I. Ruleta Rusa

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El humo gris se desvaneció ante sus ojos. Nigel pensó que escuchaba a lo lejos su canción de amor, el abrazo de las notas de cello y la voz de un ángel. Su ángel lo llamaba desde el paraíso. El agua corrió por sus mejillas, pasaba desapercibida en la lluvia que azotaba Rumania. El cigarro se había apagado entre sus dedos, y tuvo la sensación de que era mejor, ni siquiera la nicotina debía de estar cerca de un puto monstruo.

El ruido del club le taladraba los oídos, nunca tuvo un momento de paz en su mísera existencia. Regresó del balcón y se recostó, los círculos negros del techo parecían pupilas gigantes que lo observaban, juzgándolo, pero quién no lo haría. Las dos mujeres que le hicieron compañía dejaron un desastre en la cama tras su inútil intento de despertarle una erección, pero tampoco el jodido cuchicheo sobre una supuesta impotencia le importó un carajo; las aplacó con el revólver, no tenía suficientes razones para matarlas, pero al menos resultó divertido verlas huir y tambalearse por lo drogadas que estaban. La cocaína todavía estaba en las bandejas, si algo hicieron bien antes de irse eran las líneas. Rompió la primera regla de quien entra al negocio: Consumir está prohibido. ¡Quién mierda inventó las reglas!

Sentía el corazón latir, aunque estaba muerto. Las cantidades tóxicas de whisky fluían por sus venas, y la dama blanca logró en él un estado de euforia tal, que no hesitó en ningún momento. Ese día volvería a los brazos de su Gabi.
Si nada en el mundo lo animaría, jugaría consigo mismo y lo haría jodidamente bien. Cargó el arma de seis cartuchos con tres, hizo girar el tambor y apuntó a su sien antes de apretar el gatillo.

Nada.

El segundo intento fue más rápido. Volvió a girar el cilindro, cerró los párpados por inercia y tiró del gatillo.

Nada.

—¡Jodida suerte de mierda tengo! —Porque Nigel era un cabrón con caparazón de cucaracha. Salió vivo de tantos atentados, redadas, tiroteos, incluso había salido casi ileso de prisión, donde cumplió su sentencia por posesión de drogas rodeado de un montón de rusos maricas. Tenía una cicatriz en su costado izquierdo, si conservaba los intestinos era porque ni en el cielo ni en el infierno era bien recibido. Sin embargo, de pequeño aprendió que la muerte era como estar dormido, que soñaría con todo lo que había vivido; a la muerte no le temía, pero le aterraba no volver a ver el rostro de quien le salvó la vida, el rostro de su Gabi.

Quiso sumergirse en su recuerdo cuando la música del club nocturno se apagó y en su lugar la suave melodía que compuso para él nubló sus sentidos. ¿Era ella tratando de salvarlo después de todo? La muerte no los había separado.
El estridente timbre de teléfono lo devolvió a su vacía realidad. Carecía de paciencia y de muchas otras virtudes, pero su paciencia era tan reducida como su vocabulario.
Entonces jugó a la ruleta rusa por última vez. Giró el tambor, inhaló profundo y sonoro. No conocía a nadie que sobreviviera a los tres turnos, o al menos no a alguien sin una marca de bala en la cabeza. Se aferró a su anillo de bodas, tratando de reconstruir aquel tono que derrochaba sensualidad diciendo que sí, pero el único tono que oyó fue el de su celular y lo que parecían jodidos caballos galopando en su puerta.

Y ahí se desbordó la poderosa furia que amenazaba con salir de su pecho. Saltó de la cama, apuntando el revólver a la puerta, quería un puto motivo para no tirar a matar; lo llamaba Darko, y también era él quien golpeaba la madera.

—¡¿Qué mierda quieres?! —espetó, las manos le temblaban—. ¡No voy a salvarte el culo esta vez, así que regresa por donde viniste y déjame solo!

—Nigel, escúchame. Creo que... creo que esto es importante.

—¡Tú qué sabes de lo que es importante si no sabes cuidar de ti mismo!

—Es Charlie, Nigel. —Hizo una pausa para tomar aire y parecía haber accionado un encendedor.
Nigel tragó en seco, le vibraba el labio inferior. Era como si de repente todo el mundo se le viniera abajo y ese nombre fuera un jeringazo de noradrenalina y dopamina.

—¿Qué? —Guardó el arma. Quitó los seguros y abrió la puerta, tal vez la coca lo confundió—. ¿Qué carajo dijiste?

—Charlie pudo escapar. Supuestamente se aseguraron de que eran dos cuerpos... —Darko agachó la cabeza, se aclaró la garganta. Quizá no era muy inteligente agachar la cabeza—, pero esta tarde me enviaron una foto de Estados Unidos. —Le mostró la pantalla de su celular a Nigel, y lo que vio lo hizo enrojecer, seguramente tragando bilis a chorros. No dijo una palabra—. Creo que podríamos interceptarlo. El maldito no está malherido. Mike lo vio en la tienda de Fernández, no estaba seguro de que era él, apenas lo reconoció porque ya sabes cómo es Tito, le preguntó qué le pasó y le respondió que un rumano descerebrado se metió en su camino. Hm, entró rengueando y tenía muchos golpes en la cara.

» Quería un arma, le vendió una 𝘥𝘦𝘴𝘦𝘳𝘵 𝘦𝘢𝘨𝘭𝘦. Mike tardó en mandar a sus hombres, fueron a buscarlo porque... bueno, no es común ver a un marica debilucho en Estados Unidos que esté metido en líos con rumanos. Me imagino que no lo interrogó antes para no causar problemas, ya sabes, el maldito tenía un arma.

—Dime de una vez qué consiguieron. —Era de reconocerse que Nigel se manejara con calma, como esperando algo contundente.

—Consiguieron su ubicación. Se hospeda en Nueva York cerca de... —No terminó de hablar cuando vio que su amigo se pasaba la mano por su largo cabello cenizo, asentía a la nada. De verdad lo estaba tomando muy bien.

—Liquida a los que me dijeron que estaba muerto. Liquida a los hombres de Mike, pero a él déjamelo a mí, su deuda aún no está saldada. Mañana partimos a Estados Unidos.

—Nigel, no podemos irnos, mañana llegan los suecos. Ese paquete es lo único que podrá pagar lo que tenemos con los del sur.

—¡A la mierda los del sur! Me voy yo solo y más te vale hacerlo bien aquí.

El rumano no quiso discutir más. Tenía tanto en qué pensar, demasiado odio para manejar. Cuando regresó a la cama se dio cuenta de que el efecto de todas las drogas lo abandonó. Se sirvió dos dedos de vodka para concentrarse o aliviar su sed de sangre.

El jodido Charlie seguía con vida.

Echó una risa al aire. Se limpió una lágrima del ojo y se fue a dormir con el pesar del condenado que recibe la ejecución al día siguiente, recordando la música de su esposa. Y en el cañón del revólver se asomaba una punta dorada.

Sweet Revenge | SpacedogsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora