Prólogo

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El paisaje que me rodea es de ensueño.

Las montañas resaltan en el atardecer por sus cumbres nevadas y las nubes que las rodean parecen delicadas nubes de azúcar. Mi vista se nubla por momentos con el vapor de agua que desprende el jacuzzi, noto como se abren mis poros y mis fosas nasales. Respiro hondo y miro al hombre que tengo en frente.

Su olor me embriaga. Él me devuelve la mirada con picardía, con una sonrisita picarona le incito a que se acerque. Estoy dispuesta a todo lo que me ofrezca, a fin de cuentas, para eso estamos aquí. Me acerco cada vez más a su cuerpo y mis manos le examinan con delicadeza, no le beso, solo le miro para descifrar su expresión. No tardo en notar su erección y su semblante me sugiere que sin duda me desea aquí y ahora. Me besa en el cuello y eso me sugiere que es de los míos. Los labios no están prohibidos, pero siempre han de dejarse reservados para el momento adecuado. Al menos así es como a mí me gusta usarlos. Su lengua baja por mi cuello encendiéndome al instante, es juguetona, húmeda y suave. Un cosquilleo recorre cada parte que toca y me encojo de gusto ante la placentera sensación.

Solo con los preliminares sé que no es un novato en el sexo, sabe lo que hace, donde acariciar, donde presionar con mayor ímpetu y donde ser dulce y tierno. Sus grandes manos me agarran con pasión, mis nalgas quedan perfectas entre ellas mientras me alza y enrosco mis piernas a sus caderas. Su pene roza mi expectante vulva y se incrusta en ella con exactitud. ¡Guau! Es realmente impresionante como se siente. Su pene es bastante grande y la presión del condón ayuda a que su erección dure lo suficiente para que mi entrada se adapte a su tamaño. Noto como me expando para dejarle entrar, el roce es intenso, pero estoy relajada y mi cuerpo cede.

Con un sonoro gemido comenzamos un baile frenético en busca de nuestro mutuo placer. Me agarro con fuerza a sus anchos hombros y nos miramos sin hablar mientras entra y sale de mí, no hace falta más que nuestras expresiones de placer para saber cómo estamos disfrutando.

Sin esperarlo, me empuja hacia la orilla para dejarme apoyada a la pared. Me agarro de la barandilla para recibir sus embestidas cada vez más salvajes. Me gusta su iniciativa, la manera en que me mira mostrándome su deseo, es como si me poseyera al completo. Me excita y me ayuda a soltar mi lado más atrevido. Y cuando noto que quiero más, yo le domino. Me pongo de espaldas a él y marco el ritmo. Me contoneo y rozo mi clítoris en busca del orgasmo, no tardará en llegar, puedo notar como late anhelante. Luca sostiene mis caderas, me mantiene cerca mientras yo busco el clímax, me penetra despacio, con embestidas cortas y bruscas, la sensación es gloriosa y finalmente lo noto llegar. El estallido hace flaquear mis piernas y vibro sin control, pero me siento segura entre sus brazos que me siguen manteniendo unida a él. Le dejo seguir y le noto gemir casi al instante, me aprieta y con una última envestida culminamos gustosos y relajados.

Me giro para mirarle y decido que merece un apasionado beso en los labios. Se deja, aunque con algo de irónica timidez. Lo normal en alguien a quien conoces de hace unas pocas horas.

Es algo que me define, alguien que busca el lado simple de las cosas. Me gusta, le gusto, nos deseamos. ¿Por qué no disfrutar de un buen encuentro sexual? No siempre surge, en pocas ocasiones ocurre con tanta facilidad y la conexión no siempre es cien por cien satisfactoria. Pero en este momento me siento más que satisfecha con mi hallazgo justo el día antes de mi regreso a casa.

Salimos hacia la acristalada sala de estar envueltos en albornoces de algodón calentito. Caballerosamente me invita a una copa de vino blanco mientras me acerco a la chimenea. Le miro de soslayo llegando a la conclusión de que ha sido una última noche inmejorable. Su pelo suelto y algo alborotado le dan un toque salvaje y sexy, dispar con sus modales y disimulada timidez. Eso lo hace más irresistible aun. Pero...

Para mí siempre hay un pero. No pienso alargar la noche, no suelo repetir con el mismo hombre hasta hartarme. Prefiero continuar mi camino, despedirnos con simpatía y familiaridad dejando las puertas abiertas al destino. Él lo sabe, eso ya lo habíamos concretado antes de llegar allí, así que facilita la situación dejándome a solas para ducharme y arreglarme.

Me miro al espejo y veo que mi sonrojada piel no se ha adaptado ni al frio, ni al calor extremo. Retoco ligeramente mi maquillaje, no demasiado pues la noche no va a dar más de sí.

-¿Olympia? ¿Todo bien? -le oigo preguntar junto a la puerta del aseo, con su torpe acento español.

-Sí, ya estoy. - Le contesto saliendo a su encuentro. Me mira con intensidad, tanto que no sé como interpretarlo. A mí también me sale comérmelo y no solo con los ojos. Pero... – suspiro - debo despedirme.

Una vez más, me obligo a dejarle ir, a sabiendas que podría pasarme horas, quizás noches, quizás días, sin dejar de disfrutar de su cercanía. El taxi me espera y le miro por última vez, le sonrío como despedida y sin más demora me voy. Ha estado genial, de ensueño diría. El paisaje, el atardecer, el jacuzzi, el sexo, el ambiente, el hombre... porque a fin de cuentas no todos son malos.

Esa ideología me perseguía, debía admitirlo. Eso de que el machismo está generalizado en el mundo. Solo en encuentros como los de esta noche es donde poseo mi poder. Donde mis armas de mujer salen a la luz para ser yo quién decide y elige lo que quiere. Hombres atractivos por dentro y por fuera que estén dispuestos a pasarlo bien sin ningún otro tipo de pretensión.

No soy una cualquiera, ni una mujer fácil, simplemente sé quién soy y lo que quiero en la vida. Solo me encargo de disfrutarla haciendo lo que más me gusta. ¡Vivir a tope! o ¡Carpe diem! como diría el gran Horacio. Dejo fuera las rutinas, los compromisos, los estereotipos de buena chica y mujer ideal. La idea de sexo débil y damisela en apuros estaba muy visto para encajar con mi personalidad. Yo era más de alma libre, independiente y aventurera. Mis pensamientos se van apagando conforme me voy acercando a mi habitación de hotel. La enorme cama me llama a su abrazo y no dudo en dejarme caer.

Mañana será otro día y será genial. 

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