Vidita

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Este incidente tuvo lugar este año, en 2022. Salíamos a almorzar al mercado cercano al trabajo, mi madre, una compañera y yo. Hablábamos de la escuela, de los documentos que debíamos presentar, de cómo estaban los alumnos y los profesores. Mientras cruzábamos la calle que separaba el parque del mercado, miré hacia la derecha y vi un pequeño perrito corriendo a toda velocidad. Era blanco, con la lengua afuera, y llevaba un lazo rojo alrededor del cuello. Me detuve al verlo, ya que se dirigía hacia mí, justo en el inicio del parque. Eché un vistazo rápido a mi alrededor y vi una camioneta gris que se acercaba a gran velocidad. Mi madre y mi compañera cruzaron sin darse cuenta del momento. Intenté detener al perro diciendo "no, no..." y extendí el brazo hacia él, pero seguía acercándose. También intenté llamar la atención del conductor, pero ni el perro ni el carro se detuvieron, y se encontraron en una lucha desigual. El perrito intentó reaccionar, pero era demasiado tarde; el golpe lo dejó inmóvil en medio de la carretera, donde quedó un charco de sangre junto a su pelaje blanco. Me sentí impotente al ver la escena. No pude hacer nada más que presenciar el final de su corta vida. No pude soportar quedarme allí, así que me marché. Pensé en volver para sacar su cuerpo de la carretera, pero el miedo me venció. Entramos al mercado entre los lamentos de mi madre y nuestra compañera.

A mi madre se le quitó el apetito, ya que en casa tenemos una perrita del mismo tamaño. Yo comí sin ganas, afectado por la impotencia de no haber podido evitar la tragedia. Salí de vez en cuando para ver si aparecía el dueño del perro, preguntándome cómo reaccionaría al enterarse de lo sucedido. Necesitaba encontrar a alguien más culpable, alguien más que compartiera mi sentimiento de impotencia. El dueño del animal no apareció, pero vi a una mujer en bicicleta que se compadeció del cuerpo del animal y lo apartó del camino. Quizás solo vio un cuerpo sin vida en el suelo, sin comprender el salto repentino hacia el final del animal, sin gritos, sin miedo.

Ese día transcurrió como cualquier otro, con la misma rutina. La muerte está presente, y no hay tiempo para reflexionar sobre ella. La vida, como una capataz implacable, no nos permite pensar en la libertad.

Primer paraderoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora