IX

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Una desesperada Deresi le arrancó la pequeña caja de sus manos, ocultándola rápidamente detrás de su espalda mientras la observaba con una expresión llena de miedo.

—¿Viste lo que había adentro? —cuestionó preocupada y con la respiración agitada al haber corrido para evitar el desastre.

—Tranquila, me lo quitaste antes de que pudiera abrirlo —respondió ella con algo de incomodidad al ser atrapada tocando algo que no debía, mientras observaba con curiosidad la actitud de su mejor amiga.

—¡Te prohíbo que entres a la habitación cuando yo no estoy!, ¡ibas a arruinarlo todo! —le reprochó bastante molesta, mientras escondía la caja debajo de su almohada. Pensando en cambiarla de lugar en cuanto Hebe se marchara.

—Bueno, no hace falta que te enojes así conmigo. Ya me disculpé... —respondió algo cabizbaja ante el tono con el que se estaba dirigiendo a ella. Nunca antes la había visto así de molesta.

Deresi al darse cuenta respiró profundo y luego suspiró. No era su intención levantar así la voz ni perder de esa forma la compostura, pero no pudo evitar hacerlo, no cuando esa carta era tan importante para ella. Aún no era el momento, aún no.

—Perdón, pero debes prometerme que no abrirás esa caja —dijo con un tono un poco más dulce en un intento por reparar lo ya hecho—. Solo debes abrirla cuando yo te la dé, ¿sí? Es muy importante que así sea —suplicó mientras mantenía una expresión cargada de arrepentimiento.

—No te preocupes, no lo haré —le aseguró para luego darle unas palmaditas en el hombro, buscando de alguna forma tranquilizarla.

—Bien, ahora, ¿qué te parece si cocinamos juntas la cena? —propuso en un intento por alivianar la tensión que resultó de aquella situación incómoda.

—¡Me parece perfecto!

Juntas fueron hacia la cocina y se pusieron manos a la obra. Aquella noche no querían algo muy elaborado, por lo que optaron por hacer pizzas.
A diferencia del desastre que resultaba que ambas intentaran realizar algo dulce, cuando se trataba de hacer algún platillo salado era muy distinto.

—¡Mira, Hebe! —exclamó emocionada levantando su bandeja, con una expresión llena de fascinación— ¡Hice un dinosaurio con la masa!, ¡una dino-pizza!

—¡Te quedó muy bonita!, deberíamos hacer las demás así —propuso Hebe, notablemente impresionada ante la creatividad de Deresi.

La joven sonrió felizmente ante el momento que estaban compartiendo, que distaba mucho de los días anteriores dónde ambas cargaban un aire sombrío en sus ojos. Así que agradeció que todo estuviera mejorando luego de su salida en la pista de hielo.

A pesar de que ambas ya eran grandes, el hecho de tener comida con formas las hacía muy felices. Así que decidieron proseguir entre risas y comentarios sobr lo que podrían hacer al día siguiente; discutiendo sobre si sería mejor  tener una pequeña merienda en el patio o si mejor iban al cine. Pero el momento ameno se vio interrumpido cuando tocó el momento de hornear la masa.

—¡Ay, no!, ¡olvidamos comprar el queso! —bufó Deresi, dejando su guante en la mesa para al instante correr hacia su habitación en busca de un abrigo.

—Espérame, voy contigo —declaró ella algo desesperada por liberar sus manos de la masa, pero Deresi se plantó ante ella, ya lista para salir.

—No, quédate. Si espero hasta que te limpies y que te abrigues podrían cerrar.

—Pero ya es de noche, podría ser peligroso...

—No digas tonterías. Estaré bien —le aseguró con una sonrisa, mientras se acercaba a la puerta—. El kiosco queda a cinco cuadras y solo iré a comprar queso.

El silencioso gato blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora