¿DÓNDE ESTÁ EL AMOR? - PARTE UNO

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"Hay momentos en que toda relación pasa por etapas no muy buenas. No sé porque hoy nada se ve, la luz que antes brillaba ahora está apagada. 

Anda dime que todavía no hay esperanza, que esto no se acaba. 

¿Dónde está el amor?"

Dónde está el amor – Charlie Zaa / Escena: Visita de Charlie en Ecomoda



No sabía cuánto tiempo llevaba esperando en esa sala.

Todo pasó tan rápido que cuando se vio afuera de esa maldita puerta de metal, la realidad de lo que pasó lo volvió a golpear, instándolo a levantarse intempestivamente, a pasear por esa sala igual de lúgubre y fría como él mismo se sentía.

Uno, dos, tres pasos más y las lágrimas descendieron sin piedad, su cuerpo apenas se mantenía de pie pues el cansancio se apoderó en su totalidad, excepto en sus manos que cosquilleaban, su mente que no se apagaba, que tenía unas tremendas ganas de mandar todo al carajo y morirse por igual.

Porque ella había muerto, porque ya no regresaría jamás, porque ya no vería sus ojos, ni escucharía sus bromas; porque otra vez la vida se empecinaba a separarlo de ella, otra vez se la quitaba cuando él la necesitaba, porque sin ella no sabía dónde estaba el maldito amor que todo mundo predicaba, porque sin ella volvía a estar solo pues ni su familia se dignó a apoyarla años atrás.

Y un sollozo más, uno desde lo más profundo del corazón mientras daba tres zancos hasta la mesita donde tenía un periódico con la fatal noticia y un café a medio tomar, hasta que rompió las páginas y aventó el vaso contra la pared en un movimiento furioso hasta que otro sollozo abandonó su pecho y la fuerza lo abandonó.

–Debe ser fuerte –musitó el abogado que le comunicó del accidente, apareciendo por la puerta que daba a la recepción mientras Armando lo miraba molesto.

–Cállese –siseó en un hilo de voz.

Odiaba esa frase. La odiaba con fervor porque era una reverenda estupidez pedirle ser fuerte en un momento como este, porque quien lo dice parece no haber perdido a ningún ser querido.

El abogado se limitó a limpiar un poquitico el desastre, sentándose en la silla mientras Armando respiraba con fuerza, como si así pudiese darle su aliento a ella.

–¡¿Hasta qué hora me dejaran verla?! –cuestionó enojado, pero al fin obtuvo su respuesta cuando escuchó el rechinido de la puerta.

–¿Señor Mendoza? –preguntó el médico desde la puerta fría hasta que Armando recompuso el gesto, asintiendo imperceptiblemente. –Puede pasar a verla –musitó apenado por ese señor y por esa muchacha.

Fue un duro golpe verla, corroborar que no era un error, que era ella la que yacía en esa plancha mientras las luces blanquecinas rebotaban en su piel pálida.

Soltó un sollozo ronco, doloso que trató de callar con la mano sobre la boca al tiempo que cerraba los ojos como si tratara de despertar de una horrible pesadilla, pero no funcionó.

Le tomó minuticos recomponerse del impacto hasta que poco a poquitico se acercó a ella que yacía sobre esa plancha metálica y fría, con tan solo la sábana cubriendo su dorso hasta sus piernas, pero sobresaliendo claramente ese rostro hermoso, sin hematomas ni inflamación, sin nada que delatara que no estaba dormida, pero al bajar la vista vio la cicatriz rosada sobre su pecho y algunos hematomas que tenía.

–...El impacto fue muy fuerte, que no resistió la cirugía... –trató de explicar el médico.

Armando no escuchaba, no dejaba de tomar su mano entra las suyas, de dejarle un besico en la frente mientras lloraba desconsolado, mientras trataba de consolarse.

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