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Hawkins, 1978

¡Insólito!
El Laboratorio Nacional de Hawkins experimenta con niños.

Lo que creímos imposible ocurrió, el ser humano usándose a sí mismo para crear armas letales, el MKUltra nunca fue un mito como se creía, una reportera del pueblo se infiltró en busca de información encontrándose con el infierno mismo.

"Niños criados para asesinar, hombres que se visten de traje y fingen saber lo que hacen, lo único que diría para definirlo en una sola palabra es Esclavitud."

Fueron palabras dichas por la periodista con nombre anónimo que no solo nos dio su testimonio, si no también pruebas...

—Agh que basura, ¿En que pensé cuando escribí esto?—Murmuro viendo una hoja escrita a mano que había encontrado entre sus notas pues ya estaba arreglando cosas para regresar a su apartamento lejos del lugar.

Su sueño se había roto, no podía imaginar si eso saliera a la luz, rompió el papel en pedazos más pequeños hasta dejarlo ilegible, prefería quedar como una idiota ante sus ex compañeros de trabajo que arriesgar a los niños y demás gente del laboratorio.

—De acuerdo, nuevo día... nueva tortura.—Murmuró arreglando su bata y peinando su cabello en alto.—Psicóloga Maeve, tú turno.

Salió de la habitación dirigiéndose a la sala de descanso de los niños, su premieres sesión del día sería con ella.

—Buenos días.—Saludó a los pequeños al ingresar.

—Buenos días, Doctora Maeve.—Todos se reunieron a verla sonrientes.

—Hagan una fila.—Pidió y los mismos no tardaron en hacerlo.—Adelante, ya saben dónde ir.

Mantuvo la puerta abierta para que ellos salieron, de reojo observó al rubio el cual sólo la miró de arriba abajo sin decir o hacer algo, sin más botó el aire de sus pulmones y se retiró. Sus pasos se notaban agotados pues de aquella forma se sentía, quería dejar todo eso atrás y marcharse pero no era tan simple, no podía abandonarlos dejándolos en manos de los malos.

—De acuerdo, entren en forma ordenada.—Habló acercándose a la puerta para abrirla pero alguien se le adelantó.

—Maeve, buenos días para ti también.—Comentó el rubio con una sonrisa amable.—Pase.

—¿Que haces?—Frunció el ceño ingresando a la sala.

—Mi trabajo, solo eso. Soy el moderador.—Levantó sus hombros y los dejó caer antes de ir a una esquina para vigilar.

Ella trago saliva antes de pararse enfrente de los niños para empezar a explicar los ejercicios de ese día, eran simples y más que nada era una ayuda para que mejoraran su habla, debía ocupar el tiempo que le daban con ellos para beneficiarlos incluso si no sabía que hacer.

—Los dejaré unos minutos en lo que completan esto...—Hablo con una sonrisa.—Peter, ven conmigo.

El no tardó en seguir sus pasos saliendo de la sala, Maeve se detuvo y se cruzó de brazos observándolo en silencio.

—Nunca me habías seguido a las actividades con ellos, ¿Que haces aquí ahora?—Habló con seriedad.

—Lo mismo que tú, cumplo con mi trabajo.

—¡Ah! ¿De verdad?—Sonrió con sarcasmo.—Llevo meses aquí y es la primera vez que un monitor va conmigo.

—Si los demás te vieron la cara y se marcharon a tomar un descanso no es mi culpa.—Atacó reteniendo una sonrisa.

—Ya veo lo que tratas de hacer... Te burlas de mi.—Lo señaló con su dedo.—¿Te divierte?

—Escucha, no me burlo de ti.—Negó.—¿Que te he hecho para que estes tan arisca conmigo?

—No soy arisca.—Hizo una mueca.—Solo no me gusta la gente mentirosa.

—¿Crees que soy un mentiroso?—Inclinó un poco su cabeza.

—Absolutamente.

—No te he mentido ni una sola vez.—Miró a otro lado borrando por fin su sonrisa.—Realmente te tengo aprecio Maeve.

—No te comprendo.—Negó.—Y creo que nunca lo haré, eres una persona muy dulce cuando quieres y luego eres un cruel...

—¿Fui cruel por decirte que me parecía ridícula tu preocupación?

—Si, no podía ni siquiera dormir de pensar que algo malo te había sucedió... Aquí adentro no hay nadie más en quien pueda confiar.—Murmuró.—Perderte sería perder algo que me mantenía con esperanza de salvarlos.

—No quiero que pienses que soy un mentiroso... Así que te diré algo que quizás no te alegre.—Aclaró su garganta antes de observar los pasillos y acercar su boca a la oreja de su contraria.—No hay salida, Maeve, nadie de aquí puede escapar... No puedes salvarnos.

—¿A que...?

—Somos prisioneros, todos los que vez aquí lo son... Menos tú, claro.—Sujeto su mano y la elevó obligándola a colocarla en su cuello.—Se que puedes sentirlo, no soy el único que tiene esto... Si yo doy un paso fuera de este lugar sería mi fin, así que cuida cada paso que des, si te atrapan no habrá vuelta atrás.

Ella entre abrió sus labios mientras el apartaba su cara para así poder apreciar su rostro, Maeve no tenía expresión alguna pues se había quedado en blanco, lo único que pudo hacer fue mirar sus ojos azulados para buscar calma en ellos mientras su dedo pulgar acariciaba aquel "Rastreador" en el cuello del rubio, lo único que deseaba era que le estuviera mintiendo.

—¿Doctora Maeve?—Diez había salido de la sala observando la cercanía de los adultos con una mueca de confusión.

La mayor aclaró su garganta dando unos pasos atrás quitando su mano del cuello de su contrario.

—Voy contigo.—Exhaló todo el aire que había retenido en sus pulmones.

En ese momento su cabeza empezó a matarla, a carcomerla, ¿No habría salvación para nadie? Ni siquiera ella podría ayudarlos a huir de ahí, se sentía como una inútil sin esperanza alguna.

𝐌𝐚𝐧𝐢𝐚𝐜 |Peter Ballard.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora