CAP10. CONFESIONES Y RECLAMOS

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De camino al lugar de mi cita, yo hablaba con Chío por teléfono sobre ese tema que seguía rondando mi cabeza y que, esperaba, pudiera resolver a mi favor, y al favor de la pequeña que necesitaba proteger.

—Lo lamento mucho, Lici, pero es todo lo que se puede hacer —dijo mi amiga y, aunque no quería sonar decepcionada, fue justo así como terminé sonando al iniciar mi respuesta con un sonoro suspiro.

—Lo entiendo —aseguré casi en un susurro, porque no quería decir que lo entendía, pues eso me sonaba a resignarme, y no era lo que quería hacer y se lo dije a mi mejor amiga—, pero me parece un poco injusto, y no para mí, para ella.

—Lo sé, Lici —aseguró ahora mi amiga—, y lo lamento en serio.

—No, amiga, no hay nada que tengas que lamentar —declaré para que ella, que había hecho tanto por mí, no se sintiera mal por no haber logrado lo que yo había pedido—, al contrario, muchísimas gracias por todo. En serio no sé qué podría haber hecho yo sin ti.

—Todo para que seas feliz —dijo Rocío y sonreí.

—Eres la mejor amiga en todo el mundo —dijo y mi amiga presuntuosa que lo sabía, haciéndonos a ambas reír.

Me despedí de ella y, después de respirar realmente profundo, entré a ese lugar que me ponía completamente nerviosa; entonces hablé con la persona encargada de ese sitio y, después de concertar una nueva cita con ella, para concluir con mi asunto en ese lugar, me fui del lugar para volver algunos días más adelante.

**

Entre a mi casa quitando los restos de pastel de la cara y cabello de mi hijo, mientras Diego me platicaba con lujo de detalle la reacción de Iliana por la fiesta sorpresa que habían organizado Liliana y él.

—Dios, Diego, tú comes hasta por las orejas —dije burlona y Diego me sonrió enorme.

—Era guerra y yo gané —explicó mi hijo y suspiré.

No quería ni imaginarme cómo es que habían quedado los que perdieron.

Era fantástico poder ver, en primera fila, lo que era la vida de un niño feliz, y me encantaba en serio; por eso, para ser más feliz, decidí que en el futuro pelearía siempre por lo que me hiciera feliz, incluyendo la felicidad de mis hijos.

Así, un par de días después de esa fiesta de cumpleaños, yo me dirigí de nuevo a ese asunto que me quedaba pendiente para completar mi felicidad.

Era sábado a mediodía cuando llegué de nuevo a un orfanato que había visitado una vez antes. Saludé a la madre superiora y, después de haber hablado un montón y de convencerla que lo que hacía no era con la intención de hacer daño, se mostró menos renuente a apoyarme.

Aun así, yo solo podía rezar para que las cosas que yo planeaba fueran para bien.

—¿Cómo cree que lo tome? —cuestioné nerviosa, luego de que la directora del orfanato, una religiosa amable, pidiera a otra religiosa que fuera por Iliana, a quien yo quería ver.

—No lo sé —dijo la mujer mayor en ese hábito café oscuro con algunas partes en blanco—, pero, ¿de verdad está segura de querer manejarlo de esta manera? Ella podría odiarla sin que usted tenga culpa alguna.

—Ella es la hermana de mi hija —señalé como si eso explicara casi todo, señalando otra cosa que debería, según yo, explicar por completo por qué razón esa era la mejor decisión—, su mamá era mi mejor amiga...

—Eso no tiene que hacerla sentir responsable —declaró la religiosa, interrumpiéndome.

Yo la entendía, por supuesto que lo hacía. Ella solo quería lo mejor para Iliana, pero yo creía que lo que yo podía darle era justamente eso: lo mejor para ella.

RECUPERÁNDOLOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora