Parte Dos

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Ravenna estaba sentada en el trono, con sus generales formados frente a ella. Docenas de velas parpadeaban por toda la estancia y caldeaban los fríos muros de piedra. El caballero negro, ataviado con su reluciente armadura oscura, se secó la sudorosa frente con un pañuelo. Aún seguía impregnado por el hedor de la última batalla; Ravenna pudo olerlo a dos metros de distancia.

-Quedan grupos de rebeldes dispersos en los límites del Bosque Oscuro -informó. Junto a él, un general con el cabello de un intenso color rojizo alzó un mapa del reino. El caballero negro señaló con un puntero la periferia del Bosque Oscuro. Aquella monstruosa arboleda resultaba tan peligrosa que nadie osaba aventurarse en su interior-. Aquí y aquí, aunque provocan escasos daños. Hemos empujado a las fuerzas del duque Hammond hacia las montañas; sin embargo, su plaza fuerte en Carmathan se mantiene firme.

Ravenna tenía la cabeza erguida y sobre su peinado de doradas trenzas lucía una corona con remates apuntados. Alargó la mano hacia una mesa colocada a su lado. Sobre ella, había un recipiente con cinco pajarillos muertos, colocados con el vientre hacia arriba y abiertos en canal desde el pico hasta la cola. Introdujo los dedos en uno de ellos y le arrancó el corazón. Se llevó a la boca aquel diminuto órgano -que no era más grande que un garbanzo- y dejó que la dulce sangre se deslizara por su garganta.

-Sitiadla -ordenó, disfrutando de la tierna textura de la carne.

Otro general se adelantó desde una línea posterior. Era más bajo que los demás y su espesa barba colgaba diez centímetros por debajo de su barbilla-Las montañas y el bosque la convierten en un refugio inexpugnable, mi reina -afirmó y se retorció las manos con nerviosismo, a la espera de una reacción.

Ravenna se levantó y dejó caer la capa que envolvía su cuerpo, desvelando un vestido de oro y plata fundidos que brillaba cuando ella se movía. Tenía el mismo aspecto que diez años atrás. Su piel era tersa y ni una sola arruga surcaba su rostro. De hecho, parecía incluso más joven que cuando el rey la conoció, como si su belleza aumentara con los años. El paso del tiempo no la afectaba.

La reina se acercó de una sacudida y apuntó con un dedo hacia el rostro del general.

-Entonces, ¡obligad al duque a salir de allí! Incendiad todas las aldeas que le apoyen. Envenenad sus pozos. Y si aun así oponen resistencia, ¡clavad sus cabezas en picas y decorad con ellas los caminos! -ordenóEl caballero negro se colocó frente al general, como si tratara de protegerle.

-Mi reina -dijo con una ligera reverencia-, son ellos los que nos atacan a nosotros. Los rebeldes hostigan nuestras líneas de abastecimiento y los enanos asaltan los carromatos que transportan el dinero de los jornales.

Ravenna no podía soportarlo más. Excusas, eso era lo único que escuchaba de aquellos hombres. Arrebató el puntero al caballero negro y le golpeó con fuerza en los muslos.

-¿Enanos? -dijo, sonriendo satisfecha al oír el sonido de la madera golpeando el metal-. ¡Son solo medio hombres!

El caballero negro sacudió la cabeza. Se quitó el casco metálico y se echó hacia atrás su grasiento pelo castaño.

-En otra época fueron guerreros de la nobleza, mi reina -comentó el general con una expresión casi de disculpa-. Hemos capturado a dos rebeldes, ¿los ejecutamos? -preguntó.

Ravenna sonrió. Alargó la mano hacia el recipiente de los pájaros y arrancó otro corazón. Lo masticó, disfrutando de su suave elasticidad.

-No -respondió después-. Deseo interrogarlos yo misma. Traedlos aquí.

El caballero negro hizo una seña a un soldado situado en la parte trasera del salón del trono, y este desapareció tras las inmensas puertas de madera.

Blancanieves y la leyenda del cazadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora