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Chase

Montserrat Evans está furiosa.

Luego de que ella se fuera roja como un tomate y esparciendo humos por todo su cuerpo de la rabia que emergía de ella, decidí irme de inmediato a mi casa, no me sentía bien por lo que le dije, pero fue imposible negarme a una vez más sacar ese lado que me encanta de ella.

Pude ver cómo su respiración cambiaba cuando muy conscientemente me agaché para quedar a su altura, ella se alteró pero de una manera diferente, sus orbes azules que tanto me encantan fueron hacia mis labios y no me contuve a pasar mi lengua por ellos, imaginándome como sería morder esos labios rosados y carnosos, miles de pensamientos recorrieron por mi mente pero tuve que mantener la serenidad.

Nunca voy a olvidar cómo sus mejillas se tornaron rosadas por el incómodo momento que le hice pasar, pero de algo estoy seguro y es que yo no le soy indiferente, sus pupilas se dilataron un poco y que haya salido así cuando la incité a decirme la palabra que tenía para describirme; me confirmaron que a pesar de todo, de como la trato y he hecho sentir, Montse no me odia del todo.

Y por el momento, me conformo con eso.

Una vez llego a mi casa, veo que mis hermanas Jana y Pauline, están ayudando a decorar la mesa, ellas miran a mi dirección y me sonríen haciendo que mi corazón salte, una de las cosas que más amo de llegar a mi hogar es ver las bellas sonrisas de las mujeres que tienen control sobre mi vida, de inmediato mi mente se va a la rubia, el cómo le sonrío a su mejor amiga, me hizo recordar de cuando hago reír a mis pequeñas diablas es algo inexplicable pero que siempre me alegra el alma.

— Chase, Chase, al fin llegas —, Pau va hacia mí y me abraza muy fuerte, de inmediato la abrazo de vuelta. Una de las ventajas de ser demasiado alto es que todas las personas — o las mujeres de mi familia —, son bajitas que yo y cuando las abrazo, puedo sentir el latido de sus corazones, ahora puedo escuchar casi que al mismo ritmo, el corazón de Pauline con el mío, lo que hace que sonría mientras beso su cabeza.

— Hola, calabacita —, le recuerdo el apodo que le he dado desde que mi mamá le puso un disfraz de calabaza cuando ella tenía diez años, ahora tiene casi dieciséis y aún continúo diciéndole mi calabacita.

— Ya basta con ese apodo, Chase, sabes que no me gusta que me llames así; eso ocurrió hace seis años —, ella se aparta de mí y coloca sus brazos entrelazados y alza sus cejas disgustada.

Me río y voy a saludar a Jana, ella me responde el abrazo y sigue en la decoración de la mesa de la comida.

— Pau, que me pidas que te deje de llamar así, es como pedir que deje de jugar fútbol, nunca va a pasar; así que acostúmbrate porque siempre serás mi calabacita —, ella me mira y yo le guiño el ojo mientras abrazo a Jana por detrás ya que ella se encuentra sentada en una de las sillas del comedor.

— Para ser mayor que nosotras, te comportas como un niño, Chase —, Jana a pesar de ser la menor de los tres, es la más sabia o eso es lo que ella se ha creído desde que tiene más razonamiento que nosotros; sólo tiene catorce años pero actúa como una mujer que ha vivido demasiados años.

Mi madre sale de la cocina y en sus manos veo que tiene una tarta de manzana la favorita de ice queen, mis recuerdos viajan a aquellos tiempos donde tan sólo éramos unos niños, yo aún no sabía lo que era que una niña me gustara, y aún así, era un poco imbécil con Montserrat.

Recuerdo su cabello rubio un poco más corto, llegándole a sus hombros, y que siempre mantenía con dos colas las cuales adornaba con unas pinzas de mariposas, la verdad es que se le veían muy bien. También mi mente va a los momentos donde comíamos tarta de manzana en mi habitación mientras ella me contaba sobre los torneos de patinaje en hielo que tanto veía en la televisión, ella y yo nos llevábamos muy bien, éramos dos niños inocentes que eran hijos de padres que a la vez eran — y siguen siendo — mejores amigos.

STEP BY STEP [ACTUALIZACIONES LENTAS PERO SEGURAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora