Capitulo 2: Caída

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Christy

No tengo claro como llegue al aeropuerto, creo que la adrenalina de querer huir de esa pesadilla me hizo venir aquí sin pensar. El pobre Frankie maullaba estrepitosamente debido, en primer lugar, al estar más del tiempo que acostumbra dentro de la jaula y en segundo, por hambre. Así que pare un tiempo para darle un poco de comida y decidir cuál iba a ser mi destino, algo me habría traído hasta aquí y por primera vez, seguiría mi instinto.

—Hola, buenos días —le dije a la señora encargada de la venta de boletos, que por lo mas no se veía muy agradable—, me gustaría tomar el próximo vuelvo que tenga —su cara me decía que no entendía mi objetivo—, a donde sea.

—El próximo vuelo sale en una hora —comenzó a teclear y buscar información en la computadora—, con destino a Madrid, España. Le advierto que los viajes con tan poca anticipación son algo más costosos.

—Lo quiero.

Ahora miraba con algo de terror la puerta del embarque, la verdad es que, si me había costado mucho más de lo previsto el pasaje, pero una vez entendí que quien nadie arriesga, nada gana. Mi felicidad no podía depender de nada ni de nadie, y debía ser yo quien la buscara.

Encontré sin problemas mi lugar en el avión, justo al lado de una señora con un bebe, lo que no molestaba en absoluto dado que yo iba con un gato que en cuanto despertara no dejaría de reclamar.

—Espero no te molesten los bebes, en sí es muy tranquilo, pero a veces puede llorar bastante —se excusó la señora antes de que yo pudiera decir algo.

—Oh no se preocupe, espero que usted no le molesten los gatos huraños.

Ambas nos reímos, y comenzamos a hablar como si nos conociéramos hace mucho tiempo ya. Me conto que se dirigía a España por un nuevo trabajo, era una gran oportunidad para ella y su hijo, cuando me pregunto el porqué de mi viaje, le relate mi historia sin omitir ni el más mínimo detalle.

—Ahora ni siquiera sé que va a hacer de mi vida en estos momentos, solo sabía que, si me quedaba allí, todo me consumiría hasta que no quede nada de mí.

La mirada que me dio hizo que mi corazón se sintiera oprimido, además sentía como las lágrimas se acumulaban en los ojos. Nunca nadie me había mirado así: con compasión.

—¿Sabes algo Christy? —sus manos tocaron las mías—. Todos tenemos a alguien esperando por nosotros, solo debemos prestar atención y no dejarlo ir.

Las lágrimas comenzaron a desprenderse de mi rostro.

—Tus padres te fallaron, pero quien sabe si allá en España encuentras a tu alma gemela.

Abrí mi boca para decir que no creía en eso de las almas gemelas, pero la cerré de inmediato cuando él bebe comenzó a llorar, la mujer que ahora sabía se llamaba Adriana, comenzaba a alimentarlo. No tenía un puesto con vista a la ventana, así que no tenía mucho con que entretenerme por unas largas diez horas de viaje, lo mejor que podía hacer era imitar a mi gato.

—Fue un gusto conocerte, Christy.

—Igualmente —respondí a la mujer.

Al salir del aeropuerto no tenía ni la más mínima idea de dónde dirigirme, pero a lo lejos vislumbre unos autobuses que decían ir al centro de Madrid, allí podría ubicarme mejor. O eso esperaba.

—¡Diablos! Soy una idiota.

No entendía como no pensé antes en el clima, mientras yo estaba con un vestido corto sin ningún tipo de abrigo, aquí la gente vestía la ropa más calentita que podría haber visto. Me congelaría antes de hacer algo.

Busque un lugar para cambiar el dinero que tenía por la moneda local, y así poder sobrevivir un día si quiera. Cuando lo conseguí, ingresé rápidamente al metro subterráneo, debía viajar tres estaciones hacia el hotel más económico y decente que había encontrado disponible.

—Perdona Frankie, creo que no lo pensé de la mejor manera.

Acaricie al pequeño felino a través de una ligera abertura de su jaula, dándole un poco más de comida. Revise mi teléfono, y note que nadie se había preocupado por mi repentina desaparición. Ni que lo hubiera esperado realmente.

Deje las maletas a un costado para revisar detalladamente donde debía dirigirme, cuando un hombre mucho más alto que yo, sin ningún cuidado paso empujándome bruscamente, tropezándome a su vez con otra persona. No podía mantener el equilibrio y si seguía trastrabillando caería sin pena a las vías del tren.

Podía alguien tener tanta mala suerte. 

Cuando el sol brille de nuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora