015

901 64 10
                                    


Hawkins, 1979

Maeve sentía que las horas no pasaban, la habían encerrado en una habitación con muy poca luz agobiada se quitó sus zapatos de taco y la bata que solía usar como uniforme, se sentía frustrada ante lo ocurrido.

—Hijo de puta.—Gruñó.

Su única compañía en aquel oscuro lugar era el sonido de un reloj a cada segundo, ¿Cuánto tiempo había pasado ahí? No lo sabía pero estaba segura de que ya no volvería a salir, el Laboratorio que tanto odiaba sería ahora su nuevo hogar, si es que le perdonaban la vida pues a ese punto ya no sabía de lo que podrían ser capaces de hacerle.

—¿Que fue...?—Se sobresaltó al escuchar algo siendo duramente estampado contra alguna pared cercana.

Sorprendía se acercó unos pasos hacia la puerta escuchando como a su alrededor las puertas sonaban al ser abiertas con brusquedad, cada vez estaba más cerca hasta que finalmente la suya se abrió haciéndole sentir una corriente de aire.

—Henry.—Lo vio un tanto asustada.—¿Que te pasó?

Trato de colocar su mano en el cuello del mismo pues estaba sangrando.

—El inhibidor, ya no está.—Explicó mientras su pecho subía y bajaba notoriamente.

—Elly.—Vio a las espaldas del rubio a la pequeña quien parecía algo asustada.

—Ustedes dos, quédense aquí .—Ordenó haciendo que la más pequeña entrara a la habitación.

—¿A donde vas?—Maeve lo sujetó del brazo evitando que se marchara.

—Tengo algo que hacer, luego nos iremos de aquí.—Explicó tratando de sonar calmado.—Como siempre has querido

—Peter...—Se negó a soltarlo.

—Confía en mi, voy a regresar.—Rápidamente le dio un beso antes de irse.

La castaña vio la puerta cerrarse por si misma dejándola perpleja, sin más volteó a ver a la niña quien no lucia del todo bien.

—¿Que sucedió?—Se acuclilló hasta quedar a su altura.

Se había quedado sin palabras, la sorpresa de que aquel hombre tuviera poderes la había dejado helada o eso es lo que Maeve sospecho, pero rápidamente un oscuro pensamiento vino a su cabeza al escuchar gritos, súplicas y silencio uno tras otro.

—Quédate aquí.—Ordenó acercándose a la puerta para salir.

—Yo voy contigo.—Ella la siguió.

—No, tienes que quedarte.—Volvió hablar tratando de abrir la puerta.

—Voy contigo.—Pidió la niña mientras un hilo de sangre resbalaba de su nariz.

—No se que esté pasando a fuera, pero se que es peligroso.—Intentaba abrir pero cada vez se sentía más imposible.—¡De acuerdo pero abre la puerta!

Eleven hizo caso dejándola salir corriendo detrás de ella, pero ni bien llegaron al final del pasillo se encontraron con el infierno mismo, sangre en las paredes y gente muerta tirada algunos con los huesos rotos además de sus cuencas vacías.

—Oh Dios...—Murmuró la mayor sujetando la mano de su contraria.—Henry...

Lo único que podía pensar era en su bienestar, ¿Que estaba pasando? ¿Quien? ¿Porqué? No tenía respuestas, el rastro de muerte las llevo hacia la sala arcoíris, Maeve se paralizó al percibir un grito de dolor el cual provenía de un hombre, con su respiración agitada junto a su corazón latiéndole al mil se decidió abrir esa puerta que era lo único que la separaba del antes y el después de su vida.

Su corazón se detuvo al ver aquella grotesca imagen, los niños que tanto adoraba estaban inertes en el suelo con sus extremidades doblabas y de sus cuencas brotando sangre, pero aquel grito seguía presente, levantó su mirada viendo a uno de los niños mayores retorcerse levitando hasta que cayó igual que el resto.

Empezó a negar para si misma, incrédula hasta que sus piernas le fallaron haciendo que cayera al frío suelo manchado de la sangre de aquellos inocentes, todos estaban muertes.

—Te pedí que esperaras.—Escuchó aquella voz que en algún momento le había transmitido paz, únicamente le hizo estremecerse.

Sollozó al sentir su presencia frente a ella y una arcada de hizo presente cuando este le levantó el rostro dejándole verlo con sangre.

—¿Que hiciste?...—A penas y podía hablar.—¡¿Que les haz hecho?!—Saco fuerza para gritarle al mismo tiempo que sus lágrimas le resbalaban en el rostro.

—No llores, Maeve.—Habló sin expresión alguna.—No sientas pena por ellos... Con cada vida que tomo me vuelvo más fuerte, poderoso... No han desaparecido, están aquí conmigo.—Señaló su cabeza.

Se había quedado muda, tratando de tragar saliva para deshacerse de aquel nudo formado en su garganta.

—Te odio...—Hablo entre sollozos.

—No lo haces, incluso viendo esto se que todavía me amas Maeve, de la misma forma que yo te amo a ti.—Ya no le creía, ninguna cosa que le dijera en ese momento era válida para ella.

—Mientes... Todo este tiempo estuviste mintiendo.

—Nunca te he mentido, todo este tiempo he querido lo mismo que tú... Y ahora soy libre, Maeve.—Ladeó su cabeza.—Vengan conmigo, ambas, cambiaremos el mundo a nuestro deseo.

Eleven dio unos pasos hacia ella colocándole la mano en el hombro, el cuerpo le temblaba, ambas sentían el mismo terror ante el monstruo frente ambas, Maeve levantó su mano hacia la de la pequeña sujetándola para que deje de sentir miedo.

—Hazlo.—Pronunció y así Eleven levantó su mano libre llevándose consigo a Peter.

Al verlo tirado al otro lado de la habitación la mayor se levantó del suelo con sus piernas tambaleándose, el rubio no necesitó de mucho tiempo para recuperarse pues en solo un segundo se incorporó empezando a caminar hacia Eleven, su combate había comenzado y por un momento pareció el sería el ganador, el cuerpo de la más pequeña cayó siendo arrastrado antes de levantarlo en el aire.

—No tenía que terminar así.

Ella empezó a retorcerse en el aire y a gritar, pero aún así no se dio por vencida, como pudo levantó sus brazos lanzándolo haciendo que este atravesase el cristal, ahí estaba su poder quizás en su punto más alto, las luces fallaban mientras Peter se encontraba postrado en una pared, inmóvil.

—Corre.—Eleven miró de reojo a la mayor.

Por primera vez no dudo, sabía que ella lo derrotaría, mirando por última aquel hombre se dio la vuelta y salió de aquella habitación corriendo con su corazón a punto de salirse de su pecho, la piel se le erizó al escuchar el grito de Eleven junto a quizás lo último que escucharía de la persona a la que alguna vez quiso tanto.

—¡Maeve!

Y luego nada, un silencio que no quiso descubrir a que se debía, ya estaba hecho, con sus manos temblorosas pasó su tarjeta de acceso saliendo del subterráneo, no le importó ni las miradas extrañas de los trabajadores ni mucho menos las voces llamándola, quería salir de ahí para jamás regresar. Finalmente lo consiguió, supo que se había alejado lo suficiente como para dejarse caer en el suelo del bosque y así como alguna vez había entrado salió, sin nadie que la acompañase o al menos eso creía.

𝐌𝐚𝐧𝐢𝐚𝐜 |Peter Ballard.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora