Buenas tardes (1)

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El rubio estaba solo en la casa. Sus pies se movían aquí y allá, preparando una rica comida para su familia. La cocina desprendía un aroma delicioso, Kibum siempre se esmeraba en sus comidas. Le gustaba tanto cuando sus hijos le decían que sabía delicioso. Tarareó una canción mientras daba una salpicadita de sal a las verduras y otra más al arroz. Las cazuelas lanzaban ese característica humo; el vapor que desprendía las verduras, estaba causándole mucho calor, pero eso no lo despegaba de la cocina. Sus caderas comenzaron a moverse al ritmo de su melodiosa voz. El delantal amarrado en su cintura, azul cielo, mantenía ciertas manchitas de harina y agua. Había preparado un sencillo pastel, hoy quería consentir a sus niños más pequeños que adoraban el dulce. El pastel estaba cocinándose en el horno. Ya casi todo estaba listo.

Dejó de tararear cuando observó la hora. En media hora sus hijos menores saldrían del kínder y de la primaria. Se quitó el delantal y caminó deprisa hacia su habitación. Se quitó sus sandalias y tomó unos zapatitos blancos. Se miró en el espejo por un momento y peino su cabello con cuidado. Escuchó un sonido similar al de una pequeña campana y supo que el pastel estaba listo.

Antes de llegar a la cocina, pasó por la sala. Los videojuegos de los trillizos seguían en su lugar, había olvidado guardarlos en otro lugar donde sus hijos no lo pudieran encontrar. JongHyun se lo había pedido. Iba por ello, cuando sintió un olorcito quemado. El pastel. Corrió hacia la cocina, se puso los guantes y abrió el horno.

-No, por favor, sólo me tarde unos minutos... no puede estar tan quemado- Mordió su labio y suspiró, aliviando, cuando vio las partes doradas, no quemadas, pero estaban a punto de quemarse y arruinar el sabor de su pastel de chocolate- Perfecto- Musitó, mirando su pastel caliente.

Dejó su redondo pastel achocolatado sobre la barra, quitándose los guantes después. Apagó la estufa, las verduras estaban listas y el arroz blandito como le gustaba. Finalmente, cuando estuvo en la sala, tomó los videojuegos de los trillizos. Todo; la consola y los discos. Los guardó en su habitación, en el closet. Ya podía imaginar el alborotó que harían sus adolescentes, pero ellos se habían ganados ese castigo, tenían que aprender a obedecer. Por fin, con una sonrisa, abandonó su casa. Era hora de ir por sus niños.

*

El sol estaba jugando con él, maldito desgraciado con sus rayos letales. ¡Era medio día! Por supuesto que el sol estaría fuerte y por supuesto que lo agobiaría. Era la rutina, de igual manera. Ir por sus hijos a esas horas siempre era molesto por el sol. No se quejaba, sólo que le molestaba y se aguanta porque cuando veía a sus hijos correr hacia él con una enorme sonrisa y los brazos estirados para que los abrazara, todo el malestar desaparecía.

"¡Mami, Mami!" Los chiquillos corrían felices hacia los brazos de su madre, incluso el más grande de toda esa bolita de niños; Onew, el niñito que era inseparable de su omma, que lo quería tanto y adoraba abrazarlo mucho, mucho. Los niños del rubio estaban un poco mimados, lo admitía, pero no podía evitar chiquearlos, complacerlos en uno que otro de sus caprichos. JongHyun era más duro, normalmente él ponía más orden, era más estricto y Kibum estaba bien con eso, a veces le parecía imposible no cumplir los caprichos de sus hijos, y JongHyun era quien lo detenía. No debían darles todo a sus hijos, siempre había que aprender a decirlos NO en algunas cosas, si eso no se hacía, podían convertirse en unos niños malcriados y berrinchudos sin remedio. Aunque, de cierta forma, la situación de JongHyun y Kibum era algo extraña. JongHyun podía ser más estricto, pero cuando Kibum sentía que, de pronto, algunos de sus hijos se les salían de control de una manera extrema o exagerada, entonces... su semblante blandito cambiaba completamente. Él mismo JongHyun podía temerle. Si había algo que la familia Kim no debía hacer, era enojar a la omma, definitivamente.

-Omma, ¿Me compraras la manzana de caramelo?-Akemi, con su voz tierna, estaba señalando al señor que vendía dicho dulce. Bueno, él le había prometido esa mañana, que le compraría una manzana acaramelada. Había sido una promesa, no podía romperla.

La Familia Kim ¨JongKey¨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora