II. La Gran Manzana

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Nigel era un hombre hermoso según palabras de su esposa. Lo percibía en su rostro y su pasión al amar. Era un hombre que escuchaba con el corazón y que era capaz de atravesar el centro de la Tierra con los puños para encontrar lo que fuera que la hiciera feliz. Nigel era un hombre ideal, pero no un mecías. Tenía sangre en las manos. Cargaba en sus hombros la muerte de inocentes y otros no tanto. Traficaba veneno blanco y su riqueza estaba sucia.

Gabi se fijó en sus ojos que clareaban con la luz del sol y no en sus cicatrices. Gabi se enamoró de su voz raposa y lenguaje embellecido, e ignoró su carácter explosivo. Le gustaban sus músculos curtidos, pero nunca supo para qué los usaba y si sospechaba, se aferraba a la idea de que la ignorancia era un privilegio. Ella le creyó cuando lo oyó decir que los negocios prosperaban, lo vio crecer. Estuvo ahí cuando erigió su imperio en Rumania, le tomó de la mano aun si su padre luchó contra viento y marea para alejarla de él.

«Todo lo que tengo, todo lo que me rodea, es tuyo. Aunque a veces lo que recibas te hará mucho daño...», le dijo Nigel, y ella lo aceptó con el alma en las manos hasta que Charlie llegó a sus vidas.

El problema con Charlie era su mirada. Nigel era un sabueso viejo que leía todo en los ojos porque eran los órganos más honestos del cuerpo. Durante treinta años había trabajado en la mafia rumana. Era un hombre que identificaba cómo titubeaba un soplón, conocía cómo se comportaba un marica, pero, sobre todo, sabía cómo miraba un mentiroso. Con sólo haberlo visto unos segundos, le constaba que Charlie era un soplón, no era un marica del todo, pero sí era un mentiroso de mierda.

Aquel día había regresado a Bucarest porque el padre de Gabi, después de tantos años siendo una molestia en el culo, por fin murió y con suerte el presunto video que amenazaba su libertad estaba encerrado en algun agujero. No le temía a nada, pero sintió que el mundo se le iba desmoronado cuando vio los malditos ojos de Charlie encima de su esposa. Tenía que alejarlo de ella, de su Gabi, así lo único rojo que volviera a ver Charlie fuera su sangre.

El plan para deshacerse de él no fue directo ni bien meditado. Gabi nunca lo hubiera perdonado si cabía sospecha de que planeó su muerte. Dejó que algunos se encargaran del trabajo sucio y ese fue su mayor error. El método era sencillo: provocar un accidente cuando Charlie iba a escapar del país. Lo que nunca se imaginaron era que Gabi lo había elegido a él en vez de quedarse con Nigel.

Gabi también escaparía en ese vehículo averiado. Por desgracia, el accidente acabó sólo con la vida de la preciosa dama roja de Nigel. Un castigo que cargaría para siempre.

Si Charlie estaba vivo, era hora de ponerle una bala en la cabeza.

Nueva York
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Iba solo. El trabajo lo haría por su cuenta. Un golpe rápido y certero.

Estados Unidos era, por mucho, el lugar que Nigel odiaba más. No fue muy grato pisar esas tierras, y lo habría evitado de no ser por la sed de venganza.

El viaje había sido agotador. Tenía náuseas y dolor de cabeza que resolvió intentándose fumar un cigarro mientras caminaba por el aeropuerto, arrastrando su maleta; más de tres oficiales lo cuestionaban por conducta inapropiada, siguiéndolo con la mirada precautoria, más por su actitud violenta que por su apariencia intimidante y acento extranjero. Luego de unas tantas maldiciones, el rumano con gafas de sol y camisa de perritos, se subió al taxi que lo llevaría a su hotel.

En el asiento de atrás pensó que podría disfrutar de una dosis de nicotina, pero el conductor le señaló, con firmeza, el letrero inolvidable de No smoking.

Sweet Revenge | SpacedogsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora