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Capítulo 4: Amalia with an A

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Arrastré la maleta por el único sendero de arena que conducía hacia el pueblo. Apenas podía ver el camino, por lo que tuve que usar mi móvil a modo de linterna para no comerme el suelo. Los truenos comenzaron a retumbar con más fuerza en el cielo y yo no pude evitar encogerme sobre mí misma cada vez que los escuchaba.

No me gustaba estar afuera con este clima, no me gustaban las tormentas.

A medida que avanzamos el sendero se tornó más rocoso. Caminaba junto a Eric, quien a su vez iba entre la fila de pasajeros que seguía al señor del personal del tren que nos conducía entre la penumbra; parecía que íbamos en camino a una isla embrujada en medio del mar.

—Podría pasar una eternidad aquí —escuché cómo Eric murmuraba a mi lado. De refilón, vi cómo observaba todo con fascinación. Fruncí los labios.

—Siento que en cualquier momento saldrá algún monstruo de otra dimensión, por ahí —Señalé con el dedo hacia los huecos entre árboles—: No sé tú, pero este lugar parece el escenario perfecto para grabar una película de terror.

—Quizás sea cualquier lugar en el que estemos.

—¿Qué dices? —Me detuve un segundo al no comprender a lo qué se refirió. Él hizo un gesto con la mano, restándole importancia.

—¿No lo ves? Parece el lugar perfecto para perderse —Extendió los brazos al aire y agitó las manos de arriba abajo—: Ves demasiadas películas, Solecito.

Sí, en eso tenía razón.

—Solo quiero llegar al maldito hotel y dormir.

—¿Dormir? ¿No vas a disfrutar de la noche conmigo?

Bufé.

—¿En medio de la tormenta? No, gracias.

—Ah, pero no negaste que no te quedarías conmigo.

Volví a detenerme.

—No voy a quedarme contigo.

—¿Por qué?

—Porque no te conozco.

—Soy Eric, claro que me conoces —Sus ojos se clavaron en los míos durante un segundo antes de que yo me apartara. ¿Cuándo iba a dejar de sentirme de esa forma tan extraña?

Atravesamos la entrada del pueblo. A simple vista, daba la sensación de ser una ciudad de juguete, de esas que se construyen con bloques y árboles de plásticos. Tenía un ligero estilo victoriano y bohemio, las construcciones estaban unas junto a las otras, las carreteras recubiertas por diminutas piedrecillas. Había ladrillos a la vista casi en cada fachada y un intenso aroma a pino y hierbas.

Si no hubiese sido por la tormenta, diría que era encantador.

Afiancé el agarre de la maleta y di un par de pasos antes de que un trueno me hiciera estremecer; no obstante, traté de que no se notara lo mucho que me afectaba y seguí caminando. Eric apoyó con ligereza una de sus manos contra mi espalda y se inclinó sobre mi oído.

—Te aseguro que encontraremos algo entretenido que hacer por aquí.

—Mejor ruega porque el hotel tenga internet y pueda ver algo —repliqué.

—¿Por qué avanzas tan rápido? Parece que alguien te persigue.

Iba a responder cuando un fuerte trueno me hizo pegar un brinco. El olor a tierra húmeda ya podía sentirse y se me revolvió el estómago. Sin duda, debía ser la única persona en el mundo a la que no le gustaba aquello. Como reflejo a mi acto, Eric enroscó su mano en torno a mi brazo.

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