El agua la arrastró hacia una larga y angosta tubería y notó cómo las paredes se estrechaban a su alrededor. Sus hombros las rozaban al pasar, así que trató de encogerse lo máximo posible, recogiendo los brazos sobre el pecho y cruzando las piernas. No se atrevía a moverse, pues temía quedarse atascada.
Momentos después, el túnel se acabó y Blancanieves salió a aguas abiertas, sintiendo por fin brazos y piernas libres de ataduras. Tenía los pulmones a punto de estallar. Necesitaba desesperadamente coger aire. Alzó la vista hacia la superficie del agua, a unos seis metros por encima de ella. Había algas flotando que proyectaban sombras sobre su rostro. Sacudió las piernas con desesperación, hacia el sol, pero cuando llegó a la capa de algas, encontró que era demasiado densa. Las plantas se enredaron en torno a sus brazos y a sus piernas, y la empujaron hacia el fondo.
Esto no puede estar sucediendo, pensó al asumir la realidad de su situación. Pataleó con fuerza para tratar de liberarse, pero aún tenía un alga enmarañada a la pierna. Se sentía demasiado débil y los pulmones le ardían. Siguió agitando los brazos hasta que la superficie del agua estuvo a unos centímetros de distancia. Con unas patadas desesperadas, consiguió finalmente liberarse y pudo abrirse camino hacia el exterior.
Tomó una bocanada de aire. A lo lejos, oyó el sonido de los cascos de los caballos sobre la piedra. Los soldados acudían en su busca. Miró hacia la playa, que estaba a unos treinta metros de distancia. El castillo se hallaba enclavado en la ladera de una colina, sobre la costa, junto a un acantilado cubierto de árboles y arbustos. Nadó hacia la playa, agradecida de que las olas la empujaran hasta la arena. No disponía de mucho tiempo.
La orilla aparecía salpicada de grandes rocas grisáceas distribuidas en hileras: formaban un enorme laberinto que se extendía por toda la playa. Blancanieves se aproximó a la primera entrada de piedra. Era más alta que ella y los muros estaban cubiertos de percebes y algas resecas. La franqueó y se adentró en el laberinto, pero cuando el pasadizo se bifurcó, no supo qué camino tomar. Sus recuerdos infantiles eran menos claros respecto al laberinto; era William el que siempre encontraba la salida.
Tenía el vestido empapado y temblaba de frío. Oyó los cascos de los caballos en las rocas; el ejército se estaba acercando. Sin lugar a dudas, Finn ya habría alertado a Ravenna. Si él no la encontraba, la magia de la reina de seguro lo haría. Le arrancaría el corazón. Blancanieves optó por seguir a la derecha. Le temblaban las manos. Estaba a punto de rodear una esquina cuando un leve graznido llamó su atención.
Se volvió. Las dos urracas habían ido tras ella y estaban posadas en el muro de piedra de la izquierda. Blancanieves se tapó la boca con la mano y los ojos se le llenaron de lágrimas. Los pájaros descendieron de la cornisa y volaron en dirección contraria. La joven los siguió por la playa, serpenteando entre las enormes rocas hasta que el sendero desembocó en la arena. A unos metros de distancia, recostada en la orilla, había una hermosa yegua blanca. Blancanieves nunca había visto un caballo en aquella postura, como si estuviera esperando a que subiera a su lomo.
El ruido de los cascos se aproximaba.
-¡Allí! -voceó un hombre
Blancanieves alzó la vista hacia el borde del acantilado. Entre los árboles surgieron los dos primeros soldados a caballo; uno de ellos la señalaba con una daga de plata. La muchacha no dudó: corrió hacia la yegua y se subió de un salto a ella. El animal se levantó y empezó a galopar por la playa rocosa.
Corría junto a la orilla, con las olas rompiendo a su lado, mientras Blancanieves no dejaba de mirar hacia atrás, con el pelo revuelto en una oscura maraña. Los ojos le escocían del aire salino del océano. El ejército de Finn descendió rápidamente del acantilado y comenzó a aproximarse.
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Blancanieves y la leyenda del cazador
FantasyBlancanieves es la única persona en el mundo aún más bella que la malvada reina Ravenna, deseosa de acabar con ella. Pero lo que la reina no imagina es que la joven que amenaza su reinado ha sido entrenada en las artes de la guerra por el cazador qu...