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—Mi nombre es Michael Anderson. Soy un joven común de diecinueve años, que vive en Egham, Inglaterra. Actualmente estoy cursando mi primer año en la Royal Holloway College. —sonreí antes de continuar. —Bueno, esa es la identidad que tengo en el reino humano, pero la verdad es otra, como ya supondrán.

Cerré mis ojos y puse mi mano cerrada frente a mi boca, carraspeé un poco. De inmediato quedaron al descubierto mis majestuosas alas negras.

Pude escuchar un suspiro de asombro generalizado en toda la sala.

Volví a abrir mis párpados y tomé una de las tizas blancas que estaban cerca de la pizarra.

—Yo soy un demonio mayor. Estoy en el estrato más alto de la jerarquía en el inframundo. —continué, mientras dibujaba una pirámide con una flecha señalando a la cúspide. —Mi deber es encontrar una hembra con la cuál aparearme y tener decencia. Pero no puede ser cualquier hembra, solo aquella que esté dispuesta a reproducirse por horas sin cansarse será la indicada.

Puse la tiza en mi palma y la cerré para convertirla en polvo.

—Para nosotros los demonios es fácil tener sexo, como le dicen los humanos. Para esto nacimos, ¿verdad?. —abrí mi mano hacía arriba y una llama azul apareció en medio. —Podemos estar días, meses, años apareándonos si es necesario. Pero, no podemos hacerlo entre demonios.

La llama se apagó de a poco, dejando al descubierto el pequeño diablillo que había creado. Los ojos infantiles miraron con asombro como la peculiar criatura saltaba desde mi palma y bajaba hasta el suelo.

—Quiero decir, podemos llevar a cabo el acto, pero aquello no dará ningún fruto. No poseemos el cromosoma necesario para crear vida, de ningún tipo, como ya saben.

Seguí explicando, mientras veía con una sonrisa como mi pequeño lacayo miraba a los niños, y estos estiraban su mano para jugar con él.

—Por eso, demonios mayores, machos y algunas hembras, buscan un humano para que les otorgue el cromosoma X que sus crías necesitan para existir. —proseguí. —Y esa es la razón por la que yo, el hijo de uno de los demonios mayores más poderosos de todo el inframundo, Vincent Anderson, ando en busca de la mejor hembra en el reino humano.

—¿Y ya la encontró, señor Anderson? —preguntó uno de los niños mientras levantaba su mano. Todos en el salón le miraron, y luego llevaron sus ojos expectantes hacia mí.

Apreté mis labios. De pronto toda esa atención comenzó a incomodarme.

—Pues no. Aún no, pequeño. —respondí y estiré mi mano hacia adelante, para luego apretar mi puño.

El diablillo detuvo su andar y se llevó las garras al cuello, al mismo tiempo que su cuerpo se elevaba. Apretujé mi mano con fuerza hasta que la criatura dejó de retorcerse y quedó inerte en el aire.

—Encontrar la hembra perfecta no es fácil. —indiqué mientras todos miraban a, lo que antes era mi pequeño sirviente, convertido en polvo que luego se llevaría el viento. Bajé mis manos y me crucé de brazos, sonriendo. —Por esa razón, deben de seguir al pie de la letra las valiosas lecciones que les da su profesora, para así, embelesar a los humanos con sus encantos y conseguir el mejor que puedan.

Llevé las manos hacia atrás y volví a esconder mis emplumadas alas.

—Por qué mi deber, como el de ustedes pequeños demonios mayores, es aportar a la sociedad con mis hijos. La mayor cantidad que pueda. —recalqué, repitiendo aquello que había escuchado mil veces ya antes. Y seguiré escuchando por el resto de mi vida. —Y recuerden la frase qué decía mi padre: "Nosotros somos expertos en crear vida..."

Hice una pausa y, como si su cuerpo supiera la respuesta de memoria, los niños completaron la frase al unísono:

"...Pero no nos quedamos atrás a la hora de atraer la muerte".


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Sinner | PecadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora