era igual que yo, también odiaba la comida sana. Pero era mi hijo amado, por más que lo consintiera, yo no le haría daño.
—Negociemos —brincó mi hijo, apuntándome con sus dos dedos índices y, muerta de risa, negué con la cabeza.
—Nada, ya aceptaste —declaré su derrota—, y esta hermosa señorita es testigo, ¿verdad, linda?
Liliana asintió con una enorme sonrisa que me llenaba el corazón de una calidez que siete años atrás perdí al tener que dejarla atrás a ella.
» Al auto, ahora —indiqué y, Diego, tras haber hecho una pantomima muy divertida, tomó la mano de Liliana y la llevó con él mientras le explicaba porque la zanahoria era asquerosa y el brócoli era terrorífico.
«Mi bello hijo y las locas historias de su imaginación».
Todos juntos fuimos a mi casa, en donde comimos juntos. Diego se terminó todo, siempre lo hacía. Aunque él se quejaba de todo lo que odiaba, no era nada rebelde, Diego siempre hacía lo que mamita pedía. Creo que por eso lo amaba demasiado.
Comimos y Diego llevó a Liliana a su habitación para enseñarle todas sus cosas, mientras yo hablaba con mi abuelo de un sinfín de cosas que me encantaba escuchar y, cuando se hizo casi la hora de mi cita, llamé a los niños y bajaron con nosotros, Diego ya no tenía su uniforme.
—Mami —canturreó el pequeño demonio—. ¿Le puedo regalar ese cuento a Liliana? —preguntó apuntando a una antología de cuentos que yo le había comprado cuando él entró al jardín de niños.
Ese libro era realmente su favorito y ahora se lo regalaba a su hermanita.
—No tengo ningún problema —expliqué abrazándolo fuerte, besando su cabeza.
Liliana sonrió.
—¿Ves? —dijo Diego—. Te dije que era la mejor. ¿Quieres comprobar lo otro que te dije?
Ante la pregunta de mi hijo, yo los miré extrañada. No sabía lo que ellos se traían entre manos, pero era bastante sospechoso.
Liliana me veía indecisa y, abrazando fuerte su libro, negó tímidamente. Diego se apartó de mis brazos y empujándola la alentó.
» Anda, hazlo —dijo empujándola.
Liliana llegó hasta mí e hizo una pregunta en voz casi baja.
—¿Puedes comprarme un pastel de fresas? —preguntó la niña que yo más amaba y la miré con curiosidad.
—¿Por qué quieres un pastel de fresas? —pregunté un poco confundida.
—Mañana cumple años Iliana —explicó mi hija—, ella es mi mejor amiga y le encantan las fresas.
Con esa respuesta casi lloré. La fuerza de la genética era de verdad increíble. Suspiré, sonreí y pensé en cómo el amor y el destino tenían a toda mi familia unida.
«Espero sea suficiente» Deseé con todas mis fuerzas.
—Por supuesto que sí —respondí con un nudo en la garganta.
—Págale —susurró Diego algo emocionado, yo le miré contrariada y, cuando Liliana puso sus labios en mi mejilla, yo solo pude sonreír, otra vez, completamente feliz.
—Por otro de esos te compro uno más de chocolate y helado de banana —aseguré incitando a Diego a hacer un alboroto.
—¡Helado de banana! —gritó mi hijo y yo reí a carcajadas. Ese sabor de helado era nuestro favorito.
Fuimos a la repostería por ese pastel para Iliana, por el helado para mis hijos y luego fuimos a otra tienda por algunos regalos para la cumpleañera.
—Veo que dinero no es algo que te falte —señaló mi abuelo, pero no como un reclamo; o al menos eso era lo que sugería su sereno tono de voz.
—Gracias al cielo, no —señalé bastante complacida—, y ahora es por mi trabajo.
Sonreí mientras pagaba dos hermosos cuentos que envolvieron en papel de regalo antes de entregárselos a mis hijos y, después de dejar a mi familia en la que, ahora, era de nuevo mi casa, fui a atender ese asunto pendiente que deseaba con toda el alma se resolviera favorablemente.
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RECUPERÁNDOLOS
Chick-LitAlicia lo perdió todo en el pasado, incluso las ganas de pelear por mantener a su lado eso que le pertenecía. Dispuesta a rehacer su vida, siete años después, regresa a un lugar donde cree nada hay para ella. Y, sin siquiera desearlo, la vida le da...