XI

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-¿De qué habla?, ¿Deresi tenía cáncer? -preguntó incrédula de lo que acababa de oír, estando casi al borde del colapso.

¿Cómo podría ser eso cierto?

-¿No te lo dijo? -dijo ella sorprendida- Se suponía que se quedó en tu casa para disfrutar sus últimos meses de vida contigo. Es raro que no te lo dijera, pero creo entender el por qué. ¡Pero eso ya no importa! Los médicos se equivocaron, ella no morirá.

Hebe no pudo resistir más y rompió a llorar de forma desconsolada. Paula desde el otro lado se preocupó, pero trató de no alarmarse, supuso que la noticia la había impactado demasiado. Siempre había sido una joven muy sensible, así que tenía sentido para ella que así fuera.

-¿Hebe?, ¿estás bien? No hay por qué llorar, ella estará bien -le aseguró con unas lágrimas que amenazaban con abandonar sus ojos.

La mujer había estado sufriendo tanto ante la posibilidad de perder a su pequeña, que no podía evitar querer llorar también. Su accidente no ayudaba a que su malestar fuese menos ligero, pero aún así le había permitido a su hija irse para estar con su mejor amiga en sus últimos momentos.
Ahora todo sería distinto, su hija volvería a ella y todo volvería a ser como antes poco a poco.

Al notar que la jovencita no podría seguir la conversación, Matilde le quitó el celular de las manos de forma suave y con tranquilidad. Tomando con ayuda de su mano libre las suyas, apretándolas con fuerza, queriendo trasmitir su apoyo y también para reunir el valor para proseguir.

-Disculpe, ¿hablo con la madre de Deresi? -cuestionó al poner el teléfono sobre su oreja, la voz le temblaba ligeramente ante la pena.

-Sí, sí. Soy Paula. ¿Hebe está bien?

Matilde respiró profundo y siguió con la conversación. Le aclaró quién era y que estaba a cargo del cuidado de Hebe.
Era algo difícil, pero la mujer sabía que sería demasiado para su joven vecina el tener que tomar el papel de mensajera. Así que, con mucho dolor, le avisó lo que estaba aconteciendo en esos momentos. No tardando en escuchar un extraño sonido al otro lado de la llamada. El celular de Paula se había estrellado contra el suelo en cuanto la mujer le comunicó que su hija estaba desaparecida.

Matilde se despidió, pidiéndole que luego le marcara a Hebe nuevamente para hablar con más tranquilidad sobre los detalles. La joven estaba muy mal, por lo que la mujer consideró que sería buena idea trasladarse a la casa de la chica, quizás allí se sentiría más cómoda.

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Al regresar a su casa un nudo se instaló en el pecho de Hebe, se sentía traicionada.

En su mente pensaba que, quizás, su mejor amiga sabía que se acercaba el final y decidió irse, imitando el comportamiento de los perros que se alejaban de sus familias para morir en soledad.

Pensó que era egoísta al ocultarle esa información, también pensó en lo tonta que fue al no notar las señales. Ahora entendía por qué parecía tan preocupada por el tema de la muerte, sus dolores ocasionales y todos sus momentos juntas, la promesa y la mentira de sus vacaciones.

Aún permanecían sobre la mesa las dino-pizzas que Deresi había hecho antes de marcharse. Le suplicó a Matilde si podría tirarlas a la basura, ya que habían pasado demasiado tiempo a la intemperie y sabía que ella no tendría el valor de hacerlo.
Ella accedió mientras que la joven se encaminaba hacia el baño con la intención de buscar algo que la ayudara a soportar el dolor, quizás un baño podría ayudarla.
Al salir se encontró a la mujer esperándola sentada en el sillón de la sala. Al verla le indicó al dar palmaditas a su lado que debería sentarse. Hebe se acercó con desgana, hasta sentarse y esperar a ver lo que Matilde deseaba.

El silencioso gato blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora